Los españoles somos especialistas a la hora de minusvalorar nuestros éxitos y pensar que lo de fuera siempre es mejor o más valioso que lo que se hace o se logra por los nuestros. Para la mayoría prima la garantía según el origen, ensalzando el sello germano o nipón, suponiendo la excelencia idolatrada en favor de la calidad y valor del producto foráneo mientras se calla el orgullo merecido de nuestra producción nacional y sus resultados.
Parece que nos cuesta reconocer la realidad manifiesta de que lo que tenemos o se fabrica en España es tan bueno, por no pecar de pedante diciendo que mejor, como la inmensa mayoría de lo que viene de fuera. Un complejo que debe abandonarse sacando pecho por lo nuestro al no tener nada que envidiar.
Saliendo de la encrucijada de lo artificial, en donde es la producción manufacturera o industrial la que se pone en juicio, me centraré en el producto natural español por excelencia. En este sentido, me saco el sombrero ante la inmensa calidad de los deportistas que, orgullosamente, visten los uniformes de España o representan con sus éxitos personales al deporte español.
Este fin de semana el equipo nacional masculino de fútbol ha dado un recital, goleando a los turcos a domicilio tras otra reciente goleada a Bulgaria. Por otro lado, los hermanos Márquez en MotoGP y el inmenso Carlos Alcaráz en tenis, alcanzando nuevamente el número uno mundial, han puesto el nombre de España en lo más alto.
Dejando el lapsus del baloncesto en el Eurobasket, un equipo en renovación que nos ha malacostumbrado a base de éxitos, podemos decir que somos un gran referente mundial en el deporte. Los nuestros, en numerosas disciplinas, brillan y ponen la presencia de España en el contexto internacional al nivel que merece.
Luego ya se sabe, ponemos la tele y vemos la cara del maligno dando una rueda de prensa y se nos cae la moral al suelo al pensar en todo lo que hemos de soportar para que el sanchismo siga en el poder. Mientras esperamos que el ciclo político ruin acabe lo antes posible disfrutemos de lo gratificante que es disponer de los mejores deportistas, obviando el lastre que supone para la credibilidad e imagen de la nación española el tener que aguantar a los que tienen el oro mundial como peores gobernantes.
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