Los tópicos, ya se sabe, son ideas muy manidas y vulgares de las que se abusa en todas las sociedades, ámbitos y épocas. Sabemos que hay parejas de refranes que parecen tan sabias por separado y que, sin embargo, se contradicen; bien, pues los tópicos también son muy traicioneros porque con la apariencia de verdades irrefutables suelen esconder grandes e injustas falsedades. Tan insidiosa naturaleza aconseja, de entrada, “someterlos a juicio” y luego, si acaso, absolverlos con la matización que pueda proceder en cada caso; sería algo así como aplicar la presunción de inocencia siempre a las personas pero nunca a los tópicos.
Yo suelo huir de pensar que el amor de una madre es infinito en todos los casos…, y así no me llevo chascos cuando una de ellas tira al contenedor a su hijo recién nacido; o de pensar que a todos los ancianos se les debe agradecer una vida entera de abnegación y servicio por nosotros…, y así tampoco me sorprende el egoísmo y mal humor de alguno. He conocido a ingenieros químicos que son simpáticos y divertidos, a poetas que no son cursis y algún piloto miedoso…; a catalanes espléndidos y andaluces siesos; alemanes impuntuales y vagos…
Pero vaya usted a decirle eso según a quién… se arriesga a no ser entendido. Los tópicos generan fe ciega cuando la mente es obtusa; porque nadie se resigna a aceptar que no sabe de nada, y la “cultura popular” de los tópicos le resulta utilísima (para “sentir que se está a tono”, no para estarlo). Por cierto: observe que casi todo el mundo presume de mala memoria, pero nadie presume de poca inteligencia… ¿por qué será?.
Dejando a un lado estos ejemplos, y volviendo a la naturaleza de los tópicos, creo que a nadie ha de extrañar que el nacionalismo-secesionismo-supremacismo sea terreno propicio para plantar, regar y que crezcan muchos de ellos; luego tardan en morir lo que no está escrito porque se les sigue regando y, mientras viven, van soltando su letal carga para la sana convivencia en sociedad. Tópicos y prejuicios son, para mí, como unos amigos (porque siempre van juntos), pero como amigos de juerga y alcohol (pues atrofian el raciocinio y dificultan nuestro caminar por la vida).
Vivir rodeado de tópicos y prejuicios, y además complacerse en ello, es pues como estar de juerga permanente (el sueño de la Razón al que me he referido ya más de una vez). Cientos de miles de independentistas vascos y catalanes del s.XXI necesitan una causa para su triste y sosa vida (ésta del secesionismo les vale; para algunos es como una religión, con tópicos como verdades absolutas, etc.); creyéndose épicos luchadores por una causa noble, viven en la ilusión de que tal vida merece la pena (aun al precio del anonimato y la disciplina en que les sumergen sus dirigentes); el “pensamiento único” en que se zambullen alcanza así el valor de un auténtico oxímoron.
Me pide el cuerpo que justifique lo que estoy escribiendo mediante una lista de los tópicos en que incurre el nacionalismo catalán, al menos los más frecuentes; pero, un humilde sentido de realismo me dice al oído que es imposible ser exhaustivo y me contente con plasmar algunos que se me vayan ocurriendo al hablar de ello; que esto no es un tratado científico sino un simple artículo y que usted se hará una idea, si es que a estas alturas no la tiene ya, y más que bien consolidada.
Buscando un paralelismo en el caso del nacionalismo vasco, usted recordará que Sabino Arana llegó a decir que “el español es el enemigo por ser de una raza diferente e inferior, y el ocupante ilegítimo. Esta incompatibilidad y enemistad entre ambas naciones exige su separación política. El español es un individuo naturalmente amoral y criminal…” (como nos cuenta Jesús Laínz, no culpaba a los gobiernos españoles, sino al conjunto del pueblo español).
“La sociedad euskariana, hermanada y confundida con el pueblo español, que malea las inteligencias y los corazones de sus hijos y mata sus almas, está pues apartada de su fin, perdiendo a sus hijos y pecando contra Dios”.
A esto se añadió lo de la pereza, los bailes escandalosos, el tamaño y forma del cráneo, el factor Rh de la sangre… ¡y la lengua, claro!. En el colmo de su “búsqueda del arca perdida”, Arana descalificaba todo separatismo que no fuera el vasco (el suyo); y pretendía mantener el hecho diferencial vasco catalogando a todos los demás, ¡catalanes incluidos!, de “genuinos españoles”… (Si es usted nacionalista catalán, coménteselo a Otegui cuando vuelva a tener ocasión, en vez de reírle sus gracias). Racismo, xenofobia y exclusión. Al final, lo de la raza empezó ya a no colar y dice Laínz que Arana ha pasado a la historia como el único racista sin raza.
