El 21 de enero de 1910 se estrenó en el Teatro Eslava de Madrid la zarzuela “La Corte de Faraón”, de Vicente Lleó. La llamada “opereta bíblica” es una genial y muy recomendable parodia de la verdiana Aida y de lo que debió ser una corte faraónica, con toques picantes y que en su época fue todo un hito (tanto por su atrevimiento como por su calidad).
Hasta el momento, creo que esta obra ha sido una de las mejores parodias que la lírica española ha puesto en escena (son míticas algunas de sus piezas, como “las tres viudas” o los cuplés “babilónicos”). Pero he de reconocer que Puigdemont, con su “Consell de la Republica”, ha conseguido superar con creces a Vicente Lleó y a los libretistas que escribieron la genial Zarzuela (Perrín y Palacios) y todo sin tener que ponerse los cuernos del buey Apis (que sepamos). Ciertamente, si Lluís Llach pusiese música al tema, tendríamos otra obra maestra de la lírica cómica: ni los hermanos Quintero podrían haber ideado un libreto más cómico.
Proclamarse “presidente en el exilio” de una República inexistente (después de salir corriendo dentro de un maletero cuando podías haberla proclamado y dejando tirados a tus socios como cebo), ser capaz de ir nombrando a tu propia corte, montarse un consejillo de cuatro amigos con Palacete incluido en Waterloo y que haya algún primo (carnal o no) que te lo pague tiene mucho mérito. Que partidos aparentemente responsables y que aspiran a gobernar administraciones reales y no imaginarias te tengan en cuenta y seas capaz de influenciarles (sobre todo después de lo que has hecho y de la lealtad que les has demostrado huyendo con alevosía y nocturnidad), tiene aún mucho más mérito. Ser capaz de mantener una dignidad histriónica y que no se te escape la risa, y que además no te pongan una camisa de fuerza, es el súmmum del mérito.
Ahora bien, sin negar el mérito a Puigdemont por ser capaz de haberse montado su Tierra Media particular a gastos pagados, todo esto nos tendría que hacer reflexionar como sociedad catalana y de una manera muy profunda.
Objetivamente y desprendiéndonos de cualquier filtro político, cualquier persona (incluso un independentista de pro), si examina el “tinglao” de Puigdemont y su Consell de la República, se da cuenta que todo es una gigantesca astracanada que no va a ningún sitio, irreal y fantasiosa, tanto en sus formas como en sus planteamientos, y cuyos principales impulsores se van alejando tanto de la realidad que hasta los más militantes de los hooligans del procés ya perciben que queda muy poco para que empiecen a necesitar medicación con urgencia. Y pese a todo eso, aún tenemos un número importante de ciudadanos en Cataluña y algunos partidos que parece que aspiren a gobernar (como Junts) que siguen dándole carrete al invento, sin atreverse a decirle a Puigdemont que, como el rey del cuento, hace tiempo que va en pelotas.
Y lo peor, dándole carrete aceptando que afecte a decisiones normales de un país democrático, que pagan el invento (esperemos que no con dinero público, aunque ya sabemos lo habilidosos que pueden llegar a ser con su gestión) y que están transformando Cataluña en una región ingobernable inmersa en una parálisis que va a hacerle mucho daño, no sólo ahora sino en el futuro. Tener a gran parte de la población entretenida con cuentos y sembrando odios sarracenos entre los ciudadanos, dividiendo y manteniendo a una parte fuera de la realidad sólo se destruye, no se construye. No hay nada mejor para mantener una sociedad en el atraso que tenerla viviendo en conflictos bizantinos permanentes.
Se decía que para que España avanzase a la modernidad era necesario cerrar con siete llaves el sarcófago del Cid; ahora bien podemos decir que para que Cataluña avance es necesario que saquemos del cartel la opereta cómica que nos mandan machaconamente desde Bruselas y volvamos a la realidad, y a pensar en cosas más mundanales y aburridas como combatir la inflación, mejorar la educación y la sanidad o facilitar el acceso a la vivienda. Será menos emocionante que estar viviendo permanentemente una especie de Guerra de las Galaxias en versión cutre, pero seguro que vivimos todos mucho mejor.
Ángel Escolano es presidente de Convivencia Cívica Catalana
NOTA: En estos momentos de crisis y de hundimiento de publicidad, elCatalán.es necesita ayuda para poder seguir con nuestra labor de apoyo al constitucionalismo y de denuncia de los abusos secesionistas. Si pueden, sea 2, 5, 10, 20 euros o lo que deseen hagan un donativo aquí.
no recibe subvenciones de la Generalitat de Catalunya.
Si quieres leer nuestras noticias necesitamos tu apoyo.