Después de este paréntesis con el que la naturaleza nos ha impuesto destino de forma inapelable, a unos llevándoselos por delante, a otros facilitando días de dolor y desespero por sobrevivir, a los imprescindibles obligándolos a jornadas agotadoras y miedo cerval por su salud, viendo como algunos que salvaban vidas ajenas perdían la suya y a la mayor parte paralizándonos.
Recluyéndonos en nuestras casas convertidas en guaridas donde protegernos del depredador que nos amenaza: un invisible ser devenido en terrorífico pico de la pirámide trófica. Después, toca la vuelta a la normalidad dicen, y con cierto humor negruzco, a la “nueva normalidad”.
Los de la cosa esa de dar consejos, se inventan un día lo de “desescalar” (¡fijaos si es inaceptable la palabra que el traductor me acaba de sugerir que use “desescamar”!), otro la “nueva normalidad” y nos dejan, algo estupefactos, a la espera de sus nuevas idioteces con las que distraer al personal, al que se le oculta que en realidad se reimplanta, con potencia añadida, la antigua anormalidad.
El inefable doctor Simón acaba de hacer una reflexión importante, “Quizás hemos sido demasiado transparentes”. ¡Joder, si llevamos 90 días viéndolo en TV y aunque apagues el aparato, si lo miras fijamente un rato, su efigie perdura horas y horas sobre la negra superficie! Mayor opacidad imposible.
En mi casa tengo dos teles pero una, la más usada, se ha convertido en un pantocrátor cuasi gótico. Si le dan una copa y levanta una mano, clavado. Hasta para presidir una cena final de la pandemia.
Nunca más, en las próximas quince o veinte legislaturas, dejaremos de ver en bucle a ese tipo que sale predicando con voz de profunda convicción, en lo bonito y terapéutico que es él, y si mismo, para todos nosotros y que consigue decirnos lo que debemos hacer, lo bien que lo hacemos, si hacemos lo que hay que hacer, lo mal que lo hacen otros que no hacen lo que él dice hay que hacer, y así día si tras día también.
La nueva normalidad dicen, pero si Echenique aferrado a su teletransportador con ruedas, aparece emboscado para siempre en el foso del Parlamento (siempre lo enfocan desde arriba para hacerlo más aparentemente fuerte en su nicho), suelta los mismos disparates que hace unos meses y ahora con mayor convicción, consiguiendo el reactivo cuerpo a tierra de la audiencia, cuando agarra el joystick que en cualquier momento se convertirá en disparador de cohetes fétidos a los no creyentes.
La nueva normalidad que nos auguran nos ha permitido un fragmento como avance (me libré, estuve a punto de decir teaser) del colosal intelecto de la ministra que no acaba de encontrar a su “tía”, por lo mucho que la nombra, mientras rebusca infructuosamente alguna frase completa que atestigüe que, para su licenciatura, no fue esa “tía” perdida la que asistió a clases por ella mientras hacía posturitas ante el espejo para llamar la atención, por si en la próxima manifa conseguía ir en cabeza.
Es tan viejo eso de la “nueva normalidad” que los mismos que nos machacan con la bobada se cuidan bien en desmentir su convicción cada dos por tres. ¿Cómo si no un vicepresidente se rebaja a dar clases de urbanidad recordando a la gente que cuando sale de un sitio es oportuno cerrar la puerta tras de sí? Seguramente lo aprendió de su padre que supo bien inculcárselo, aunque posiblemente en otro ámbito y con intención diferente, puede ser para advertir que un impedimento como una puerta bien cerrada, al vuelo de un proyectil, siempre ampara.
¿Es nuevo acaso poner a la Guardia civil a caer del burro? Pues no cuando ya hace años el mismo partido puso un delincuente a dirigirla y de paso a robar los dineros destinados a los huérfanos de los que, por entonces, aún morían con cierta “normalidad” por las bombas y balazos de los amigos y antecesores de los que ahora suman como amigotes al abrazo colaborativo en Navarra y otros lugares del brumoso País Vasco y mirando de soslayo a ver si nadie recuerda a los asesinos, ahora compinches.
La nueva normalidad dicen y resulta que contratan a mogollón (está en la RAE) de amigos y conocidos, así como desocupados cariñosos para las más diversas actividades.
Al paso que van pronto podrán ofrecer a sus oponentes que se sumen, o perezcan de inanición, el copar todos los puestos de trabajo (licencia poética, lo de trabajo).
Incluso han conseguido que las puertas giratorias, tan criticadas por algunos con apellidos de templo, parezcan ya inocentes carruseles donde cabalgan en caballitos de colores los amiguetes a la espera de turno.
Resulta que uno sale de casa a otear y ve que sigue incólume el presidente ese, en modo gestor de burdel, que nos trajina a los catalanes insultando a unos en bucle y alabando a otros cuando se comportan como alimañas con apariencia cada vez menos humana. Y reúnen 90 velitas para cantar el japiyuyu a quien más y mejor ha robado del grupo y ha creado una bonita tradición de desvergüenza y corrupción que ha conformado la podrida comunidad por secula seculorum que diría la abadesa de los misales.
Y así mañana tarde y noche… ¡bienvenidos a la vieja anormalidad!
José Luis Vergara. Junio 2020
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