El reciente posicionamiento del alcalde de Pamplona, Joseba Asirón (EH Bildu), según el cual considerar que “subirse a un escenario y hacer enaltecimiento de presos de la banda terrorista ETA no debería ser delito” constituye no sólo una afrenta a la memoria de las miles de víctimas del terrorismo, sino una grave distorsión de la justicia, la convivencia democrática y los valores fundamentales de nuestro Estado de Derecho.
¿Por qué es inaceptable?
ETA perpetró asesinatos, secuestros, extorsiones y múltiples atentados que dejaron un saldo incalculable de sufrimiento, pérdidas humanas, heridas físicas y morales, y generaciones marcadas por el miedo. Al pretender que el enaltecimiento de sus presos desde un escenario no sea considerado delito, se banaliza ese sufrimiento, se relativiza la gravedad del terrorismo y se socava la dignidad de quienes han perdido lo más valioso: su vida, su seguridad, sus familias.
Además, el enaltecimiento del terrorismo está tipificado como delito en el Código Penal porque constituye un ataque directo a la paz pública y a la dignidad de las víctimas. Ponerlo en duda desde una alcaldía supone desafiar la legalidad democrática, minar la convivencia y abrir la puerta a la impunidad moral.
La función institucional impone responsabilidad
Quien ostenta un cargo público no es un ciudadano más: sus palabras tienen peso y consecuencias. La función de un alcalde es promover la paz, el respeto y la justicia, no legitimar discursos que glorifican a quienes sembraron la muerte. Defender lo contrario es una traición a la confianza institucional.
Riesgos de normalizar el discurso
Aceptar o justificar actos de exaltación de terroristas es allanar el terreno a la división social, al odio y a la degradación de la memoria democrática. Significa poner a los verdugos en un pedestal simbólico y relegar a las víctimas al olvido.
Una pregunta ineludible para Asirón
Si el señor alcalde de Pamplona está tan convencido de que “enaltecer a los presos de ETA desde un escenario no debería ser delito”, que se atreva a defenderlo mirando a los ojos a los huérfanos, a las viudas, a los padres que enterraron a sus hijos asesinados por ETA.
Que se lo diga en voz alta a quienes nunca volvieron a abrazar a un ser querido porque un pistolero apretó el gatillo o porque una bomba destrozó sus vidas. Que explique a esas familias que glorificar a los verdugos forma parte de la “libertad de expresión”. Solo entonces quedará en evidencia lo que ya sabemos: que su postura no es un ejercicio de valentía política, sino una obscenidad moral incompatible con la dignidad de un ser humano.
Berta Romera, Asociación Aixeca’t-Levántate
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