La presencia de S. M. el Rey, Don Felipe VI no es una visita personal. Representa la confirmación de la vigencia de la ley, la convivencia y la verdadera concordia. El Gobierno de la Comunidad Autónoma de Cataluña y sus anteriores dirigente -aún presos hasta que los hermeneutas de la infamia consumen su contumaz error- son testigos de la normalidad, de la verdadera normalidad y no la anomalía totalizadora que se quiere imponer.
La iconoclastia de los CDR y toda suerte de organizaciones que sobreviven del mantra del identitario, segregador y totalitario en Cataluña quieren que asumamos un lenguaje que desea absorber la narrativa de la división. Ligados a este hecho, hay una suerte de pensamiento cabalístico que desea expulsar al rey, (ayer la portavoz de ERC algo dijo al respecto) y desde el gobierno se dice algo parecido a “son sus cosas”, “hay que aceptarlos”, “los chiquillos son caprichosos”. Claro, los conceptos que maneja el separatismo totalitario en Cataluña y los que ampara la ambigüedad estratégica del gobierno actualizan a cada paso la necesidad de dar la bienvenida al Rey en Cataluña y la revelación de la visita de la ley.
Don Felipe VI y su presencia constante en Barcelona, Lérida o cualquier otra localidad catalana sirve como mecanismo de interiorización de la conexión entre el Estado, la ley y el territorio; como una forma de evocar y sentir el carácter genuino de la concordia entre españoles. Frente a los gritos de una creencia en la comunidad reducida por las fronteras del odio y la confrontación, Felipe VI, rey de España, representa la fórmula efectiva y eficiente de la ley.
El indulto y las palabras “pos-románticas” que hace unos días pronunció en una entrevista el señor Junqueras son mitología, palabra interior sobre la aspiración infantil a un paraíso que expulse de él a todos los que no sigan el sendero torcido de “padre” fundador.
José Antonio Guillén Berrendero (Heraldo-baldi)
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