El próximo 26 de abril se cumplen 34 años del devastador accidente nuclear sucedido en la central nuclear “V.I. Lenin” de Chernóbil (Ucrania), que entonces pertenecía a la URSS. Varios días después de la terrorífica explosión del reactor 4 la cifra oficial de muertos que dieron las autoridades soviéticas fue de dos fallecidos. Ante la incredulidad general, el Kremlin reconoció poco después a 29 empleados como fallecidos directos a causa del síndrome de irradiación aguda.
La central nuclear emitió 400 veces más radiación que la liberada en la explosión nuclear de Hiroshima en 1945, sembrando de mortíferas nubes radioactivas a las poblaciones más próximas, en especial a Pripyat a solo 3 Km. de la central, hoy una ciudad fantasma, que tenía entonces 49.500 habitantes y a Chernóbil situada a 14,5 Km. que entonces contaba con 15.000.
Lo cierto es la contaminación afectó muy gravemente a decenas de miles de personas que vivían en un amplio radio de la central y otros tantos que fueron movilizados (en especial miles de soldados y miles de trabajadores especializados) para trabajar en la central en primera línea, durante los días posteriores al accidente, para intentar minimizar las consecuencias de la catástrofe (los llamados “liquidadores” que trabajaron en pésimas condiciones aunque fueron condecorados por ello).
¿Cuántos muertos hubo realmente como consecuencia de la explosión de Chernóbil? Posiblemente nunca lo sabremos con exactitud. Las estimaciones de víctimas, a causa sobre todo del descomunal aumento de los casos de cáncer que se produjo en los meses y años posteriores, van de los 9.000 de la OMS (2005), a los 60.000 del estudio de Fairlie y Summer (2006) y los 90.000 de Greenpeace.
Y aunque estábamos ya en el inicio del periodo de la URSS llamado “glásnost” (“apertura” “transparencia”) que protagonizó Mijaíl Gorbachov, lo cierto es que los dirigentes soviéticos trataron, en todo momento, de ocultar la enorme gravedad de la tragedia y dar su propia versión de los hechos, evitando por todos los medios que salieran a la luz las circunstancias y las verdaderas consecuencias del que ha sido el mayor desastre nuclear de la historia. “Ocultaron la gravedad del accidente desde el principio y se negaron a evacuar Kiev (la capital ucraniana)”, le contaba a la BBC Mundo la periodista Irena Taranyuk. Y el periodista Adam Higginbotham (autor de “Midnight in Chernobyl”) dirá: “La reacción inmediata fue ocultar la tragedia y luego trataron de censurar la cantidad de información que se publicaba”.
En Wuhan (China), un doctor de 33 años, Li Wenliang, fue el primero en alertar a mediados de diciembre de 2019, a sus colegas médicos, sobre lo que para él era un brote de un peligroso virus de origen desconocido e informaba de siete contagiados en su hospital. Le pareció que era muy similar al SARS del año 2002, otro coronavirus mortal (que también había surgido en China).
Ante la extensión de está información por redes sociales chinas la policía de Wuhan lo citó y lo reprendieron duramente por “hacer comentarios falsos en Internet”, obligándolo a firmar un documento en el que admitía haber “alterado el orden social gravemente” y en donde se comprometía a “poner fin a la extensión de dichos rumores”. Bajo esta ley del silencio, durante casi un mes, el virus que apareció en Wuhan campó a sus anchas y se fue extendiendo por toda la provincia de Hubei y luego al resto de China y el mundo.
El 31 de diciembre la Comisión de Salud de Wuhan reconocía que se investigaban 27 casos de neumonía viral, vinculando el origen al mercado de mariscos de la ciudad y añadía: “La enfermedad puede prevenirse y controlarse”. El 23 de enero, las autoridades locales, ante el incesante aumento de contagiados, cerraron la ciudad y decretaron el confinamiento para parar el brote. Entre tanto el doctor Li contrajo el coronavirus y tras permanecer un tiempo en cuidados intensivos moriría el 7 de febrero de 2020.
Su fallecimiento provocó una enorme indignación entre la población china y una auténtica oleada de criticas a la actuación del Partido Comunista (PCCh) que desbordado no daba abasto para censurarlas. Poco después de fallecer su padre, Li Shuying, le dijo a un periodista de la BBC: “No creo que puedan decir ahora que mi hijo estuviera difundiendo rumores “. Todo ello forzó a una rectificación pública por parte del PCCh que ofreció disculpas a su familia, revocó la amonestación inicial y rehabilitó y condecoró incluso al fallecido doctor Li.
