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¿Por qué abandoné la izquierda?

"La izquierda que yo había conocido en los años 70 y 80 se mostraba cada vez más antiespañola y menos democrática, y no tenía el más mínimo reparo en traicionar a los que decía representar"

Por Salvador Caamaño Morado
martes, 18 de mayo de 2021
en Política
6 mins read

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Esta pregunta me la suelen hacer de forma recurrente y la intentaré hoy responder. Les diré que durante 23 años milité en el ámbito de la izquierda comunista, formando parte de las ejecutivas locales de varias organizaciones. En el año 1974 (con 18 años) ingresé en la pequeña organización izquierdista conocida como “Topo Obrero” (luego, TAS). Un año después pasé al PSUC (en aquellos años el partido por autonomasia de la lucha antifranquista en Cataluña) y CC.OO.

Por cierto, en aquellos años los separatistas ni estaban ni se les esperaba. Tras la escisión del PSUC (V Congreso) y cuando pasó a estar dirigido por “gent de casa bona”, muy próxima al nacionalismo, como Rafael Ribó, pasé a militar en el PCC (más enraizado en la clase obrera) hasta que a principios de 1997 decidí, siendo responsable político del PCC del Tarragonès, tras intentar infructuosamente junto a otros frenar su constante deriva también hacia el nacionalismo, abandonar definitivamente mi militancia política en la izquierda. Pasé a luchar exclusivamente desde el ámbito de la sociedad civil en Foro Babel (entidad cívica que ayudé a fundar en Tarragona) que defendía el bilingüismo e intentó poner en cuestión las políticas excluyentes y los principales mitos y dogmas del nacional-pujolismo que, con la complicidad de la izquierda, estaba dividendo a la sociedad catalana y creando una atmósfera cada vez más intolerante y opresiva.

1) Mi posición contraria al nacionalismo fue lo primero que me alejo de la izquierda. Lo cierto es que yo, desde el inicio de mi militancia política en mi barrio Bonavista, siempre había desconfiado del nacionalismo, al que veía como un movimiento reaccionario y burgués, teñido de racismo y clasismo. Y con Pujol y CiU ya en el poder se confirmó esa percepción. Sin embargo, veía un tanto perplejo, como en aquellos años de la Transición (cuando el independentismo era muy poca cosa en Cataluña) buena parte de los dirigentes de izquierda demostraban tener una gran fascinación por el nacionalismo catalán, es decir por los más ricos.

Lo cierto es que muchos de ellos procedían de las grandes familias de la burguesía catalana (Rafael Ribó, Narcís Serra, Raventós, Maragall…) y se harían muy pronto con el poder en sus respectivos partidos. El nacionalismo contó también, desde el principio, con la inestimable colaboración de muchos intelectuales de izquierda que no dudaron en darle una aureola de progresismo al mismo, siendo su máximo exponente Manuel Vázquez Montalbán, creador del llamado “pujolismo-leninismo”.

El PSUC y CC.OO. (entonces muy potentes) se fueron convirtiendo en un instrumento más al servicio del nacionalismo. De hecho, las políticas de inmersión lingüística se diseñaron en la sala de máquinas del PSUC y desde CC.OO y UGT de Cataluña, a cambio de una mayor respetabilidad y de suculentas subvenciones. Se trabajó paulatinamente para favorecer la penetración de los postulados nacionalistas entre la clase obrera y los movimientos sociales.

Y tampoco faltaron muchos “charnegos” agradecidos que no tuvieron empacho en ponerse al servicio de los nacionalistas, para ganarse su aplauso y sus favores, como ha ocurrido actualmente con personajes como Rufián o Albano Dante Fachín. Y podíamos hablar del antidemocrático Pacto del Tinell suscrito por PSC, ERC e ICV que luego conformarían los tripartitos presididos por Maragall y Montilla que continuarían con las mismas políticas nacionalistas de Pujol.

El nacionalismo empezaba a causar estragos. La izquierda que yo había conocido en los años 70 y 80 se mostraba cada vez más antiespañola y menos democrática, y no tenía el más mínimo reparo en traicionar a los que decía representar. Llegue a la conclusión de que esta izquierda no tenía remedio. Luego, por si había alguna duda, vendrían Rodríguez Zapatero y su heredero Pedro Sánchez y Podemos que tendrían una abierta y repulsiva complicidad con los secesionistas y los “bilduetarras” que quieren destruir España, ante los que se arrodillaban sin pudor con tal de permanecer en el poder.

Salvador Caamaño (con perilla) junto a Marcelino Camacho en un miting del PSUC (1978) en Bonavista-Tarragona.

