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El Catalán Opinión

Lengua y formación del espíritu nacional

Por Dolores Agenjo
domingo, 12 de noviembre de 2017
en Opinión
5 minuto/s de lectura
Dolores Agenjo: “No iré a votar porque Cataluña es de todos los españoles como España es de todos los catalanes”

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En 1976, Jordi Pujol expresaba en su libro ‘La inmigración, problema y esperanza de Cataluña’ la opinión que le merecían los trabajadores andaluces de Cataluña y, probablemente, por extensión, todos los procedentes de otras regiones de España: “Si por la fuerza del número llegase a dominar sin haber superado su propia perplejidad, destruiría Cataluña”. Consciente de que la batalla demográfica estaba perdida, el exhonorable decidió vencer al enemigo convirtiéndolo en aliado del nacionalismo. Así fue como decidió diseñar en 1990 el Programa 2000, una estrategia para introducir el nacionalismo en todos los ámbitos sociales: asociaciones profesionales, de excursionismo, culturales, deportivas…; instituciones, medios de comunicación… y, por supuesto, en la enseñanza.

Efectivamente, la enseñanza y, por ende, los jóvenes son siempre el objeto de deseo de los regímenes nacionalistas. La inocencia, el idealismo y el vigor de la juventud representan para estos el instrumento indispensable para el logro de sus metas y la educación en el medio fundamental para forjar a los futuros soldados encargados de la construcción nacional.

Dos fueron los mecanismos fundamentales para la transmisión de la ideología nacionalista a los jóvenes: el adoctrinamiento y la inmersión lingüística. Durante estas últimas semanas, la opinión pública se ha alarmado ante la escandalosa visión de menores, incluso niños muy pequeños, portando banderas separatistas, pegando en las paredes propaganda del referéndum, asistiendo a manifestaciones, acosando a la guardia civil y gritando ese terrible eslogan hispanófobo que dice “Bote, bote, español el que no bote”. Todo eso no es más que el resultado de una labor adoctrinadora en muchas aulas catalanas centrada en presentar a los españoles como diferentes e, incluso, enemigos de los catalanes, y a Cataluña como una nación superior y, sin embargo, víctima de la maldad de España. No hace falta más que revisar los libros escolares catalanes, muestras de material pedagógico o vídeos de actividades lúdicas y obras teatrales para comprobar como la escuela nacionalista reescribe la historia para crear la ficción de una nación catalana otrora libre y próspera y, desde 1714, injustamente sometida al expolio y a la dominación española. Recientemente, Sociedad Civil Catalana presentó un detallado informe en el Congreso de los Diputados en que aparecen debidamente documentadas múltiples evidencias de adoctrinamiento en la educación catalana. Aún permanecemos a la espera de que el Ministerio de Educación tome medidas para corregir esos abusos.

Sin embargo, y aunque tienda a hablarse menos de la política lingüística de la Generalidad y de su trascendencia en la deriva separatista de los jóvenes catalanes; la inmersión lingüística es, en mi opinión, la condición sine qua non para el adoctrinamiento, la piedra angular de la construcción nacional.

Dijo uno de los líderes del nacionalismo, el socialista Josep Benet, que la inmersión lingüística que padecían los niños catalanes en la España franquista era “un crimen que resulta peor por inhumano: se tortura a nuestros niños durante los primeros años de escuela aprendiendo en una lengua que no es la materna” (Combate por la autonomía, 1976). Algunos nos lo creímos y luchamos contra esa injusticia, pero no he conseguido jamás que ningún defensor de la inmersión lingüística me explique por qué privar a los niños castellanohablantes catalanes de la educación en su lengua materna no es también un crimen. O mentía Josep Benet y la política lingüística de Franco no era criminal o mienten los pedagogos del régimen nacionalista al olvidar las recomendaciones de la UNESCO sobre los beneficios pedagógicos que comporta el uso de la lengua materna en la educación.

