Fue capitán sanitario en Cuba hacia 1875, enfermó de paludismo y a punto estuvo de morir. No se sabía entonces que el vehículo de la malaria era el mosquito, y que con mosquiteros, o limpiando de larvas las charcas, se hubiera limitado enormemente la hecatombe que se produjo entre las tropas españolas. Años después, en 1906, este superviviente llamado Santiago Ramón y Cajal obtendría el premio Nobel de Medicina por su teoría de la neurona y las leyes que rigen la conducción intracelular del estímulo nervioso.
Su carácter hipercrítico le impidió pasar del patriotismo al nacionalismo. En su libro Recuerdos de infancia y juventud, al hablar de la función del castigo en el educador, Ramón y Cajal señala que el uso exclusivo de la violencia sin la alternativa de mostrarse bondadoso e indulgente embota la sensibilidad moral y aplasta la dignidad y el pundonor.
Y sostiene que el niño: “a fuerza de oírse llamar torpe, acaba por creerse que lo es, e imagina que su torpeza carece de remedio. Tal me ocurrió a mí y a muchos de mis camaradas”.
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