El mensaje diario, con campanadas de acompañamiento, que el ayuntamiento de Vic lanza a la población sobre la existencia de “presos políticos” y el camino hacia la independencia de Cataluña, es la prueba más evidente que parte del secesionismo ha perdido el control de sus actos.
Cuando se retransmiten proclamas a la población es que los regidores secesionistas de Vic se han creído que son el Gran Hermano de Orwell. Ya no les basta con llenar toda la población de color amarillo, el ayuntamiento de pancartas y lazos y la plaza Mayor de cruces. Ahora quieren meterse en el cerebro de sus vecinos con sus mantras.
Quieren dejar claro que en Vic las instituciones son suyas. Que las calles son suyas. Y que las conciencias de sus vecinos también son suyas. Es un ejercicio de tal totalitarismo que estremece a cualquier persona que tenga un mínimo sentido del respeto democrático. Justo el respeto que los separatistas hace meses que han perdido.
Desde la celebración de los plenos de la vergüenza en el Parlament el 6 y el 7 de septiembre, en los que los partidos secesionistas violaron los derechos políticos de más de media Cataluña con la aprobación ilegal e indigna de la Ley del Referéndum y la Ley de Transitoriedad, el separatismo ha caído en una espiral de totalitarismo. De baja intensidad si quieren, pero totalitarismo.
El separatismo se ha proclamado como único guardián de las “esencias” de una “República catalana” que nunca se votó y transformaron la pantomima ilegal del 1 de octubre en el eje de una legitimidad inexistente basada en la exclusión de millones de conciudadanos.
Su forma de pensar es sencilla: cualquier catalán que no acepte que el 1 de octubre fue un “referéndum legal”, solo torpedeado por la “violencia fascista” de un “Estado totalitario”, no merece ser catalán y, por lo tanto, su opinión no es tenida en cuenta. No eres ciudadano, no existes.
De ahí que llenen todo de amarillo, porque si no estás de acuerdo, no eres catalán, por lo tanto no eres ciudadano y lo que pienses les importa un rábano. Por eso inundan los ayuntamientos y edificios públicos con sus símbolos. Por eso aplauden el uso de los Mossos d’Esquadra como policía política. Por eso les parece normal que TV3 se haya convertido en una herramienta de propaganda que insulta a millones de ciudadanos.
Y por eso les parece aceptable que un tipo como Quim Torra, que ha defendido en numerosos artículos y tuits ideas que en cualquier zona civilizada del mundo serían consideradas como despreciables y, como poco, supremacistas y rozando unos cuantos “istas” más de los que no sirven para ganar concursos de popularidad, sea “su” presidente.
Si los secesionistas han permitido, sin grandes críticas, que Puigdemont escoja a alguien así solo hay una conclusión posible: la mayoría de los separatistas desprecian a los catalanes (de hecho, incluso les niegan esta condición tratándoles como “colonos”) que no comparten sus ideas.
Ante una situación así, en la que sectores amplios del secesionismo han decidido excluir a millones de catalanes, no hay demasiadas opciones. O rectifican, piden disculpas por sus excesos e intentan cerrar las heridas, o el enfrentamiento social irá a más.
La propaganda secesionista se empeña en negar que haya confrontación social y en vez de reconocer que existe, y por su culpa, se dedican a defender que es solo una invención de Ciudadanos y PP. Vamos, en Cataluña todos nos queremos mucho y vamos todos unidos bajo la bandera estelada y los lazos amarillos, y solo Rivera y Casado se empeñan en enturbiar este marco idílico.
No soy optimista. Y no lo soy porque no veo voluntad en el secesionismo de reconocer sus errores. Porque el separatismo no tiene un problema con “Madrid”, el “Estado”, el “CNI”, la “Policía Nacional”, la “Guardia Civil”, el “Ejército” o la “Justicia española”. Lo tiene con los millones de catalanes no separatistas a los que ha insultado y a los que ha intentado privar de derechos políticos.
A quien tiene enfrente el separatismo no es al “Estado español”. Los secesionistas tienen enfrente a sus parejas, familiares, amigos, compañeros de oficina, panaderos, gestores, camareros, asesores financieros, carpinteros, socorristas, enfermeros… A millones de catalanes que se sienten catalanes y españoles sin más o simplemente que temen las formas autoritarias de esta “revolución de las sonrisas” que poco a poco ha mutado a la “revolución del puñetazo al que quita lazos”.
Ojalá me equivoque y el secesionismo se tranquilice y reconozca sus errores. Pero, a día de hoy, estamos más cerca del enfrentamiento civil que de una convivencia amistosa o, al menos, civilizada. Tal y cómo han tensado la cuerda los separatistas ya me conformaría con que nos ignorásemos, pero sin odiarnos.
Por Sergio Fidalgo, director de elCatalán.es
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