El domingo con el que comienza el mes de julio está siendo un día intenso en lo deportivo.
Por un lado se finiquitan los Juegos del Mediterráneo. Cita deportiva que, al margen de toda la prosa interesada y “contaminante”, debe valorarse como un éxito sobresaliente para los integrantes de la delegación nacional española.
Han sido 122 medallas, de ellas 38 de oro, las que ha obtenido nuestro deporte. Un balance que ha permitido situar a España tan solo por debajo de Italia en el medallero. Con tal cosecha de metales han sido muchos los deportistas españoles que han subido, en las numerosas disciplinas deportivas, a los diferentes cajones del pódium.
Bajo ese prisma es objetivo e indiscutible el resultado meritorio de los nuestros, razón por la que hemos de felicitar a todo el equipo nacional, viendo la buena imagen transmitida a nivel competitivo.
Pero, por otro lado, hemos de tener en cuenta que los Juegos han tenido que convivir con la celebración de un Campeonato Mundial de Futbol. Y toda la repercusión mediática y protagonismo informativo que ello conlleva.
En relación con este segundo gran evento, aunque me consta que quedan muchos e interesantes partidos, para mí el domingo también acaba la cita mundialista tras la salida precipitada de nuestro equipo, algo previsible viendo el nivel acreditado en la fase de grupos y la falta de mejoría en el primer encuentro a cara y cruz.
La descalificación como tal se ha consumado pero, sin duda, comenzó a fraguarse tras la ocurrencia del recién nombrado presidente de la RFEF de retirar del equipo al ingeniero que, como seleccionador, lo diseñó. A mi entender era ahora, tras salir de la competición, el momento de tomar decisiones. Lo de marcar el terreno y demostrar galones de presidencia será muy guay para el ego personal, pero nefasto desde la perspectiva de expectativas nacionales.
Como el que me conoce ya sabe soy de los que me gusta el deporte pero, ante todo, me encanta disfrutar de los éxitos de mi país y no me molesta reconocer que soy de los que sigue las citas deportivas al son de los avances de los que nos representan.
Por eso me duele todo lo colateral que puede afectar o condicionar y, cuando nos toca irnos, máxime si se hace con una frustrante desilusión, siento un desinterés y despreocupación que me desconecta casi del todo de la competición.
Por tanto, tras el desgraciado fiasco ante los rusos, dejará de preocuparme si jugamos un día u otro, o si se juega a una u otra hora de la tarde. Me iré enterando de cómo evoluciona el Mundial por los comentarios que vayan llegando a mis oídos, en especial lo que afecta a Bélgica que, para los que imagináis, son sus representantes… no hay nada como tener una mansión pagada por todos en Waterloo.
Es una pena que política y deporte se fundan, algo con lo que convivimos desde hace mucho tiempo los barceloneses. Al menos ahora, tras la eliminación del equipo español, el independentismo municipal que encabeza nuestra alcaldesa ya puede dejar de hacer el ridículo poniendo trabas abusivas y humillantes a nuestros amigos de “Barcelona con la Selección”, algo recurrente en sus solicitudes de permisos para ver partidos de España en pantalla gigante.
Esperemos que, para citas venideras, el constitucionalismo recobre la alcaldía de la capital catalana y pongamos en valor el deporte nacional y el sentimiento que lleva parejo.
Por Javier Megino
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