Es un personaje de ficción, situado en los años 30 del siglo XX. Un jerezano que fue contrabandista de armas, un espía endurecido por años de tensión y peligro. Simpatiza con varias causas, pero es un mercenario y en Eva (Alfaguara) trabaja para el régimen franquista: a los ocho meses de comenzada la Guerra Civil se le encarga apoderarse del oro de la República que navega cerca de Tánger, en el Mount Castle. Fracasa. Arturo Pérez-Reverte prosigue con las aventuras cruzadas de Lorenzo Falcó y la enigmática Eva Neretva, agente soviético. En estas páginas se reitera la experiencia de saberse un peón en un juego ajeno: “Peones desechables en un tablero donde jugaban otros”, con crueldad, estupidez y codicia. Metáfora y realidad.
Hay lugares de los que nunca se vuelve. Falcó caminaba solo a través de un mundo vacío. Lo hacía a conciencia y sin gloria. Capaz, sin embargo, de dejar libre a un enemigo, porque no servía de nada que muriese y acaso lo admirase. Lorenzo Falcó sostenía que se enfrentaban a “mundos opuestos, maneras diferentes de entender la vida, la muerte y los lazos inevitables que relacionaban ambas. Frío método y fe por una parte, tranquilo egoísmo lúcido por la otra. Aquello no era conciliable en absoluto”. Pero él seguía adelante, con un triste cinismo a cuestas y con una dureza que reservaba un sorprendente margen al honor.
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