Hay algo inexplicable en la política española, desde el punto de vista racional y estratégico, que consiste en hacer aceptables análisis cuando uno está en la oposición y catastróficas observaciones, cuando se ostenta algún tipo de poder ejecutivo. El caso al que quiero referirme hoy, desde mi atalaya del Sena, es el de Aragonès, presidente autonómico catalán y primer responsable de la Generalitat de ERC desde la Segunda República.
Es incomprensible que este hombre no haya convocado ya elecciones al Parlamento de Cataluña. Veamos la situación. ERC tiene 33 diputados de 135 posibles. Para la aprobación de su acción de gobierno necesita, al menos, el visto bueno o la negociación abstencionista de dos grupos más, siendo uno de ellos, por lo menos, el del PSC de Illa o el de Junts de Puigdemont, que tienen 33 y 32 escaños, respectivamente. Y que son, además, sus rivales por la pole.
Aunque de facto los catalanes viven bajo un doble tripartito, pues los presupuestos regionales, por ejemplo, se aprobaron con los votos de los de Aragonès, más los de los socialistas y los de En Comú Podem; y las políticas nacionalistas siguen saliendo adelante con el apoyo de Junts y la CUP (9 diputados), esta situación es temporal y genera grandes tensiones políticas. Aguantar para seguir en el sillón sin una estrategia para revertir la situación es suicida. Y esta estrategia no está o no se aprecia, que viene a ser lo mismo.
Aragonès tiene en sus manos un as (la convocatoria de elecciones) que solo él puede utilizar (es su potestad legal) y no se entiende que no lo haya hecho ya (y tampoco lo puede explicar). Y no tiene lógica. Junts está sin candidato. Y aunque hasta a París ha llegado el ruido de que Puigdemont estaría por la labor de ser restituido, ahora mismo no podría ni intentarlo. La CUP está en un proceso de enquistamiento, ni avanza ni retrocede, no hay cantera y la moqueta parlamentaria ha confirmado que mucho bla, bla, bla en las calles, pero nada que rascar en la realidad democrática.
A esta situación hay que añadir que los comunes, Podemos, Sumar o como ahora quiera llamarse el espacio podrido que dejó el PSUC en una calamitosa herencia intelectual y moral tiene su nicho atrincherado y no variará, ni ahora ni en 2025. Y unas elecciones ahora mismo puede dejar al PSC tiritando, pues por más que Sánchez siga mintiendo los catalanes que votaron a Illa no comparten ni los indultos ni la amnistía. Illa es un cadáver político, si no en números (que lo será) sí moralmente.
Al margen quedan Vox y PP, que juegan otra liga para Aragonès. Tanto da que sumen 15 como 20 y si se los reparten en verde (Garriga) o en azul (Fernández). Pero sí es interesante saber qué hará CS, pues Carrizosa no parece ser la mejor alternativa cuando los votantes del PSC de 2021 buscan un barco al que subirse. ¿Será Cañas el capitán? En cualquier caso, los naranja tienen que esperar a fracasar en las europeas (2024) para plantearse este cambalache.
Entonces, ¿por qué no convoca Aragonès? ¿Por qué no lo hace antes de que Junqueras pueda ser su peor rival? Para que ERC siga gobernando solo tiene que ganar a Junts en su pulso particular. Y Junts será menos contrincante si no tiene candidato y Puigdemont no puede serlo. El PSC será su muleta, es decir, votar a los socialistas es votar nacionalismo independentista, porque Sánchez necesita seguir en La Moncloa. Así que Aragonès necesita, a su vez, un PSC que no esté en fase francesa. Y si el de ERC espera mucho los puede fundir y entonces no sumen.
Uno alcanza a comprender que el poder dé placer. Incluso aunque sea el de una diputación revestida de historia o la suma de cuatro departamentos centrales. Pero es imposible descifrar el motivo que lleva a unos gobernantes a no saber jugar sus cartas cuando son mano, reparten juego y tienen la última palabra. Quizás sea cierto aquello de que Aragonès es el Montilla del independentismo.
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