
Cristina Losada (Vigo, 1956) es columnista en Libertad Digital, coautora del podcast El Búho y autora de libros como Morfina Roja o Un sombrero cargado de nieve. Muchos, sin embargo, la conocerán por su faceta política, ya que fue la candidata de Ciudadanos a la Xunta en 2016. Aquí, Losada critica la alianza entre parte de la izquierda y el nacionalismo, el sistema de inmersión catalán o el famoso derecho a decidir, “una de las pieles de corderito que se pone el lobo nacionalista”.
Uno de sus artículos llevaba por título ¿Qué tiene que ver Owen Jones con Jordi Pujol?. Y bien, ¿tienen algo que ver?
Quise explorar esa cuestión precisamente por lo poco que tiene que ver, en teoría, alguien como Jones, que propone el regreso de la izquierda a políticas de clase, que parece un izquierdista de los de antes de la dispersión identitaria, con un nacionalismo etnicista, al que desde la perspectiva de clase se tendría que combatir. Me preguntaba qué lleva a un fustigador de los poderosos, partidario de la redistribución, a estar del lado del separatismo de los ricos.
Encontré que hay algo que pueden tener en común. Que los dos vean a España como un país inferior y de inferiores. Es evidente que el separatismo catalán va de eso. No es tan evidente en el caso de los Jones que hay por ahí. Pero ese sesgo puede explicar la querencia de figuras internacionales de la izquierda por la causa de unas élites poderosas, corruptas y racistas. Eso y que, en realidad, tales izquierdistas están en la paparrucha identitaria.
En otro texto, se refería a Podemos y los comunes como la “izquierda amarilla”. ¿Cuál es el motivo?
Hay algo de sindicato amarillo en la posición de Podemos y los comunes respecto al separatismo catalán. Se reclaman de la izquierda, pero resulta que están, de hecho, al servicio de los nacionalistas. Esto nos suele fastidiar a los que fuimos de izquierdas y no tuvimos ninguna simpatía por el nacionalismo, pero hay que reconocer que en Cataluña, por lo menos, la izquierda y el nacionalismo han sido siempre muy compatibles. Alguien de izquierdas no va a reconocer que comparte la pulsión etnicista del nacionalismo catalán, pero se puede sentir así y encima se lo puede ocultar a sí mismo y a los demás gracias al fantástico salvoconducto moral que concede el ser de izquierdas.
El llamado derecho a decidir se ha convertido en dogma de fe para gran parte de los catalanes, incluidos muchos contrarios a la secesión. ¿Qué argumentos pueden oponérsele?
Muchos, empezando por el elemental de quién decide sobre qué. El sujeto de soberanía, en definitiva. Que somos todos los españoles. Pero ya no estoy nada segura de que este asunto vaya de argumentos. Cada vez que se les ha preguntado a dirigentes independentistas por qué no van por la vía legal, la de la reforma constitucional, y yo lo he preguntado alguna vez personalmente, lo descartan de tal manera que está claro que sólo quieren imponer su voluntad, que no quieren convencer —al resto de españoles—, sino vencer. Y de un modo, además, artero y tramposo. El derecho a decidir es una de las pieles de corderito que se pone el lobo nacionalista.
Para el analista Alejandro Tercero, la inmersión lingüística catalana es la “mayor aberración cultural que se ha perpetrado en las últimas tres décadas en occidente”. ¿Tan negativo es este sistema?
A mí me pareció muy convincente Francisco Caja, autor de un libro esencial para entender todo esto —La raza catalana—, cuando dijo que la inmersión era el primer acto de adoctrinamiento nacionalista y el más importante. En Cataluña, la inmersión no es un método para aprender una lengua, sino un medio para transmitir una ideología. A través de la inmersión, que significa proscribir la lengua española, el alumno, desde niño, recibe in nuce el mensaje de que hay una lengua de primera y otra de segunda, y que él mismo, según cuál sea su lengua materna, tendrá un estatus de ciudadano de primera o de segunda durante su vida.
Reporteros sin Fronteras ha calificado Cataluña como “terreno peligroso” para la prensa. ¿Corre peligro la libertad de prensa en Cataluña?
Las agresiones y el acoso a periodistas son la parte visible del problema. De eso habla Reporteros Sin Fronteras. Pero la gran amenaza silenciosa para la libertad de prensa es un entorno monolítico, dominado por un sesgo ideológico, en el que no se admiten disidencias o salen muy caras. El nacionalismo catalán ha utilizado durante décadas el poder político que ha tenido prácticamente en exclusiva en la autonomía para generar un entorno de ese tipo.
¿Y cómo valora la labor que llevan a cabo la televisión y radio pública catalanas?
En estos años han sido puros instrumentos de agitación y propaganda del proyecto separatista. Eso por descontado. Pero no queda ahí la cosa. Han sido fundamentales para construir y mantener la cosmovisión nacionalista. No basta con que el creyente crea a título individual, tiene que vivir en un entorno que confirme su creencia. Los partidarios del separatismo se informan —es un decir— casi en exclusiva por TV3 y medios públicos del mismo corte, y no salen por tanto de su realidad paralela. Aunque para mí, lo peor de lo peor es cómo, amparados en el humor o no, tienden a caricaturizar y a burlarse de los catalanes con origen en otros lugares de España.
Uno de los frases que más se escuchan estos días con respecto al asunto catalán es que “un problema político exige una solución política”. ¿Es así?
Sería una perogrullada, si no fuera porque sabemos exactamente qué bichos lleva dentro. El primero, que el separatismo está por encima de la ley y de preceptos constitucionales. El segundo, relacionado, que hay que buscar como sea una manera de contentarlo o apaciguarlo.
Pese a que España es uno de los Estados más descentralizados del mundo, algunos siguen denunciando el “centralismo” español como origen del problema. ¿Cómo se explica?
Casi nunca por ignorancia. Es una falsedad que ha difundido mucha gente de izquierdas y el propio PSOE. Hace un tiempo, hablaban de una recentralización que se habría producido durante la etapa de Rajoy. ¿Cómo, dónde, cuándo? No hay detalles ni los habrá. Es uno de los cocos habituales.
Según Pedro Sánchez, “Puigdemont y Torra harían la ola con un gobierno de derechas en España”. ¿Tiene razón?
Es la enésima versión de la tontería de que la “mano dura” o la derecha o el PP son “fábricas de independentistas”. Bueno, es algo peor que una tontería. Lo que más ha alentado al nacionalismo ha sido la esperanza, generalmente fundada, en que sus chantajes iban a tener éxito. Lo único que no se ha probado hasta ahora y hasta el final es hacerles cumplir la ley y no darles nada. Lo más parecido que tenemos a una solución política es la política de no ceder. Que tengan la seguridad de que su chantaje no va a dar frutos.
Son muchas voces las que señalan que la fractura social en Cataluña tardará décadas en soldarse. ¿Es usted más optimista?
Mi impresión es que esa fractura estaba ahí de antes. Marcada, incipiente, larvada, como se quiera, pero ya perfilada en lo fundamental. Cuando lees a catalanistas de hace noventa años; cuando lees documentos como el Manifiesto por la preservación de la raza catalana, de los años 30; cuando ves que estaban preocupadísimos por la presencia de una parte, pequeña entonces, de población que venía de otros lugares de España; te das cuenta de que la fractura existe desde hace mucho tiempo. Pienso que es mejor que se haya manifestado, a que se hiciera como que no existía. A que pareciera que la mitad de la población catalana, la no nacionalista, no existía políticamente. Es mejor la fractura que la dictadura.
Por Óscar Benítez
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