En los tres últimos meses, Laura Borràs ha visto cómo su papel dentro de Junts se diluye progresivamente. Tras abandonar la presidencia del partido en octubre de 2024, su retorno a la esfera pública ha sido opacado por dos dinámicas: la falta de apoyo institucional y una condena judicial que sigue vigente, confirmada en febrero por el Tribunal Supremo.
A finales de marzo, el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña solicitó al Gobierno un indulto parcial que evitaría su ingreso en prisión, al entender que su pena era “notablemente excesiva”. Sin embargo, esta vía tampoco ha conseguido revitalizar su protagonismo en el partido.
En junio, la Fiscalía Superior de Cataluña se opuso rotundamente al indulto, argumentando que Borràs no ha mostrado “el más mínimo signo de arrepentimiento” y sigue escudándose en un discurso de “lawfare” para presentarse como víctima. El informe fiscal refuerza la acusación de corrupción ligada a su etapa en la Institució de les Lletres Catalanes, subrayando su posible reincidencia.
Mientras tanto, Junts ha mantenido una distancia notable. Ni la dirección ni Puigdemont han defendido públicamente a Borràs, ni se ha avanzado en su reubicación al frente de la Fundación FunDem, promesa incumplida desde el congreso de Calella en octubre del año pasado.
El silencio interno es significativo. Diferencias profundas entre el sector más moderado —liderado por Turull — y el perfil más radical de Borràs han terminado por relegarla. La cuota de poder que se le prometió se diluye sin que haya un retorno visible.
En ese contexto, su discurso continúa virando hacia la victimización. Borràs insiste en que es objeto de persecución política, mientras mantiene que los contratos adjudicados fueron irregulares pero no ilegales, en una defensa que no logra encajar con el rigor que exige la opinión pública.
La estrategia del partido se ha orientado a desmontar su figura pública sin desgastar la unidad interna. La promesa de un cargo en FunDem, anunciada en octubre, está en el limbo. El think tank no da señales de actividad y se ha convertido en una promesa hueca.
En definitiva, el balance para Borràs en este trimestre es nítido. Sin indulto, sin cargo y con una condena firme, su poder se desvanece dentro de Junts. Su relato victimista choca con una dirección que prioriza la estabilidad y el pacto electoral, mientras deja atrás a quien fue el rostro visible del partido.
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