Junts per Catalunya vuelve a agitar el fantasma de la ruptura con el PSOE. La dirección del partido de Carles Puigdemont amaga con organizar una consulta a su militancia para decidir si mantiene o no el apoyo parlamentario al Gobierno de Pedro Sánchez. Una maniobra que, pese a su apariencia de firmeza, se percibe más como un gesto de desgaste interno que como una verdadera amenaza política.
La historia reciente demuestra que Junts ha amagado en múltiples ocasiones con hacer caer al Ejecutivo socialista, pero nunca ha dado el paso definitivo. En el Congreso, sus portavoces han votado en contra de algunas medidas del Gobierno y han endurecido su discurso, pero siempre han evitado provocar una crisis real que pudiera terminar en una moción de censura o en elecciones anticipadas.
La realidad es que la única medida que inquietaría de verdad a Pedro Sánchez sería que Junts apoyara una moción de censura presentada por el PP y Vox. Ese escenario, sin embargo, ha sido rechazado reiteradamente por los de Puigdemont, que prefieren mantener su influencia en el Congreso sin facilitar un cambio de mayorías que los dejaría sin capacidad de maniobra.
Por eso, la consulta a la militancia suena más a un ejercicio de marketing político que a una decisión trascendental. Junts intenta proyectar una imagen de firmeza frente al PSOE en un momento de evidente desgaste entre su electorado. La dirección necesita mostrar que sigue plantando cara a Madrid, aunque en la práctica su margen de maniobra sea mínimo.
En el fondo, la maniobra responde a un temor interno: el avance de Aliança Catalana, el partido de Sílvia Orriols, que está atrayendo a buena parte del votante más conservador e independentista. Muchos de esos antiguos simpatizantes de Junts se sienten incómodos con la dependencia que Puigdemont ha mantenido respecto al PSOE desde la investidura de Sánchez.
Las políticas sociales y económicas del Gobierno, cada vez más marcadamente izquierdistas, han alejado a una parte del electorado de Junts que valora más la estabilidad económica que la retórica soberanista. Ese votante ve con recelo que el partido siga sosteniendo a un Ejecutivo que impulsa medidas con las que discrepa profundamente.
Puigdemont intenta cuadrar un difícil círculo: mantener viva la tensión separatista sin romper los puentes que le garantizan protagonismo político en Madrid. La consulta a la militancia le permite ganar tiempo y canalizar el malestar de sus bases sin asumir el coste de una ruptura real.
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