La maquinaria totalitaria se está instalando en España en un permanente proceso de catalanización unido a una insoportable e inconmensurable levedad de la vida política y civil. Abandonado el ejercicio de las virtudes cívicas por parte de la derecha. Anulada y disuelta cualquier aspiración de concordia por parte de la izquierda y por nacionalistas y separatistas de traje y camiseta, lo que nos queda es percibir los efectos perniciosos de aspirar a conseguir el paraíso venga este en 2030 o en el 2050.
Quedarán en el mundo pocas personas capaces de no tener miedo a la libertad. Dominados por apocalípticos mensajes de destrucción, fin del mundo y de la “libertad”, los humanos y sus políticos querrán hacer creer a las personas que hay que aceptar los imponderables que cercenen su libertad, para ello crearán el carné de buen ciudadano. Pocas formas de evasión quedarán para los amigos del pesimismo. La falsa esperanza, que el nacionalismo primero y el separatismo después instaló en Cataluña, hunde sus raíces en la imposibilidad de negar un statu quo que encarcelaba la libertad de no ser catalán al modo “Pujol” y serlo de otras formas.
Igualmente, la izquierda española, y buena parte de la derecha ininteligible, se han sumergido en el mismo discurso. Una forma de explicación de la realidad que es inmune a la crítica y que, con distinta suerte, ha conseguido esconder y proteger en una bolsa de residuos caninos, sus propias ilusiones, artificios de alquimista moderno con pelo turco.
Los viejos tópicos de la izquierda francesa sobre la subversión y los modos de actuación social ha recuperado en España una versión doméstica, castiza, rumbera en la que la condición ininteligible de sus mensajes, parece más profunda con el balbuceo ideológico que se sitúa entre la provocación procaz de Albert Pla o el posmoderno toque musical de CTangana.
Hay una huida de la realidad, una falta de equilibrio que cabalga sonoras contradicciones mientras Madrid, Barcelona, Sevilla, Soria o La Coruña se enganchan a sus propios profetas redentores que buscan apremiantes soluciones para pandemias, desastres ecológicos embebidos e hipnotizados por vicios discursivos que encierran las verdades del momento.
En nuestro mundo actual, en la España de 2021 no existen las virtudes capaces de revertir el proceso de disolución moral, intelectual e ideológica. Si Andrés Trapiello es un revisionista a los ojos de la izquierda de Madrid, esto no es únicamente el producto de una tozuda voluntad de construcción de una hegemonía cultural oscilante del PSOE, se debe además a nuestra existencia dentro de un contexto social en que se ha externalizado la crítica, se ha vaciado el Ateneo y cerrado las bibliotecas por la Pandemia, poniendo en cuarentena los libros cada vez que son usados por un lector o investigador. La consideración y la “acusación” de revisionismo revela que la izquierda no desea historias de dioses que no sean los propios.
Para gobernar la República de los ignorantes (versión personal de la República de los Tontos de Santiago González), es necesario depurar las mentes y etiquetar, con fórmulas retóricas de TFG, los actos de libertad intelectual de algunos. Poco importa que esto dé inicio a una nueva Caza de Brujas, no, se trata de una revolución in-cultural en la que se pretende promover una suerte de odio infantil, mágico en el que Andrés Trapiello y sus Armas y las letras o sus textos en el diario El Mundo son considerados como parte de un programa destructor de la “verdad”.
No hay motivo para la esperanza; pero un razonable pesimismo nos hará admitir, sin miedo a equivocarnos, que, pese a que algunos no perdonen el escepticismo intelectual ante determinados dogmas de la Tofu Izquierda y rechacemos la existencia de ese Paraíso emergido sin Dante, ni Adán y que sólo es producto de la gratia de Sánchez o Aragonés (qué paradoja la suya), nuestro pasado de personas libres, nos hará escaparnos unas horas de la llamada tribal que el Gayo liberticida, de aquí y allá, nos canta todas las mañanas para invitarnos a su ágape infernal.
El trasfondo del pesimista razonable es, apenas, el de vivir en su libertad y sometido a las leyes que consagren su propio deseo de ser virtuoso en un tiempo de visiones unitarias inscritas en el falso ideal de la “sincera cooperación mutua”. Entre medias caminemos por el Salón de los Pasos perdidos y concluyamos con las armas de la razón y las letras del tipógrafo.
Heraldo Baldi. Mayo, 2021 ó 2050
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