La Candidatura de Unidad Popular (CUP) ha oficializado su viraje ideológico. Los antes llamados «antisistema» ahora se han convertido en una muleta más para Salvador Illa. Han pasado de desafiar el «régimen» a sumarse al carro de los pactos del Partido Socialista de Cataluña (PSC). El PSC, liderado por Salvador Illa, está demostrando una habilidad notable para cooptar a los extremos.
El movimiento más reciente confirma esta deriva. Tras años de postura maximalista, la CUP cerró hace unos meses un acuerdo con el PSC sobre el decreto de vivienda. La CUP acepta así entrar en la dinámica de la política institucional que tanto denostaba y sigue su camino hacia la plena inserción dentro del sistema de partidos catalán, como una formación más.
La cúpula de la formación separatista parece haber enterrado sus principios más rupturistas. Su vieja promesa de desobediencia y confrontación ha quedado diluida en negociaciones de despacho con el socialismo. De este modo, la CUP se asimila a los Comunes, perdiendo toda su particularidad. Se consolidan como un mero sector izquierdista dentro del espectro que encabeza el PSC.
La metamorfosis no es solo programática. El cambio de identidad es evidente y abarca hasta su propia imagen corporativa. Recientemente, la CUP ha modificado su logotipo, buscando una estética que muchos ven como un intento de «mimetizarse» con socialistas y Comunes. Un cambio sintomático de su asunción del establishment político que criticaban.
Este acercamiento evidencia una clara doble vara de medir por parte del secesionismo. El supuesto separatismo sin fisuras de la CUP se pliega ahora a las propuestas ‘pujolistas’ del PSC. Su radicalidad se aplica ahora a otras áreas, como exigir un «boicot total a Israel». Piden medidas extremas sin viabilidad real.
Sin embargo, en temas cruciales como el modelo económico, el PSC mantiene el rumbo habitual. La diputada de la CUP, Pilar Castillejo, ha reconocido recientemente la similitud entre el modelo del PSC y el de Junts. Incluso lo calificó de insostenible. Pero esto no ha sido obstáculo para pactar. Esta contradicción subraya el pragmatismo sin escrúpulos de los separatistas. El ansia por influir, aunque sea en temas sectoriales, supera su tradicional rechazo a cooperar con el «régimen del 78».
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