Me paso las horas muertas pensando en la salud mental (esa obsesión mía de la que hablo a menudo) de algo menos de la mitad de mis paisanos catalanes, algo más de la mitad de sus diputados, y prácticamente todos los dirigentes de su ejecutivo. De unos y otros me llama mucho la atención la gran seguridad en sí mismos que demuestran al opinar y enseguida me viene a la memoria una frase de Bertrand Russell: “Gran parte de las dificultades por las que atraviesa el mundo se debe a que los ignorantes están completamente seguros y los inteligentes llenos de dudas”.
Entre una cosa y otra, yo prefiero siempre dudar; no por el conformismo ingenuo de sentirme inteligente sino porque dudar es tomar distancia de los asuntos, no dejarse llevar por las pasiones, ponerse en condiciones de pensar con calidad y, entre otros ejemplos, no conceder a tópicos y prejuicios (como decía hace poco) la presunción de inocencia que a las personas sí se debe.
Nuestro modélico proceso de transición a la democracia tuvo más de pensamiento crítico y de duda que de fanatismos; todos cedieron mucho por el bien común y les coronó el éxito, desde las cortes franquistas hasta el partido comunista, desde los más centralistas hasta los más nacionalistas.
El mundo entero se quedó perplejo y fuimos justamente admirados; no fue una transición perfecta pero la realidad política de que somos testigos actualmente, la que no se explica tras aquel éxito, es mucho peor porque estando en condiciones notablemente mejores se caracteriza por la lucha partidista y los afanes de imposición; aquella tarea fue integradora y ahora se opta a diario por la exclusión; contribuyen a ello con fuerza populismos y nacionalismos que dudan poco o nada, y que creen más en la calle que en la ley.
Me asombra constatar lo humano que es dudar y la poca frecuencia con que se hace. Mucho más humano debe ser el fanatismo ya que, lamentablemente, es a lo que tendemos por pura comodidad, porque no requiere tanto esfuerzo mental como la reflexión que sigue a la duda. Benito Pérez Galdós hace decir a Bartolillo, en el episodio nacional de Cádiz: “El fanatismo es una enfermedad físico-moral, cruel y desesperada, porque los que la padecen aborrecen más la medicina que la enfermedad”, (viene siendo lo que insinuaba al final de mi artículo 31 sobre la ley de la demanda inversa).
Me fascina la facilidad y la seguridad con la que los nacionalistas pasan del concepto de disconformidad al de discordia, del de desavenencia al de desunión. Tal parece que por discrepar de ciertos puntos (discutibles, por cierto) no podamos ya vivir juntos; que las diferencias (mínimas, por cierto) impliquen la necesidad de pertenecer a un Estado aparte.
De sobra sé que la unanimidad total es una utopía pero no termino de entender el narcisismo de algunos, que les inspira críticas despiadadas hacia una España llena de errores, pecados y vicios, carencias y limitaciones, y en cambio ven como casi perfectas y admirables las partes de ella en que habitan y en cuyo pasado no hallan nada de lo que arrepentirse. Creo que tales actitudes les descalifican intelectualmente y a partir de ahí me cuesta creer los fundamentos de lo que predican, si los hay, por mucho que me abstraiga de mis sentimientos.
Cuanto más mayor soy, más aficionado a la duda me hago; creo que es la mejor herramienta para pensar, y casi todos los filósofos que en el mundo han sido se han basado en ella de un modo u otro. Digo casi todos, por no decir todos. Voltaire, por ejemplo, decía que la duda es una muestra de cordura, y añadía que dudar es un tanto desagradable pero que la certeza es un estado ridículo que sólo sirve para consolarse uno mismo. Según Montaigne, saber mucho permite dudar más, y al revés.
La duda era la precaución personal de Azaña contra la pedantería. Unamuno pensaba que no dudar lo bastante conduce a debilidad, y Cela consideraba la duda como un regalo. Al repasar estas ideas, y muchas más, no puedo evitar caer de nuevo en la obsesión que usted ya sabe y aplicarlas al caso que nos ocupa, a lo que revelan las mentes de catalanes dirigentes y abducidos; las conclusiones que extraigo de tal ejercicio son lamentables.
Dudar es muy bueno, como digo, por las razones apuntadas, pero no puede uno estar dudando de todo y empezar de cero continuamente, eso equivaldría a desaprovechar el desarrollo del pensamiento humano a lo largo de siglos. Me gusta la comparación que hace la catalana Victoria Camps de la duda y la tolerancia: está bien dudar pero hasta cierto punto, porque no se puede dudar de todo; igual que está bien tolerar lo que nos incomoda pero hasta cierto punto, porque no todo es tolerable.
Así, hay aspectos sobre los que no me caben dudas y con ellos voy salpicando mis artículos; no procedería volver atrás y resaltarlos de nuevo, pero pondré unos pocos basándome en noticias recientes: no es de recibo que, por ejemplo, fallecido y enterrado el enemigo común hace 43 años, ser de izquierdas y nacionalista sea aún visto por alguno como compatible y hasta complementario (división de opiniones en la izquierda por el apoyo al independentismo catalán de ciertos sindicatos alrededor del primero de mayo de 2018); o que todo el que discrepe del secesionismo sea tildado de facha aunque sea socialista (Puigdemont dice de Borrell que es un “ultraderechista”, el mismo día en que promete su cargo como Ministro de Exteriores); o que se analice con una visión penosamente “catalano-tubular” (el ombliguismo que no cesa) la personalidad de cada miembro del nuevo gobierno de Sánchez; o que a Torra le solivianten las acusaciones de racista si vienen de la derecha pero conteste con cómplices guiños sobre aspiraciones republicanas si vienen de la izquierda (cruce de mensajes entre Torra y Echenique, hoy 9 de junio); y así podríamos seguir…
Tampoco me ofrece dudas constatar que en el ámbito del secesionismo todo el mundo piensa de igual modo y que, cuando eso ocurre, es que nadie está pensando (como dice Walter Lippmann), o que alguien está pensando por los demás (añadido que apunta mi amigo Pau Guix). Y es que el pensamiento puede ser común, único, manipulado, políticamente correcto… pero, al igual que la libertad (“el más precioso don que a los hombres dieron los cielos”, según instruía D. Quijote a Sancho), la duda es siempre individual y ahí ya hay que echarle unas neuronas de las pocas que nos van quedando…
La democracia no logra eliminar las posturas nacionalistas basadas en tópicos y prejuicios, en principios simples, etc. pero los nacionalistas no quieren aceptarlo y por eso la invocan constantemente (…como justificación multipropósito, no para servirla de corazón). Por cierto: lo del Quijote lo he puesto como continuación del homenaje a Cervantes por parte de Societat Civil Catalana, saboteado ayer en Barcelona por los CDR’s…
De higiene mental, advertí ya en el primer artículo que iría la cosa; y “mayores cosas veredes, amigo Sancho”, le advirtió el ingenioso hidalgo; lo que da bastante miedo hoy. La semana próxima seguiré con el desarrollo de este apasionante tema de la relación entre la duda y la democracia, y ya verá usted lo mucho que da de sí.
Por Ángel Mazo
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