Ahora ya no se habla de lengua materna. Para evitar la contradicción flagrante con las directrices de la UNESCO y con la reivindicación del uso de la lengua materna catalana en la España franquista, uno de los servidores del régimen, Joaquim Arenas i Sampera, se inventó el asombroso concepto de lengua materna de la tierra: a los niños castellanohablantes no se les vulnera su derecho a la educación en lengua materna por la sencilla razón de que su lengua materna no es la de sus padres, sino la de la tierra, es decir, el catalán, algo casi como decir que los hijos no pertenecen a sus padres, sino a la nación.

Basta fijarse en el carácter dogmático que los nacionalistas le confieren a la inmersión lingüística y su intransigencia ante cualquier reclamación de enseñanza en español, incluso desafiando y desobedeciendo las sentencias de los tribunales, para entender el papel que juega la lengua en la construcción nacional y, por tanto, en la educación.

La tradición de la Flama del Canigó, la antorcha ardiente portada por jóvenes a través de los llamados países catalanes hasta llegar en la noche de San Juan al monte Canigó, explica muy bien lo que pretendo decir: la lengua es el alma, la esencia de la nación, representada por una llama de fuego como también el espíritu santo lo está en la tradición cristiana.

Infundir la lengua es infundir el espíritu de la nación. El niño que se educa en catalán comprende que el catalán es la lengua de la nación y que esta nación es diferente de la española. Una vez aceptada esta realidad primera y fundamental, es posible introducir con mayor facilidad en la mente del niño la mitología nacional. Por decirlo de alguna manera, la lengua crea, delimita un continente; el adoctrinamiento lo llena de contenido. Adoctrinar sin inmersión sería como pretender recoger agua sin disponer de un recipiente. Pero no solo eso, la inmersión lingüística persigue además la sustitución lingüística de la lengua materna de los niños castellanohablantes por la lengua catalana. Aquel que aprende en catalán enseñará idealmente a sus hijos a hablar en catalán asegurando futuros hablantes que preservarán la pervivencia de la nación.

Así se explica algunos de los eslóganes preferidos del nacionalismo: “Ni un paso atrás” y “Por un país de todos, la escuela en catalán”. Así se entiende también el acoso despiadado a los padres y a los niños que solicitan, suplican casi, unas pocas horas de clase en español; la intransigencia, incluso, con los niños que, debido a determinadas minusvalías, sufren un gran perjuicio al negárseles educación en lengua materna. El nacionalismo es insensible a los derechos individuales, solo importan los superiores derechos de la supuesta nación, a los cuales deben ser sacrificados indefectiblemente los intereses particulares.

Por todo ello, los políticos que menosprecian la incidencia de la inmersión lingüística en el auge del separatismo realizan a mi juicio un análisis erróneo de la realidad catalana. La exclusión del español en la enseñanza permite al nacionalismo romper el vínculo con España e infundir en los niños el espíritu de la nación catalana como algo diferenciado y excluyente. Los nacionalistas saben muy bien la importancia que la lengua tiene para afianzar las señas de identidad. Persistir en el error y renunciar al uso vehicular del español en la educación no es solo una cruel injusticia que conculca los derechos de los niños catalanes castellanohablantes, conduce además inexorablemente a la pérdida de la identidad española.


TV3, el tamborilero del Bruc del procés

Sergio Fidalgo relata en el libro 'TV3, el tamborilero del Bruc del procés' como a los sones del 'tambor' de la tele de la Generalitat muchos catalanes hacen piña alrededor de los líderes separatistas y compran todo su argumentario. Jordi Cañas, Regina Farré, Joan Ferran, Teresa Freixes, Joan López Alegre, Ferran Monegal, Julia Moreno, David Pérez, Xavier Rius y Daniel Sirera dan su visión sobre un medio que debería ser un servicio público, pero que se ha convertido en una herramienta de propaganda que ignora a más de la mitad de Cataluña. En este enlace de Amazon pueden comprar el libro.

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Etiquetas: Dolores Agenjo
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