Recuerdo que hace muchos años un conocido que se había hospedado en un hotel, a la hora de partir, en recepción le querían retener una fianza de cinco mil pesetas, que según su opinión tenía derecho a recuperarla. Después de una larga discusión y viendo que no le iban a devolver su dinero, cogió un jarrón chino de gran valor suspendiéndolo con la mano. Los empleados del hotel se quedaron estupefactos, y el airado cliente dijo: «Si no me dan mi dinero suelto el jarrón». Cuando pasan estas cosas los responsables del hotel pueden hacer dos cosas: llamar a la policía, con muchas posibilidades de que cuando llegue el jarrón esté roto, o devolverle al irascible cliente su dinero, como así fue.
Con este ejemplo ilustrativo he pretendido demostrar que en muchas ocasiones el uso de la violencia o simplemente la amenaza del empleo de la misma, consigue sus objetivos. Acaso no recordamos los disturbios del barrio de Gamonal en el año 2014, en los que los vecinos protestaban pacíficamente por unas obras del Ayuntamiento de Burgos, que pretendía convertir una calle en bulevar.
Como el consistorio no atendía sus peticiones, cansados de manifestarse pacíficamente, un día decidieron empezar a quemar contenedores, y el Ayuntamiento suspendió de inmediato las obras hasta el día de hoy.
También podríamos recordar los sucesivos cortes de tráfico en la Ronda de Dalt, realizados por los vecinos del Valle Hebrón, que protestaban en el año 2004 contra la apertura de una narcosala.
En un nivel superior de violencia también recordamos el gran éxito de la ETA, cuando consiguió la paralización y posterior desmantelamiento, nada más y nada menos que de una central nuclear como la de Lemoniz.
Sin ir más lejos y en una noticia reciente de cuando escribía este articulo, en la ciudad mejicana de Culiacán las autoridades han liberado a Ovidio Guzmán, apodado El Ratón, que es el hijo de Joaquín El Chapo Guzmán, jefe del cartel de Sinaloa, porque amenazaron de enviar a un gran número de sicarios a la ciudad, para matar a policías y a ciudadanos indiscriminadamente.
Ante esta concesión el mismo presidente de México, Manuel López Obrador, ha pedido disculpas justificando esta liberación ilegal para evitar derramamiento de sangre. Todo esto acredita que en muchas ocasiones el empleo de la violencia, de mayor o de menor intensidad, resulta rentable.
Existe un aforismo humano desarrollado desde la niñez, que establece que lo que no se consigue por las buenas se puede conseguir por las malas, y esto es precisamente lo que están haciendo ahora los separatistas, después de concluir la vía del diálogo forzado -o referéndum o referéndum-, la vía del incumplimiento de la Ley con la imposición coactiva del 9-N y del 1-O, y finalmente ahora con la quema de contenedores y el destrozo masivo de mobiliario urbano.
El separatismo hace ya muchos años que emplea la violencia en Cataluña, pero siempre han sido hechos aislados y esporádicos que no han suscitado mucha observación mediática; pero ahora con lo que empezamos a denominar la Semana Trágica de Barcelona de octubre de 2019, la eclosión de la violencia desmesurada como arma política se está haciendo evidente.
Muchos creen que con este novedoso giro de la estrategia separatista, están quedando retratados como lo que siempre ha sido: gente violenta. Pero esta afirmación constituye una verdad a medias, porque con esta nueva acción política están consiguiendo objetivos conscientemente planificados por sus dirigentes que ocupan cargos públicos:
1º Conseguir ser foco de observación mundial por medio de las cadenas de televisiones internacionales.
2º Acreditar una oposición frontal del «pueblo» de Cataluña contra la sentencia del Tribunal Supremo.
3º Normalizar el empleo de la violencia de cara al futuro como ocurrió en Irlanda del Norte.
4º Convertir un asunto político interno en una problema global, porque la comunidad internacional no puede permanecer impasible ante constantes episodios de violencia.
5º Buscar el derramamiento de sangre para magnificar el problema.
6º Obligar al Estado español a buscar una solución negociada.
Desde un punto de vista de física aplicada, como cualquier fuerza de la naturaleza la violencia se enmarca dentro de una escala que va de menos a más. Así, en un nivel leve de esta escala tenemos al enojado cliente del hotel, luego la intensidad se acrecienta cuando nos referimos a los vecinos de Burgos o de Nou Barris, y evidentemente el grado se intensifica cuando se trata de paralizar una central nuclear, llegando a grados de paroxismo cuando se pretende doblegar la voluntad del Estado mejicano para conseguir la liberación de un narcotraficante.
Evidentemente para conseguir por la fuerza la independencia de Cataluña el empleo de la fuerza y de la violencia sería de unos niveles superlativos, cercanos o entrados de lleno en una guerra civil. Por ello y para evitar llegar a este punto el Estado español debe de cortar de raíz estos brotes iniciales de violencia que se están produciendo en Barcelona, y que pronto se expandirán por toda Cataluña.
Por su parte los separatistas siguen dentro de su tradicional estrategia de la mentira, en este aspecto siempre han negado el empleo de la violencia echándole las culpas a otros. En 1936 los escamots de ERC mataban por capricho a todos los que consideraban rivales políticos. La Columna Maciá-Companys en su marcha hacia el frente de Aragón, cada vez que se detenía durante su marcha, dejaban tras de sí un reguero de cadáveres de civiles. Luego cuando acabó la guerra culparon de todos estos crímenes a los milicianos de la CNT-FAI. Ahora en los sucesos de octubre de 2019 por la sentencia del procés ya están culpando a infiltrados y a los antisistema.
La violencia, y su máxima expresión que es la guerra, siempre se sabe cuando empieza pero nunca cuando termina.
Juan Carlos Segura Just
Doctor en derecho
no recibe subvenciones de la Generalitat de Catalunya.
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