Este sábado robaron en la moto de Daniel Sirera, presidente del grupo municipal del PP en el Ayuntamiento de Barcelona, en el barrio de Sant Antoni, en la enésima prueba de degradación de este barrio, que ha pasado de zona gentrificada a zona dominada por la delincuencia y el incivismo. Curiosamente, sufrió el robo tras asistir a un acto con vecinos sobre seguridad ciudadana.
En los últimos años, a partir de la remodelación del mercado que lleva el nombre el barrio y la instalación de zonas peatonales, los precios de las viviendas de la zona se habían disparado, atrayendo a profesionales urbanos mientras los vecinos de toda la vida se veían expulsados a otros barrios más económicos.
Lo que fue un símbolo de revitalización con la remodelación del mercado y la pacificación de calles, se ha transformado en un espacio marcado por la suciedad, la ocupación incontrolada del espacio público y una preocupante sensación de abandono.
Los vecinos denuncian una creciente presencia de basuras acumuladas en las esquinas, pintadas en fachadas recién rehabilitadas, ruido nocturno y una falta alarmante de control sobre actividades ilegales que proliferan sin respuesta por parte del Ayuntamiento. A esta situación se suma la inseguridad, con peleas, robos y conflictos frecuentes en determinadas zonas del barrio, sobre todo en las inmediaciones del mercado y la calle Parlament.
Mientras tanto, el gobierno municipal presidido por el alcalde Jaume Collboni permanece en silencio o responde con generalidades a las quejas vecinales. Las promesas de refuerzo de la Guardia Urbana y mejora del espacio público se quedan en anuncios que no se traducen en acciones. La gestión socialista parece más preocupada por la imagen que por la realidad cotidiana de los barrios.
El incipiente «mercado de la miseria» que algunos días aparece en sus calles, donde se venden objetos recogidos de la basura o directamente robados, es solo una muestra más del grado de descomposición que sufre Sant Antoni. La permisividad institucional no solo normaliza la pobreza extrema, sino que degrada el entorno urbano y genera crispación vecinal.
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