La semana pasada, el actual secretario general de Junts, el indultado Jordi Turull, dijo que los andaluces pagan la asistencia a un gimnasio y su mascota con «el dinero de los catalanes» (más abajo comentaré cómo lo ha rectificado), añadiendo que se trata de “la perversión número uno”.
Perversión rima muy bien con obsesión. Ya saben ustedes que, si la primera obsesión del independentismo es la lengua, la segunda es el dinero. No hace tanto que Jordi Pujol aseguraba que los andaluces gastaban el de las subvenciones “en los bares”; para él, el andaluz (¡qué manía!) “no es un hombre coherente, es un hombre anárquico, destruido, generalmente poco hecho, que vive en un estado de ignorancia y de miseria cultural, mental y espiritual” (también hubo de rectificar estos excesos).
Quim Torra se refirió en otra ocasión a los “españoles que viven en Cataluña y hablan castellano” (tan español como el catalán) como “bestias en forma humana” y otras lindezas que para el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña podían ser delito de odio, pero cuya causa archivó por haber prescrito. Ignoro si rectificó; si lo sabe usted dígamelo, por favor.
De cómo se gasta en Cataluña el dinero de todos, si bien o mal, si se malversa o no, no ha dicho nada Turull, mente preclara donde las haya que cree que “el seguidismo de Illa con respecto a Madrid empobrece a Cataluña” (¡ay con las obsesiones!), que “este otoño pasarán cosas”, que tiene que acabar la “criminalización del independentismo”, que le urge que Sánchez se reúna con Puigdemont (donde sea), que dice hacer políticas “con mentalidad de Estado” y que identifica frecuentemente su partido con el pueblo catalán (un pueblo monolítico, claro está).
Ayer domingo (aquí viene la rectificación), aclaró que no quería ofender a los andaluces sino poner de relieve que el Estado no trata bien a Cataluña y la «expolia». Sus reproches son «contra el Estado». Bueno, pues me deja tranquilo, ya está justificado, no será delito de odio, los propios andaluces habrán de entenderlo, en lugar del dinero de todos ahora se trata de malversar el buen nombre de todos (que, como el dinero de todos: no es de nadie, -según dijo una vez otra mente envidiable-). La perversión número uno es, ¡acabáramos!, la del malvado “Estat espanyol”, y ya habrá quien lo defienda, si acaso…
En eso habría de volcarse el Gobierno, la Fiscalía General y el resto del aparato estatal. Pero, ¡ay!, como decía el muy lúcido y poco facha César Alonso de los Ríos, los nacionalismos periféricos no habrían sido un problema de convivencia de no haber habido implicación de la izquierda, que concilió etnicismo con progreso, traicionándose a sí misma. Y, ya que hablamos de perversiones, también decía que de un desastre electoral se puede salir, pero de la perversión ideológica, no. Son pensamientos como para reflexionar un buen rato, porque bien valen para hoy.
No espero, pues, tal defensa. Dijo el vasco Blas de Lezo: “Una nación no se pierde porque unos la ataquen, sino porque quienes la aman no la defienden”. Queda la sociedad civil, los que nos sentimos orgullosos de nuestra patria España, una gran nación sin cuya historia no se entiende la mundial; compuesta por ciudadanos necesariamente libres e iguales, desde la Torre de Hércules hasta la Puntica del Mar Menor, de Chiclana a Vic y Figueras; unidos frente a los ataques y la ridícula exaltación de las diferencias en lugar de tanta semejanza como nos abraza; con la cabeza mejor amueblada.
Los que pecan mortalmente (materia grave, plena advertencia y pleno consentimiento) y no muestran ni contrición ni propósito de enmienda, se verán en el infierno, donde podrán relajar sus obsesiones pues el llanto no será por los impuestos y el crujir de dientes hará ininteligible toda lengua.
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