¿Ha mentido China sobre el alcance y la cifra de muertos y contagiados por coronavirus? Prácticamente nadie pone en duda, a estas alturas, que ocultaron desde el principio el verdadero alcance de la epidemia, publicando cifras artificialmente bajas del número de contagiados y fallecidos. Así lo afirmaba ya el pasado mes un informe de los servicios secretos de EEUU y muchos corresponsales medios de comunicación occidentales desplazados a la zona. Y así por ejemplo, mientras las autoridades chinas cifraban, hasta hace unos días, en 2.435 las personas fallecidas en Wuhan (ahora de golpe han pasado a reconocer 3.689), la estimación de muertos que se hace en esta ciudad, en base a la actividad de los hornos crematorios y a la entrega de 500 urnas funerarias diariamente durante más de dos meses, es de más de 40.000 fallecidos.
El prestigioso periodista, escritor, economista y filósofo francés Guy Sorman gran conocedor de China, hace poco declaraba: El Gobierno chino es el responsable de la pandemia de COVID-19 que pretendió ocultar (…). Como sabemos, al Gobierno de China no le gustan las malas noticias, y durante un mes decidieron negar lo que estaba ocurriendo (…). Esto no es un tema de mal manejo o malicia, sino algo mucho más profundo. Es algo que tiene que ver con la estructura e ideología del régimen”. Son muchos los países que piden explicaciones a China por su opacidad en esta crisis.
Respecto a nuestro país ya dije buena parte de lo que pienso en mi último artículo “Coronavirus. ¡Pero qué película nos están contando!”. Solo añadir, que se continúa con la política de falta de transparencia y opacidad en ciertos temas. “No puede ser que cuando más transparencia es necesaria para generar confianza a la ciudadanía, menos transparencia exista”, afirmaba en su blog el prestigioso jurista Miguel Ángel Blanes.
Y algo muchísimo más grave, el general M.Santiago (ascendido por Margarita Robles), jefe de Estado Mayor de la Guardía Civil, decía en Moncloa: “La Guardia Civil está trabajando para minimizar las críticas a la gestión del Gobierno”, terrible. Con la inestimable colaboración de las grandes cadenas de televisión, están intentando hipnotizarnos, dando una imagen edulcorada e infantiloide de lo que está pasando, donde se fomentan cosas como el aplauso acrítico de los “balcones” y pretenden convertirnos en una especie de autómatas y ya se sabe, el autómata no se rebela.
En sus soporíferas comparecencias el presidente o sus ministros nos siguen hablando de lo buenos que somos y lo bien que lo hacemos, y siguen sin hacer la más mínima autocrítica respecto a su falta de previsión y su nefasta gestión inicial de la crisis y lo que es peor, continúan cometiendo graves errores (cada compra y distribución de material de protección defectuoso, cuesta vidas humanas) y pese a la insistencia de la OMS siguen sin hacer test masivos.
El gran historiador, militar y político ateniense Tucídides (460 a.C.) decía: “El verdadero, el más temible enemigo es el error en el cálculo y en la previsión”. La cruda realidad es que España, a pesar de la ocultación de datos, sigue siendo el país con la mayor tasa por habitante fallecidos del mundo y eso resulta muy molesto. Estamos ya oficialmente casi en los 21.000 muertos (aunque según los datos de algunas comunidades autónomas la cifra real de fallecidos sería el doble). Y el Gobierno sigue sin decretar luto oficial. Se siguen ocultando las imágenes de fallecidos (como mucho se muestran las fosas comunes en Nueva York), pues, son la imagen más hiriente de su fracaso, Se quiere reducir a los muertos a una mera estadística. Cuando cada uno de ellos tiene nombre y apellidos, una historia y unos familiares que además, no los habrán podido, ni siquiera, despedir y enterrar como se merecían. Se le atribuye a Stalin la frase: “Un muerto es una tragedia; un millón de muertos es una estadística”.
En nuestro país el terrible zarpazo del coronavirus, de confirmarse las previsiones, traerá consigo una monumental crisis humana, económica, social y política. Esperemos que nadie, aprovechando la situación, tenga la tentación totalitaria de modificar los pilares sobre los que se asienta nuestra Libertad y nuestra democracia. Hay que recordar que en la rica y con sus imperfecciones democrática Venezuela, cuando Chávez accedió al poder, muchos decían: “¡No chico, esto no puede pasar aquí, estamos en Venezuela, esto no es Cuba!”.
Salvador Caamaño Morado
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