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Pandemia y confusionismo

Por MIguel Candel
miércoles, 8 de abril de 2020
en Opinión
7 mins read
 

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En el número del pasado jueves 2 de abril de El Catalán, el doctor en Derecho (y sin duda también en Derecha) Juan Carlos Segura Just, a quien tengo el gusto de no conocer, perpetraba un artículo titulado “Pandemia y comunismo”. Dado que el confinamiento limita mucho las opciones de entretenimiento, parece que al mencionado doctor no se le ha ocurrido ningún pasatiempo mejor que hilvanar una sarta de mentiras y medias (si llega) verdades de pacotilla con la sana(?) intención de prevenir al público contra la presunta amenaza que supone un insidioso intento de las hordas marxistas de pescar en río revuelto; en nuestro caso, en la situación creada por la trágica pandemia del Covid-19. Para no aburrir al lector, me centraré en reproducir y comentar pormenorizadamente algunos pasajes de dicho artículo.

“El comunismo es una ideología totalitaria y antidemocrática”. Falso, tanto lo primero como lo segundo. El comunismo, como ideología, no prescribe ninguna forma específica de organización política de la sociedad: lo único que propone es la titularidad pública de los medios de producción, no de todos los bienes. Propiedad pública que puede perfectamente ser gestionada dentro de un sistema democrático en que las líneas generales de la actividad económica sean objeto de debate y decisión por los miembros de un parlamento democráticamente elegido, concretadas por un gobierno surgido de dicho parlamento y llevadas a la práctica por empresas tanto públicas como privadas.

Confundir a estas alturas el comunismo en general con un sistema económico íntegramente estatalizado (al modo soviético) es no haberse enterado de la evolución de las ideas en torno a este tema habida a lo largo de más de un siglo. Eso por no hablar de que en la tradición marxista (que durante mucho tiempo se autodenominó socialdemócrata, ―así se llamaba el partido de Lenin hasta transcurridos algunos años de la Revolución de Octubre), en esa tradición, digo, el comunismo se concibe como una cierta fase (con lo que hoy sabemos, ciertamente inalcanzable) de desarrollo social y económico en que la superabundancia de recursos haría ocioso cualquier sistema de reparto de la riqueza, ya que todos podrían satisfacer sin dificultad todas sus necesidades.

Otra cosa es que muchos de los partidos (aunque no todos) que han aspirado a ese ideal o, al menos, al mencionado sistema de control público general de la economía, decidieran en su momento (tras la Primera Guerra Mundial, no antes) denominarse “comunistas”; fundamentalmente por considerar al llamado Manifiesto del Partido Comunista, dado a conocer por Marx y Engels en 1848, como su texto fundacional. Por cierto que, si el doctor Segura sigue aburriéndose en su encierro, puede aprovechar para leer ese texto y sorprenderse de lo poco totalitarios y antidemocráticos que suenan pasajes como este su penúltimo párrafo: “Por último, los comunistas trabajan en todas partes en pro de la vinculación y el entendimiento de los partidos democráticos de todo los países.”

Ahora bien, si del comunismo como ideología pasamos a la práctica de los partidos comunistas que en algún momento han llegado al poder, no es posible negar que su actuación puede en muchos de los casos considerarse antidemocrática si por “democrático” entendemos, entre otras cosas, un sistema que admita la pluralidad de partidos. No todos los partidos comunistas, obviamente, han actuado siempre así: ni el chileno ni el francés, por ejemplo, cuando formaron parte de gobiernos de izquierda en sus países respectivos, o el partido comunista que gobernó un tiempo en una región de la India, ni el de Nepal.

Y en el caso de algunos de los más importantes, como en Rusia y China, se encontraron, como bien dice aquí Segura Just, con “una sociedad descompuesta y debilitada económicamente, en la que la pobreza abarcaba amplios sectores sociales”. Por supuesto, es natural que sociedades así apoyen a partidos que prometen mejorar sustancialmente su situación (en el caso de Rusia, diezmada por la absurda Primera Guerra Mundial; en el de China, sacudida por una sucesión de mortíferas guerras colonialistas, empezando por las guerras del opio provocadas por las grandes potencias occidentales y acabando por la salvaje invasión japonesa).

Pero Segura Just olvida otro factor decisivo que llevó al triunfo de los comunistas en esas sociedades: la existencia de unos gobiernos despóticos que cerraban los ojos ante la situación desesperada de sus pueblos. También olvida que, una vez superada la guerra civil que siguió a la Revolución (guerra atizada y apoyada con el envío de tropas por todas las potencias occidentales, así como por la derrotada Alemania y por el Japón), el partido de Lenin aplicó durante un tiempo la llamada Nueva Política Económica (algo que el Partido Comunista Chino ha convertido, una vez muerto Mao, en el corazón de su propia política económica), consistente en abrir el país a las inversiones de capital extranjero y utilizar los mecanismos ordinarios de la economía de mercado.

También olvida el autor del artículo comentado que, durante la década de 1930, la ya entonces llamada Unión Soviética conoció índices de crecimiento económico de dos dígitos, a la par, eso sí, del progresivo afianzamiento de las formas dictatoriales de gobierno impulsadas por Stalin. Y es cierto que, si en un primer momento las formas autoritarias eran hasta cierto punto inevitables y hasta funcionales, dada la caótica situación de partida y la escasa o nula tradición democrática previa, su perpetuación en el tiempo resultaba inadmisible y deslegitimadora del sistema político imperante.