2) Por otro lado, la caída del muro de Berlín en 1989, y el definitivo hundimiento de la URSS en 1991, representaron una crítica inapelable del fracaso del sistema soviético y del marxismo. Unos años antes algunos amigos que habían visitado la URSS y Cuba habían regresado muy decepcionados al darse de bruces con lo que era el “socialismo real”. Poco después me abrieron los ojos definitivamente algunas lecturas como “Archipiélago Gulag” de A. Solzhenitsyn (que hasta entonces me había negado a leer al considerarlo propaganda del imperialismo) y “El libro negro del comunismo: crímenes, terror y represión” (de Stéphane Courtouis y otros. 1997), donde basándose en la información desclasificada de los archivos de Moscú, se hacía balance del legado del experimento comunista que había dejado una terrorífica represión, pobreza, degradación humana y casi 100 millones de muertos.

Lo cierto es que contra más leía sobre lo que había significado el comunismo, y sobre lo sucedido realmente durante la IIª República y la Guerra Civil, más anticomunista me iba volviendo. En esta época, en especial la izquierda comunista como se había quedado sin su principal referente y sin ideas, entró en una profunda crisis y tuvo que disfrazar este fracaso levantando nuevas banderas de forma fundamentalista: el ecologismo, el feminismo, el pacifismo, el animalismo, el movimiento LGBTI…

El PSUC acabaría en la práctica disolviéndose en ICV. Solo parecía aguantar el temporal la socialdemocracia que había renunciado, hacía tiempo al marxismo como ideario político y aceptaba sin ambages el capitalismo y la economía de mercado, cuyos límites con la derecha liberal eran muy difusos. Sin embargo, en nuestro país, especialmente con Zapatero y no digamos luego con Pedro Sánchez e Iglesias), se opta por una vía rupturista, se resucita el siniestro guerracivilismo (enterrado en la Transición) con la nefasta ley de “memoria histórica” y se recupera con fuerza el viejo mito de la izquierda y la derecha (como relato maniqueo de buenos y malos). Basan buena parte de su política en la propaganda, la demagogia y la mentira. Por cierto, Iglesias el otrora irreductible azote de la casta resulta que a las primeras de cambio se nos convertiría en casta, había pasado del 15-M a formar parte de la “izquierda caviar”.

El paisaje político de la izquierda me parecía cada vez más desolador. Entre sus dirigentes predominaban los mediocres, burócratas y oportunistas de altos vuelos, que alardeaban de una pretendida y falsa superioridad moral e intelectual. Y se rodeaban de una cohorte de disciplinados “feligreses” cuyos principios básicos giraban entorno al “qué hay de lo mío”. Al igual que los principios de Pedro Sánchez, que consisten en aferrarse a toda costa al poder. Había podido constatar también como, con carácter general, cuando gobernaba la izquierda gestionaba la cosa pública mucho peor que la derecha, generaba más gasto público, más déficit, más impuestos, más intervencionismo y más desigualdad; provocando más paro, más subsidiados, más pobreza y menos libertad.

Celebrando la legalización del PSUC en Tarragona (abril 1977). Salvador Caamaño es el primero por la izquierda sujetando la pancarta.

No quiero terminar sin recordar brevemente la experiencia por la que pasó mi padre (Domingo Caamaño), que le llevó antes que a mí a abandonar también la izquierda. Él había luchado toda su vida por favorecer y promocionar a los más pobres (desde diversos ámbitos sociales), y fue elegido concejal por el PSUC en Tarragona, en las primeras elecciones municipales de 1979.

Cuando apenas llevaba un año y medio de concejal como responsable del área de jubilados y pensionistas, dimitió de su cargo de concejal diciendo: “ Yo no puedo seguir votando por disciplina de partido, cosas que van, una tras otra, contra mi conciencia y libertad. Si hemos venido al Ayuntamiento para repartir cargos y prebendas a nuestros amigos y para hacer políticas que van a menudo contra los principios que decimos defender, para esto, tal vez, ya estaban bien los de antes…”.

Pasó entonces a luchar desde CC.OO. por los jubilados y en 1983-84 dejaría definitivamente el PSUC. Para muchos dirigentes y militantes que años atrás lo habían admirado y ensalzado pasó a ser una especie de apestado. Sus últimos años los pasó trabajando para los más pobres, desde Cáritas parroquial en su barrio (Bonavista). En esta época es cuando yo decidí también dejar el PSUC e ingresar en el PCC. Recuerdo que al comunicárselo me dijo: “Yo de ti no lo haría, yo como sabes he dejado de creer en los actuales partidos políticos y los que más me han defraudado son los de izquierda, al final solo creo en las personas.” Unos años después acabaría dándole la razón.

En fin, podría seguir contando muchas vivencias personales pero, por razones de espacio las tengo que dejar en el tintero. Sólo decir para algunos irredentos ex-camaradas y para los separatistas soy desde hace tiempo un fascista. Aunque hoy en Cataluña al que no le llaman “feixista” es que no es nadie.

Salvador Caamaño Morado (Exdirigente del PSUC, PCC y CC.OO. en Tarragona. Miembro fundador Foro Babel-Tarragona. Presidente Provincial de SCC en Tarragona)

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Etiquetas: CataluñaCC.OOForo BabelIzquierdanacionalismoPCCPSUC
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