Junts per Catalunya atraviesa un momento decisivo y preocupante en su estrategia territorial. El partido que lidera Carles Puigdemont ha perdido por completo el pulso de las grandes ciudades catalanas, un terreno que se le escapa entre los dedos elección tras elección. Las encuestas más recientes en Barcelona confirman un desplome que evidencia una desconexión creciente con el votante urbano y con los núcleos más poblados del país.
La situación es especialmente alarmante en la capital catalana, donde Junts apenas logra mantener una presencia secundaria en los sondeos. La formación que en su día aspiraba a disputar la alcaldía ha quedado relegada a un papel de comparsa, sin capacidad de marcar agenda ni de atraer a un electorado cada vez más diverso y pragmático. El triunfo de Xavier Trias en el 2023 ha quedado diluido y los nombres que la dirección ha intentado atraerse, como Artur Mas o Joaquim Forn, han mostrado muy poco entusiasmo ante la bajada que pronosticada por diversos sondeos – de 11 a 7 regidores -.
Mientras otras fuerzas consolidan su espacio, Junts observa cómo su influencia se desvanece en el corazón político y económico de Cataluña. Actualmente, Junts solo gobierna en una gran ciudad: Sant Cugat del Vallès. Esta excepción confirma la regla de un partido con escasa implantación en las urbes de mayor peso demográfico. Ni en las capitales de provincia —Barcelona, Tarragona, Lleida o Girona— ni en las ciudades del área metropolitana logra situarse como alternativa de gobierno. Su fuerza se concentra en municipios medianos o pequeños, donde el voto identitario aún mantiene cierta solidez.
El declive urbano de Junts no se explica únicamente por su rivalidad con Esquerra Republicana o el PSC. A esta erosión se suma un nuevo desafío: el ascenso de Aliança Catalana. El partido de Sílvia Orriols no solo le disputa votos en zonas rurales o de interior, sino que empieza a penetrar en perfiles de electores que antes se identificaban con el discurso soberanista de Junts y diversos sondeos pronostican su entrada en el Ayuntamiento de Barcelona. La fragmentación del espacio independentista amenaza con dejar a los de Puigdemont en tierra de nadie.
Mientras tanto, las grandes ciudades se mueven en clave económica, social y cultural distinta. El discurso de Junts, más centrado en el eje nacional que en las preocupaciones cotidianas del ciudadano urbano, parece haber perdido tracción en barrios donde pesan más la vivienda, el transporte o la desigualdad. En ese terreno, otras formaciones han sabido conectar mejor con las nuevas demandas sociales.
La pérdida de influencia en las ciudades también tiene consecuencias institucionales. Sin presencia fuerte en los consistorios de las grandes urbes, Junts pierde capacidad de gestión, visibilidad y poder de negociación. Su peso político se reduce a un papel de oposición testimonial, muy lejos del impulso que en su día le permitió ser fuerza determinante en la política catalana.
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