Bob Pop, escritor, activista de la izquierda más sectaria y colaborador mediático, ha anunciado en la última semana su intención de presentarse como candidato de Barcelona en Comú a la alcaldía de Barcelona. Aunque en un principio sus palabras sonaron a una ocurrencia irónica en un programa de la Cadena SER, él mismo aclaró que hablaba medio en broma, medio en serio y que su propuesta iba “de verdad”. Su anuncio ha generado sorpresa y curiosidad, pero también escepticismo, tanto dentro del espacio de los Comuns como fuera de él.
Su discurso, que apela a “devolver la ciudad a la gente” y a construir una Barcelona donde “lo necesario no sea un negocio”, conecta con el tono habitual del movimiento que lideró Ada Colau. Bob Pop reivindica políticas sociales ambiciosas, una defensa radical de los servicios públicos y una crítica a la deriva del actual alcalde, Jaume Collboni (PSC), a quien acusa de haber devuelto la ciudad al control de los intereses privados. Sin embargo, más allá de los eslóganes, su propuesta carece de un programa concreto y de una hoja de ruta clara sobre cómo llevar esas ideas al terreno de la gestión municipal.
El principal problema de la candidatura de Bob Pop es su sectarismo radical hacia todo lo que no sea izquierda fanatizada y su falta de experiencia institucional. Él mismo ha dicho que lo primero que haría sería “explicar qué competencias tiene el cargo”, lo cual suena honesto, pero también revela una preocupante ingenuidad. En política, la buena intención no siempre basta para enfrentarse a la complejidad de la administración y a los límites del poder local. Ahora bien, con un Jaume Collboni que es puro humo, la mera insinuación que se podría presentar ha agitado a la pijoizquierda de los Comuns.
Hay que tener en cuenta el contexto interno de los Comuns, que atraviesan un proceso de redefinición tras la salida de Colau del Ayuntamiento. En un momento de pérdida de influencia y de desgaste electoral, la aparición de una figura mediática como Bob Pop puede interpretarse como un intento de recuperar atención pública y frescura simbólica. Pero esa estrategia también puede volverse en su contra: recurrir a un personaje popular, sin experiencia política, puede transmitir la sensación de que el espacio carece de liderazgos sólidos y de proyecto coherente.
Además, las promesas de “devolver la ciudad a la gente” o “romper con los intereses del negocio” se han escuchado ya muchas veces en boca de los Comuns. Ocho años de gobierno municipal demostraron que la retórica del cambio es mucho más sencilla que su ejecución. La política de vivienda quedó a medias, la movilidad generó divisiones y la participación ciudadana no alcanzó los niveles prometidos. Que Bob Pop retome ese discurso sin ofrecer herramientas nuevas puede parecer más un ejercicio de nostalgia que una propuesta de renovación real.
Por otra parte, su discurso pretende recuperar la conexión emocional con los votantes de la izquierda más fanatizada desilusionados, pero puede chocar con la realidad de un electorado cada vez más pragmático. Barcelona no solo necesita relatos, necesita soluciones concretas a problemas urgentes: vivienda, limpieza, seguridad, convivencia, turismo sostenible. Si la candidatura de Bob Pop no logra concretar propuestas realistas, corre el riesgo de quedar atrapada en el terreno cómodo de la moral simbólica, tan inspiradora como ineficaz.
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