Tras haber dejado Barcelona como un solar, convirtiendo a una de las ciudades más visitadas y admiradas de Europa en un estercolero en la que los delincuentes campan a sus anchas, Ada Colau está demasiado tranquila, lo cuál es inquietante, porque seguro que algo trama.
Cataluña se ha convertido en una comunidad sin ley fruto de la acción liberticida del separatismo. Colau fue una de las grandes defensoras, desde el despacho y el coche oficial, de la desobediencia selectiva, que consiste en que tú, ciudadano pringado, le obedeces y le pagas los impuestos con los que te sangra, mientras ella «incumple» las leyes que no le gustan.
Esta desobediencia selectiva es la misma que han seguido Carles Puigdemont, Oriol Junqueras, Quim Torra, Pere Aragonès y un sinfín de políticos separatistas muy amantes de la ley del embudo. Gracias a la continua violación de las leyes, comenzando por la Constitución, por parte de los golpistas del ‘procés’ y sus aliados, Cataluña se ha convertido en el paraíso de los malhechores.
Pero hay que reconocer que, aunque en esta comunidad autónoma los niveles de inseguridad son altos, no llegaron a la degradación de Barcelona durante el mandato de Ada Colau. Hay okupas en toda Cataluña, pero sin llegar a los niveles de complicidad institucional de la que disfrutaron en la capital catalana.
No sabemos si Colau aspira a presentarse en el 2027 a las elecciones municipales para recuperar la alcaldía o tiene algún otro plan. Sea cuál sea, seguro que no será para bien de la ciudadanía, conociendo su siniestra trayectoria y su sectarismo sin límites.
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