«Los políticos independentistas catalanes que intentaron aquel golpe de Estado se han desinflado: son conscientes de que por ese camino les ha ido muy mal, y no saben qué hacer. Ahora viven en un desconcierto horroroso. Están todo el día haciendo cosas que son más pintorescas que políticas. ‘Vale no tenemos la independencia, pero cuando venga el rey no le saludamos. Pero después cenamos con él’. ¡Pero es que esto parece de colegio. Es una cosa tremendamente ridícula».
Así de claro es Alfonso Guerra en un libro imprescindible, ‘La Rosa y las espinas. El hombre detrás del político’ (La esfera de los libros). En un párrafo retrata perfectamente lo que vivimos en Cataluña durante el ‘procés’, al definir la consulta ilegal del 1 de octubre como lo que realmente fue, un «golpe de Estado». Y, además, retrata la ridiculez del comportamiento de algunos líderes separatistas. Y Guerra ‘ho torna a fer’ cuando dice de ellos que «todo lo habían puesto en lo que iban a hacer, en la independencia. Y como eso no es posible, están haciendo independencia de boquilla todo el tiempo».
Con este breve esbozo sobre los políticos independentistas ya queda claro el tono del libro, una conversación a tumba abierta y sin ahorrarse ningún tema entre Alfonso Guerra y Manuel Lamarca. Por supuesto, lo recomiendo, no solo porque el ex vicepresidente del Gobierno es una de las mentes más interesantes de la izquierda del último medio siglo, sino porque en estos momentos de agitación máxima en la política española, con un PSOE encamado con separatistas y populistas, da gusto escuchar las reflexiones de un socialdemócrata que contribuyó a la consolidación de la democracia en nuestro país.
Esta obra combina temas de ámbito más personal, sobre todo en en la recta final de la obra, con reflexiones sobre la historia de España en el último medio siglo. Narra desde su llegada a la política en las postrimerías del franquismo junto a Felipe González o Nicolás Redondo Urbieta. Y relata uno de los episodios claves en la historia reciente del PSOE, cuando González eliminó en 1979 el marxismo del programa del partido, defendiendo que “hay que ser socialistas antes que marxistas”, lo que le costó la dimisión como secretario general, y su posterior retorno.
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