Pero sigamos adelante y pasemos por alto muchas de las imprecisiones históricas que contiene el artículo (como la atribución a Marx de una “lógica oportunista”, que no sé en cuál de los textos del “Moro” encuentra el doctor Segura). No es posible, en cambio, dejar sin comentario dos pasajes especialmente tergiversadores:

Primero: “los comunistas han hecho prevalecer siempre sus propios intereses políticos, por encima de los intereses de su nación”. A seguido de afirmación tan rotunda, el autor parece congratularse de que, frente al llamamiento a los obreros de todo el mundo para que se abstuviesen de luchar entre ellos (llamamiento hecho por muchos de los dirigentes socialdemócratas, como el asesinado Jaurès en Francia, no por unos fantasmales “comunistas” que aún no existían como tales), frente a eso, digo, en “los obreros ingleses, franceses o alemanes, movilizados y convertidos en soldados que iban a la guerra, su conciencia de clase obrera se veía superada por su conciencia patriótica”. ¿Podría explicarnos el eximio doctor Segura en qué sentido la noble causa pacifista y el rechazo a una guerra insensata que, salvo cuatro dirigentes políticos conservadores (alemanes, sobre todo), nadie deseaba puede reducirse a “intereses políticos propios de los comunistas” (insisto, todavía inexistentes)?

Segundo: “Con la memoria fresca de la revolución rusa, y aplicando la táctica leninista del ‘cuanto peor, mejor’, Rosa Luxemburgo y Karl Liebnecht (sic; en realidad es Liebknecht) fundaron la Liga Espartaquista, que después se convirtió en el Partido Comunista de Alemania (KPD), con la intención de reeditar la revolución rusa en Alemania, pero el intento fracasó porque los Freikorps o Cuerpo libres, formados por soldados veteranos de la guerra, aplastaron la intentona golpista y revolucionaria.”

Lo de la táctica leninista de “cuanto peor, mejor” (que hoy, por cierto, parece haber encontrado discípulos aventajados en los partidos secesionistas catalanes y, a ratos, se diría que hasta en el PP y en Vox) no parece casar mucho con el propósito manifiesto de los espartaquistas de mejorar la desesperada situación económica de las grandes masas de un país desangrado por la guerra (eso es lo que tiene de verdad el paralelismo con Rusia). Ahora bien, lo que tiene delito es presentar a los Freikorps, aprovechando la traducción literal de su nombre, como poco menos que “freedom fighters”. ¿Recuerda el señor ―perdón, doctor― Segura cómo los portavoces de Washington designaban hace treinta y tantos años con tan glorioso epíteto a los que luego fueron estigmatizados como feroces “talibanes”? Pues seguro que debe recordar también que los Freikorps, militares ultranacionalistas nostálgicos del régimen del Kaiser, integraron las primeras escuadras de los tristemente famosos SA, las milicias de Hitler.

Claro que, tras tan brillante mirada retrospectiva a la historia del comunismo, no podía faltar una mirada prospectiva de igual o mayor clarividencia. Así, tras una nostálgica referencia al hecho de que en 1917 los “comunistas” rusos y alemanes “estaban en la clandestinidad” (¡qué tiempos aquellos!), nos recuerda que los “comunistas” españoles, representados por Unidas Podemos (que por cierto, pese a lo que pudiera creer un lector entendido en gramática, no es un partido formado exclusivamente por mujeres), los tenemos “insertados en el gobierno de la nación” (quelle horreur!), y nos anuncia que se preparan para confiscar “el dinero que tienen los ciudadanos en los bancos”.

En efecto, según palabras de Pablo Iglesias, “la riqueza del país está subordinada al interés general”, por lo que el doctor señala: “con esta afirmación y con otras que van por el mismo camino, entramos de lleno en la retórica marxista”. ¿Retórica marxista? O sea, retórica del mismo estilo que esta otra osada afirmación: “Toda la riqueza del país en sus distintas formas y sea cual fuere su titularidad está subordinada al interés general.” Pues mire por dónde, doctor Segura, quizá, cuando acabe el confinamiento, si se le hace insoportable la idea de vivir en un país cuyo marco legal esté infectado por el virus marxista (¡mucho más peligroso que el Covid-19, por supuesto!), debería ir pensando en buscar acomodo en otras latitudes (o longitudes).

Porque resulta que la última proposición citada corresponde exactamente al apartado 1 del artículo 128, título VII, de nuestra Constitución. Si decidiera, pues, emigrar (cosa que no deseo en absoluto, porque personas como usted ayudan a ratificar las convicciones auténticamente democráticas de la gente, aunque sea por reacción), le aconsejo que elija ese baluarte inexpugnable de la lucha contra toda clase de virus (muy particularmente el “comunista”) que son los Estados Unidos de América (América a secas, para los amigos). Porque también allá encontrará usted no pocos indocumentados que, cuando se les leen ciertos pasajes de la primera Constitución democrática que vio la luz en este mundo, sin decirles la fuente, aseguran que se trata de literatura comunista…

Miguel Candel Sanmartín. Doctor en Filosofía

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