El profesor Enric Ucelay-Da Cal es un estudioso del nacionalismo catalán como no hay otro. Con disimulo, el pujolismo estimuló con dinero y medios La Crida, así como la campaña de Freedom for Catalonia. La Generalitat lleva largos años gastándose un dineral en propaganda en medios internacionales de gran visibilidad.
En su Breve historia del separatismo catalán (Edcs. B), Ucelay-Da Cal se pregunta por qué se supone que hay una autenticidad inherente en una multitud, el deslumbramiento en el que han caído muchos por una ola milenarista de exaltación que todo habría de arreglar. Sin embargo, “las profesiones pierden su prestigio, los tertulianos televisivos dejan su credibilidad, los diarios no influyen, las verdades históricas se relativizan; todos pueden ser lo que quieren ser en cuanto quieran, y siempre que puedan pagarlo”.
Sin intelectuales ni periodistas, la política vuelve al barullo y al trastorno, pero con la inmediatez devastadora de las redes sociales. Basta, sostiene Ucelay, “unas verdades simples, que cualquiera, si quiere, puede constatar. El nacionalismo es uno de esos genéricos. Significa pertenencia, el hecho voluntario de formar parte de algo que parece firme, denso, fuerte, y que además goza de matices”.
Sí, pero los hilos de las ambiciones andan ocultos entre los ideales.
Miquel Escudero
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