¿El único?; en su libro “La Inmigración, problema y esperanza de Cataluña” (1958, reeditado en 1976), Jordi Pujol dice que “El hombre andaluz no es un hombre coherente, es un hombre anárquico, es un hombre destruido, es generalmente un hombre poco hecho”. “Si, por la fuerza del número llegase a dominar (en Cataluña), sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña”. A su esposa, Marta Ferrusola, (ahora sabemos que era “la madre superiora” cuando camuflaba desvíos de dinero al extranjero) le molestaba mucho que un President de la Generalitat (lo decía por Montilla) no fuese catalán, ni lo fuese su apellido, ni hablase bien la lengua; la -como Junqueras- muy católica, despreció públicamente a andaluces y musulmanes. Usted estará acostumbrado a oír que los obispos (católicos) de las diócesis catalanas tienen que ser catalanes (da lo mismo que “católico” signifique “universal”).
Lo último es que Manuel Valls (Primer Ministro francés hasta hace año y medio, y antes de eso: ministro, diputado, concejal y alcalde…) es un mal candidato a la alcaldía de Barcelona (evite usted odiosas comparaciones); como no pueden decir que no es catalán, ni que no habla catalán, se han inventado que “conoce poco la ciudad” (la ciudad en que nació y tanto visita… podían haber añadido que no se sabe de memoria, y en orden, las estaciones de la línea 3 del metro). NOTA: al principio de este párrafo decía yo “lo último” porque escribí este artículo antes del salto a la fama de Torra (no MHP: Molt Honorable President, sino MSP, por Supremacista).
Hay tópicos tan sublimes que pueden llegar a alcanzar la categoría de mitos, pero el mito se viene abajo en cuanto se enfrenta a la verdad: lo de que Cataluña es una tierra de acogida puede repetirse hasta la saciedad, pero Madrid también es tierra de acogida (estudien si no los movimientos migratorios interiores de las zonas rurales de España hacia las urbanas, en los s.XIX y XX) y allí nadie desprecia a nadie por llegar de fuera.
De hecho, como bien explica Sergio Sanz en su prólogo del último libro de Pau Guix, sólo hay dos regiones en las que existen sustantivos para referirse despectivamente a los foráneos: maketos y charnegos (País Vasco y Cataluña); no puede extrañar, pues, la existencia de sendas fracturas sociales.
Todo se basa en lo que han dado en llamar “el hecho diferencial”; pero después de los años vividos y los paseos que he dado por el mundo, creo firmemente que los que se sienten distintos es porque se sienten mejores. Lo contrario puede darse en individuos concretos suficientemente humildes, pero no en grupos: ningún grupo que se siente distinto de otros se siente peor que ellos. Superioridad, supremacismo. “Ellos” son los malos y “nosotros” los buenos; toda la vida con el cansino “ellos y nosotros”, “ells i nosaltres”. Así de simple todo; nada más allá de este asco.
Nos dicen que “los catalanes somos odiados por los españoles” (se refieren al resto de españoles, porque los catalanes –y yo el primero- somos tan españoles como los demás); aquí mi experiencia personal me pide que ponga la onomatopeya de una sonora pedorreta, pero no sé hacerlo. “Los españoles son una raza invasora y colonizadora”, añaden, con un punto de vista notoriamente local versus universal; no lo pretenderán, desde luego, pero se autodefinen cada vez que abren la boca. NUEVA NOTA: ya digo que este artículo lo escribí antes de la investidura del MSP Torra, y que he preferido no cambiar nada.
Dolores Agenjo, la maestra conocida como “murciana” y “española de mierda” que, con un par, se negó a dejar las llaves de su centro para la pantomima secesionista del 9N, nos cuenta (y si lo cito no es por anecdótico sino por paradigmático) que ser catalán, auténtico catalán, no está al alcance de cualquiera: además de los apellidos, está lo de la lengua y la lengua no es cualquier cosa…: hay que conocer la palabra exacta, la expresión adecuada, la sintaxis correcta, que no le delate a uno el acento, y la fonética con la que uno pronuncia las consonantes fricativas y las palatales, la entonación…
Pues yo doy fe de todo lo que dice porque yo mismo, cuando quiero pasar por más catalán que nadie (a menudo por dar en las narices a un separatista) utilizo y exagero todo eso del modo más castizo que puedo. ¿Sí?, bueno pues ¡da igual! (sin raza, ni historia, ni religión… nos quedaba el lugar de nacimiento y la lengua… ¡pues tampoco!): si no piensas como ellos, no eres catalán auténtico sino un “botifler” (traidor o enemigo interno –por comparación con el extraño o externo-, que de todo tenemos en casa).
Como dice mi paisana y más que admirada Teresa Freixes, pretenden hacernos creer que somos un pueblo privilegiado, con peculiaridades labradas a lo largo de una historia de opresión, casi de exterminio cultural. Son conceptos adulterados a los que se quiere dar carta de legitimidad a fuerza de repetirlos machaconamente en todas partes (sus palabras definen al tópico mejor que yo en mi primera línea de hoy).
Y machaconamente le cuentan al mundo que Cataluña es una minoría sojuzgada (una opinión); pero (hechos) Cataluña tiene un Parlament elegido, un Govern de la Generalitat que emana de él, policía propia, derecho civil propio y sistema judicial propio (hasta el nivel del Tribunal Superior de Justicia de Cataluña), un Síndic de Greuges (defensor –propio- del pueblo) elegido por el Parlament, derecho público propio en el marco de las competencias constitucionales… Distinga entre opiniones y hechos, “sojuzgue” usted la cuestión…
Por Ángel Mazo
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