La mansedumbre de hoy será la servidumbre de mañana, con estas palabras titulé alguna de mis últimas columnas en este periódico. Hoy en día, desconocemos si esta servidumbre es voluntaria, pero el camino hacia esta lo hemos iniciado. Anestesiada la sociedad, solo queda la Torre para escribir un Ensayo. Los muertos, sus familias y su memoria exigen, además de respeto, dosis de pensamiento crítico, agudeza intelectual y reflexión sin sectarismos; pero es necesario mirar a los lados y ver que las cosas se pueden hacer de otra forma. Pero, lo que se nos ofrece, en el corto plazo, es un confinamiento y la extensión del Estado de Alarma hasta un tiempo sin determinar.
Se señala la irresponsabilidad de la gente en sus salidas dominicales (seguro que así fue), pero el objetivo final de esta noticia es recordarnos que no “sabemos ser libres” ni “responsables”, y nuevamente, que la comunidad es mejor que el individuo, siempre sometido a sus torpes “instintos”. En estas circunstancias, el añadido moral que deberíamos esperar no debería venir a lomos de los caballos de los jinetes del apocalipsis, pero así lo parece.
El presidente del gobierno afirmó, en su rueda de prensa, que el final de todo este proceso de “desescalada” es la “Nueva Normalidad”. Terrible, esa sospecha del bienestar colectivo. Un día después, en la Sesión de Control al ejecutivo, el vicepresidente Pablo Iglesias, en un tono falsamente mesurado, ha atacado a un partido de la oposición al que no ha escatimado en amenazas de un nítido y rancio aroma “revisionista”.
Ambos elementos, el de la creación de significantes sociales que aglutinen y transformen el día a día de los ciudadanos y la negación del otro mediante la coacción verbal en sede parlamentaria, forman parte de los imperativos de toda clase de totalitarismo y suelen ser moneda corriente de los discursos que, desde la aparición del partido antes llamado Podemos, han proferido aquí y allá. El sesgo diferencial en esta ocasión es que todo viene marcado por un nuevo calendario en el que el concepto “Nueva Normalidad” que, teóricamente solo deberíamos aplicar a la vuelta a un momento previo al confinamiento, puede llegar a extenderse a otras esferas de la vida política a modo de comédie noire del año. Junto con otro hecho que no debemos dejar pasar por algo, que es el propio PSOE en la voz de su Secretario General y presidente del Gobierno, el que asume este significante y lo que ello pueda traernos para la sociedad.
Hace muchos años, uno de los admirados por Monedero, miembros de la Escuela de Frankfurt, Adorno, refería, sin rubor, que una de las técnicas frecuentes de la lucha política consistía en la ridiculización del adversario. Claro, esto es una obviedad en nuestro día. El gobierno, sus socios efectivos y sus chantajistas habituales suelen hacer uso de esta estrategia a la que añaden un nuevo condicionante, el de la memoria confusa y selectiva que siempre resulta tan operativa en política.
Por eso, que más da que el término “nueva normalidad” recuerde episodios oscuros del pasado de los regímenes totalitarios; tampoco tiene ninguna importancia que en el parlamento se amenace a la oposición, se insulte al jefe del estado y al poder judicial; el contexto de buenismo vestido con mascarillas defectuosas permite estas faltas que debemos entender como “fragor” político y es ahí donde la caprichosa memoria de nuestro “estado de opinión “ permanente se hace blanda y olvida lo que significa el desprestigio constante de las instituciones, las amenazas y muerte civil del otro y la creación de categorías en las que las personas deben encasillarse y vivir. ¿Cuáles serán las reglas de urbanidad en la Nueva Normalidad?
Pero, ¿cuándo recuperamos la inocencia? ¿En qué momento las sociedades decidieron olvidar el terror para abandonarse en el dominio de las entidades abstractas y sus demiurgos liberticidas?
No, el proceso de erosión que el coronavirus como fuerza explosiva ha provocado genera un ruido que domina la totalidad del campo de la música. Nuestro oído, lejos de ser absoluto, absorbe todas las disonancias al mismo tiempo, confundiendo la OMS, la OCDE, Oxford y el CIS como un aglomerado de información sin percibir, que este ruido, induce un proceso inconsciente, pero dirigido, de desmoronamiento de las legítimas y funcionales instituciones del Estado.
Se pide, se exige a la oposición que acepte el acuerdo “lenteja”, ese por el cual, seremos menos libres y más controlados sin un plan B. Recuerden ahora esa frase de Hannibal Smith en ‘El Equipo A’, “me encantan que los planes salgan bien”, aunque el plan fuera el más descabellado posible. El guapo, el loco y el bruto de todo este equipo que nos lleva al Estado de Alerta no constituyen el reparto de una serie de ficción adolescente, es algo serio. Los planes A, B e incluso el C, si los hubiera, afecta a la vida de las personas, sus trabajos y en primer término a la libertad.
La Nueva Normalidad puede que no sea nada más que una idea del laboratorio de conceptos que manejan los “favoritos” del presidente del gobierno o que se trate de una “inspiración” de las poluciones nocturnas del vicepresidente pero, al igual que se vivió en 2017 Cataluña con el “acto simbólico” de proclamación de la república, la presencia en el lenguaje social de estas construcciones suelen venir asistidas de cambios normativos y legislativos más o menos notorios que nos permiten atisbar, por una simple idea de repetición, lo frágil de nuestra libertad cuando, los que la “custodian”, la desean desnaturalizar y cancelar la libertad para y la libertad de.
Ahora, amparados en la urgencia social de salir del confinamiento, esas viejas leyes del deseo psicoanalistas cobran naturaleza de acción en el gobierno. Y el odio de algunos y el ego de otros dictan los discursos y la acción de la política, por lo tanto, en vez de la Nueva Normalidad, cantemos, eso de “la vida sigue igual”.
Heraldo Baldi
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