A los partidos separatistas, y aliados, que controlan la vida política y social catalana les da igual que la mayoría de los catalanes se sientan españoles. Ni que la lengua catalana, gracias a las instituciones creadas por la Constitución del 78, tenga en Cataluña un reconocimiento público y un apoyo excepcional en el ámbito educativo, empresarial, comunicativo y cultural.
Les importa un comino que los mecanismos de solidaridad interterritorial sean los mismos que existen en cualquier democracia avanzada del planeta. Ni que Cataluña es rica, sobre todo, por el trabajo de millones de ciudadanos provenientes del resto de España en las fábricas de Barcelona y otras localidades de esta comunidad autónoma.
De ahí que para conseguir sus fines políticos no hayan dudado en falsear la historia y retorcer los datos. Y han creado un aparato propagandístico que comienza en las guarderías y en las escuelas de primaria y acaba en los comedores de todos los hogares catalanes, gracias a los medios de comunicación públicos y privados subvencionados que no dudan en poner a sus periodistas al servicio de la causa de la secesión.
Pero a pesar de sus esfuerzos durante más de tres décadas siguen sin ser mayoría, y siempre recurren a subterfugios para vender que son «el pueblo catalán». Y mientras les dejemos, seguirán mintiendo.
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