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El Catalán Opinión

El príncipe sana

Por Heraldo Baldi
lunes, 18 de mayo de 2020
en Opinión
4 mins read
 

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Existe una confianza, que desborda los límites de la lógica, por la cual, el Estado y sus instituciones, curan y sanan a los pueblos de sus dolencias, epidemias. Es esta creencia algo ancestral y secular que ocurrió en los años del buen rey San Luis, con sus lises y todo; en la Inglaterra post isabelina y hasta en los tiempos del camarada Stalin. Es un fenómeno de tal magnitud que, incluso en nuestro tiempo, el presidente y su energía vital de “príncipe-condottiero”, recurre al argumento; Biopolítica lo llaman ahora. Atenazados por el miedo, los ciudadanos responden con el imperativo salutífero de la voz taumatúrgica del poder, “venceremos al virus”, “cuando lo dejemos atrás” y todo un torrente de eufemismos que convocan a la victoria y la superación del acontecimiento traumático que estamos viviendo.

Hace unos días escuché decir a un “padre de periodismo” en un diario de los de “prestigio” que faltan líderes. Pues ya está, no tenemos nada que decir ni que añadir. En ese mismo diario el señor Y. H. Harari indicaba que “en esta batalla, la humanidad carece de líderes” y quizá no sea casualidad este encuentro de consensos culturales e intelectuales. Y sí, faltan cabezas o quizá sobren, toda vez que el presidente nos curará a todos.

Lo que sí parece un consenso general es que, desde hace ya algunas semanas, lo que comienza a escasear, sin ninguna duda, es la libertad y el criterio decidido a ser adulto y recuperar el espacio que la inteligencia debe tener en una sociedad liberal, democrática y crítica con el poder. Las manifestaciones de Madrid y su tratamiento mediático, más allá de la evidente falta de sentido común respecto a las normas de profilaxis, no se debería prestar a una interpretación como la que sesudos opinadores han vertidos estos días en diferentes medios.

Simplemente son ciudadanos que manifiestan su cabreo y evidencian las tensiones sociales que se derivan de un encierro y una falta de acciones ejecutivas por parte del gobierno central. Para criticar esta acción, se está instalando un discurso de un “clasismo” y provincialismo decimonónico que rompe con todas las lógicas metafísicas. Se sustancia un discurso intolerante, radical, que no quiere ni permite la disidencia de la religión oficial y que no es otra que la que nace de las pócimas palabreras de los sábados, los ataques del único vicepresidente varón del gobierno de las sesiones de “control” al gobierno o de tal o cual portavoz del grupo mayoritario.

No se debería pecar de ingenuidad, ni abdicar de algunas responsabilidades que quedan para las personas que aman el sentido común, la libertad y la inteligencia, pues estas últimas son las que se ponen en cuestión.

Con casi 30.000 fallecidos; con otras tantas vidas y proyectos esenciales de vida quebrados, deberíamos proceder a una execración de las palabras del taumatúrgico presidente o de la voz matizada del vicepresidente, que parecen más las acciones decididas a dividir a la sociedad para, en el ejercicio de las responsabilidades individuales exigibles a los adultos, continuar, cuando no promover, una hurtada libertad de argumentación sobre lo que se está viviendo

Existe hoy una convicción “eclesial” en torno a la cual, lo más recomendable es no criticar al gobierno central, puesto que, como se nos dice, “no alberga ninguna mala voluntad”; vender aplausos y cierta ingenuidad social que adormezca cualquier conciencia crítica ante la intimidación mediática. Todo ello, porque la santidad de los actos gubernamentales nos obligaría a ello, sin cuestionar este dogma de la “trinidad” gubernamental: bondad, unidad, reconstrucción.

Sin embargo, las sociedades maduras suelen revelar formas razonadas de oposición ante estas derivas para evitar la “pretendida” teoría de la confusión sobre lo que ocurre: la que es y la que pretenden que veamos. Esta actitud es menos amable. Sin embargo, existe otra postura: la posibilista que prefiere la seguridad del príncipe y sus milagros. Esta última invoca a la tranquilidad de conciencia mientras aislamos, en nuestra mente, la crítica. Curiosamente esta siempre es la más apelada en cualquier coyuntura de crisis por parte de los totalitarios de toda índole.

Dar testimonio de las contradicciones entre el papel sepia de los periódicos, los estudios de televisión y lo que los datos y las historias comunes nos dan, o la “religión milagrera” nos ofrece, es una manifestación de responsabilidad colectiva.  La sociedad debe funcionar ante esta crisis y no debemos olvidar que la mejor salida es siempre por medio de la libertad. Se quiere convocar a todo el mundo a unos pactos, a un acuerdo de “reconstrucción nacional” de este escenario que parece de guerra, -guerra total- dijo el presidente, pero no lo es, “no es esto”, como decía Ortega. Es, por una parte, una epidemia y, por el otro, una quiebra de los ejes de la democracia, libertad de prensa y libertad de pensamiento.

La beligerancia cívica, racional, debe situarse en la resistencia ante el cierre de la libertad a la que nos quieren someter algunos de manera “indirecta”. Esa es la única forma de liderazgo en un mundo no dominado por los providencialismos. Liderar el discurso de la libertad y eso lo puede hacer todo el mundo; no se antoja necesaria la presencia de un caudillo- taumaturgo, no, apenas una cultura política de la libertad que evite epidemias biológicas e ideológicas que, de una forma u otra, destruyen la verdad en lo público y lo privado. La impunidad con la que determinadas falsedades o mentiras circulan por el mundo virtual y las redes sociales en estos momentos es complejo en su dinámica. No olvidemos que, para ser libres, la razón no puede salir por la ventana expulsada por la pasión.

No, no podemos ser libres con las pasiones, no. Ni tampoco podemos ser críticos desde el objetivo común que algunos tienen de impugnación al criterio personal e individual. Pareciera un delito de Lesa Majestad someter a crítica la “salutífera” gestión del gobierno, de modo que sus interminables mítines electorales en formato de rueda de prensa distópica son tratados como una prédica que convoca a la esperanza de un pueblo abandonado por la desidia de otros gobernantes del pasado, saqueadores de lo público, adoradores de becerros, nos dirán. Sin embargo, ahora se impone una evidencia más sangrante:

¡Claro que faltan liderazgos políticos!

Pero, del mismo modo, ¡sobran matones de banda!

Heraldo Baldi

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TV3, el tamborilero del Bruc del procés

Sergio Fidalgo relata en el libro 'TV3, el tamborilero del Bruc del procés' como a los sones del 'tambor' de la tele de la Generalitat muchos catalanes hacen piña alrededor de los líderes separatistas y compran todo su argumentario. Jordi Cañas, Regina Farré, Joan Ferran, Teresa Freixes, Joan López Alegre, Ferran Monegal, Julia Moreno, David Pérez, Xavier Rius y Daniel Sirera dan su visión sobre un medio que debería ser un servicio público, pero que se ha convertido en una herramienta de propaganda que ignora a más de la mitad de Cataluña. En este enlace de Amazon pueden comprar el libro.

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