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El Catalán Opinión

Yo nací en 1973

Por Benjamín Naranjo
sábado, 6 de junio de 2020
en Opinión
4 minuto/s de lectura
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La aprobación de la Constitución de 1978 y la instauración de un nuevo sistema político y administrativo descentralizado con la creación de las Comunidades Autónomas, la regulación de la separación de poderes y la amplia declaración de derechos fundamentales, así como de libertades civiles y políticas, es uno de los acuerdos o consensos más importantes de la historia reciente de este país.

Mi padre vivió ese consenso político y social entre los diferentes partidos de la época, sindicatos y organizaciones empresariales en plena crisis económica del petróleo y con una tasa de desempleo que llegó a estar en el 20 % en 1982. Él me explicaba en la década de los 80, cuando yo apenas era un chaval, que las amenazas principales de la Sociedad española de entonces eran el terrorismo y los melancólicos del régimen. ETA, GRAPO, FRAP, Batallón Vasco Español, etc… ponían en peligro la transición pacífica y algunos sectores de la sociedad, minoritarios, no obstante, intentaban obstaculizar la construcción de un verdadero sistema democrático.

Recuerdo también con cariño y mucho respeto a mi abuelo, excombatiente en la Guerra Civil y mutilado de guerra. Un hombre bueno, sin estudios, pero sincero y honesto. Con él aprendí que cada pregunta tenía una respuesta llena de sentido común y sabiduría, aunque hubo preguntas sin respuesta. Una de esas preguntas fue sobre la Batalla del Ebro, de la que nunca quiso hablarme llenándose sus ojos de lágrimas. Nunca quiso responderme qué pasó en las Sierras de Pàndols y Cavalls, en Gandesa, del por qué se mataban entre hermanos, del por qué unos eran los “rojos” y otros los “fascistas”.

Mi abuelo tenía clara solo una cosa: que ni Largo Caballero, ni Juan Negrín, ni la Falange Española de las JONS, ni el propio Franco habían ganado nada. España pasaba después de ese episodio nefasto en nuestra historia a la cartilla de razonamiento y a la subsistencia, al aislamiento del exterior y a la intervención del Estado en la pobre economía autárquica de guerra. Mi abuelo me dejó claro que lo que vino después fueron años de hambre, tristeza y represión para los vencidos. Él fue soldado del Ejército Nacional, los tres años del conflicto, con apenas 18 años recién cumplidos fue reclutado a la fuerza y llevado a los diferentes frentes de la contienda militar.

Más adelante, y después de la última etapa del franquismo, etapa de crecimiento económico y de movimientos migratorios internos, en los inicios de los años 70 hasta la muerte de Franco en 1975, España estuvo condicionada por un desgaste del Régimen que era evidente en el aumento de la conflictividad social, las tensiones políticas interiores y la ampliación de la oposición democrática.

Yo nací en 1973, año del atentado terrorista de ETA al almirante Carrero Blanco, penúltimo presidente del gobierno franquista. Después tuvieron lugar otros acontecimientos que pusieron fin a la agonía de la Dictadura, la crisis del Sahara y la misma muerte del “Caudillo”. Se dejaba atrás una etapa de la historia de España para dar paso a un proceso de transición política hacia la Democracia, la misma que disfrutamos ahora con la Constitución de 1978 y una evidente descentralización del Estado que hizo posible recuperar la Autonomía de Cataluña.

Con Adolfo Suárez y su gobierno este país da un paso de gigante en una reforma política ejemplar y única que representa un verdadero cambio de una legalidad a otra, un cambio con garantías muy claras: España sería una Monarquía Parlamentaria si así lo decidían los mismos españoles, pero también un Estado Social y Democrático de Derecho. Asimismo, la Corona y las Fuerzas Armadas estarían sometidas al poder civil.

Ahora, después de 42 años de la promulgación de esa Constitución, con el caos vivido en Cataluña en la última década, la economía de la región y la productividad por los suelos, la nueva crisis económica que se avecina a nivel mundial, entre otros motivos, es el momento de dejar paso al acuerdo de manera idéntica o similar a nuestros predecesores, de dejar a un lado el enfrentamiento, de dar más importancia al aprecio entre españoles, a ser más nobles, a eso que mi abuelo no le faltaba: dignidad y actitud justa hacia la verdad. Él apostaba por la convivencia y el diálogo, por dejar relegados los radicalismos y la polarización. Entendió muy bien qué pasó en aquella España desde 1931 a 1975, pero también lo que vino después con la transición.

Priorizar el bien común, respetar las instituciones, huir de la crispación, respetar la división de poderes sin injerencias, acabar con los discursos provocadores e incendiarios y, por último, apelar por la responsabilidad, antes de que sea demasiado tarde. Esa es la amenaza hoy en día, el discurso político irracional que nos vuelve a enfrentar y que podría abrir nuevas heridas entre españoles.

Benjamín Naranjo Luna

Vicepresidente de Relaciones Institucionales de Politeia

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