Me he cansado de los nacionalistas, así en general, de esa tipología de personas que nos amarga la vida y según parece no se sabe bien porqué, ya que no denotan satisfacción especial en ello y siguen cada vez más agrios, hasta conseguir un estado general de incomodidad.
Gracias a los de la “revolución de las sonrisas”, si algo pierdes es la sonrisa. La pierdes si conectas TV3 o las radios oficiales y las emisoras y medios que suculentamente subvencionan y actúan como palanganeros del régimen, serviles de quien haga falta.
La pierdes viendo lazos, cruces, disfraces, antorchas… por los inexistentes “presos políticos”, en referencia a golpistas en espera de ser juzgados; en los incidentes entre personas cada día más frecuentes, ante el griterío histérico reclamando solo suyas, las calles de todos.
Con las manifestaciones racistas de un presidente que nadie eligió, ante el insulto permanente de personas que en lugar de gobernar (a todos), solo se dedican a sus fans mintiendo, manipulando, insultando a la parte mayoritaria de la ciudadanía de Cataluña y a la total de España.
¿Y cabe ya más espera? Por todas las señales que se dan parece que no y que la reacción de cansancio, de hartazgo es más evidente y que callar ya no es la norma para mucha gente. Eso es bueno y a la vez es peligroso, la confrontación que ya nadie niega puede derivar en cualquier momento en un enfrentamiento con daños para gente. Eso hay que evitarlo.
Ahora, con la llegada del nuevo gobierno, llevamos días con mensajes contradictorios. Gestos sí y muchos pero claridad ninguna. Y en cuanto a Cataluña más desánimo que esperanza. Algo creo que se acrecienta, la sensación que no se tiene en cuenta a los constitucionalistas y se pretende poner parches con los nacionalistas. Lo que se entiende por muchos, entre los que me encuentro, como muy peligroso.
Reparen que he dicho constitucionalistas, no unionistas, ese término detestable con el que pretenden definir a los que no actuamos para solucionar nada roto. Simplemente somos legalistas, o sea demócratas. Los secesionistas catalanes no lo son, así nos distinguimos claramente.
Hace tiempo que en general en Cataluña parece que hemos olvidado las condiciones íntimas de la ciudadanía: aquellas que aceptan obligaciones que las normas democráticas nos piden y exigen para la convivencia y solidaridad. Y a la vez la defensa contundente de nuestros derechos cívicos.
Es decir, todo lo que nos hace ciudadanos. Si no cumplimos con unos y no reivindicamos los otros, hacemos dejadez de ciudadanía. Pero no es fácil, para ello debemos aclarar algunas cosas que nos permitan manejarnos con soltura y tomar buena base de convicciones y actuaciones. A modo de ejemplo y sin mucha pretensión:
Cataluña no está enfrentada a España. Los catalanes estamos enfrentados entre nosotros y en este nivel, los que somos españoles y catalanes con normalidad en desacuerdo con los que para sentirse catalanes abominan de todo lo demás y odian a lo español lobalmente. Incluso sin tener claro por qué o a qué.
Los nacionalistas no representan Cataluña. Cuando dicen hablar en su nombre sencillamente mienten interesadamente porque así el planteamiento conflictivo es más fácil de manejar y el odio a España más fácil de gestionar.
El patriotismo catalán ha servido para el expolio. Nadie sabe otro caso tan flagrante de corrupción institucional en nombre de valores “sagrados” como la patria. Pura retórica.
Cataluña no ha sido castigada por España. Queda claro solo con ver en la posguerra las inversiones como devolución de favores a la burguesía que apoyó el golpe de Estado y la dictadura.
España no roba a Cataluña. Esto sabemos que es una mentira repetida como mantra por los secesionistas que nunca lo han demostrado porque saben que es mentira.
Los que vinieron de otras partes de España no son emigrantes. Son ciudadanos del mismo Estado que cambiaron de domicilio fundamentalmente para obtener mejoras en sus vidas ya que Cataluña obtuvo más regalías de la dictadura y se desarrolló mejor, como el País Vasco. Y no se les regaló nada ni se les acogió. Muchos fueron duramente explotados sin derechos.
Cataluña nunca ha sido una nación. Leer un poco de historia, evitando los propagandistas del nacionalismo nos lo confirma. Es fácil.
En Cataluña se adoctrina a los niños. Es tan obvio, hay tantas pruebas que a quien lo niega podemos aconsejarle que traiga a sus hijos para un curso escolar y luego hablaremos.
Ser catalán no es nada muy especial. Partiendo de la realidad indiscutible que nadie escoge donde lo nacen, pues somos tan importantes como los de cualquier otro lugar. No hay pueblos elegidos.
Con estos sencillos mimbres y los que cada uno añada sin demasiado esfuerzo, sirve para manejarnos en lo cotidiano, al menos a mí me sirve, evito discusiones de posturas inmutables, no intento convencerlos, nunca me propongo curarlos (pienso que es piadoso trabajo de sus familias), exijo ser tratado amable, educada y justamente y me sirvo de tan escasos conceptos para blindarme con humor, de tanta agresión malsana.
Y así “sin acritú” pero con firmeza, igual nos entienden algunos gobernantes actuales que todavía confunden a los golpistas con políticos. Y no digamos partidos de ‘casa’, de esos que se consideran progresistas pero que viven en la ambigüedad permanente. Hasta barrerlos democráticamente con las banderas de la democracia y de nuestros derechos y de la justicia, -las que ellos desconocen-, en las urnas.
José Luis Vergara
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