Un día de 1929, el escritor suizo Robert Walser se dirigió a un manicomio, pidió entrar en él con cincuenta años de edad y estuvo retirado en esa nueva vida hasta su muerte en 1956. Sensible en modo extraordinario, aborrecía la pomposidad y la altanería.
Los hermanos Tanner y Jakob von Gunten son dos de sus relatos más celebrados. Gustaba de mirar con bondad, reflexión, ironía, calma. Un año mayor que él, Hermann Hesse lo elogiaba y destacaba su apetito por pensar ante cualquier hecho insignificante.
Lo mejor que sé decir de la música (Siruela) es una antología de sus textos sobre música, “lo más dulce del mundo” para él. Un instrumento como el laúd le hacía reír cuando sonaba melancólico y le hacía llorar cuando se mostraba alegre y brincaba.
Robert Walser sostenía en 1902: “Cuando no escucho música, me falta algo, pero cuando la escucho es cuando de verdad me falta algo”. El gusto por escuchar, soñar y fantasear. En un aria de diez minutos podía creer percibir la infinitud de los días y las noches, y vivirlas.
Miquel Escudero
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