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La interseccionalidad en versión local (II la inmigración musulmana)

Los musulmanes residentes en Cataluña eran (y son) objeto instrumental para demostrar que tienen una capacidad y voluntad de integración de la que carecen los colectivos de migración interior.

Por Rafael Núñez
lunes, 1 de noviembre de 2021
en Opinión
7 mins read

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(En este enlace pueden leer la primera entrega del artículo) En el cóctel explosivo a que ha dado lugar el discurso multiculturalista del nacionalismo secesionista, al que me refería en mi entrega anterior, juega un papel muy importante la inmigración musulmana. El control de mezquitas y asociaciones musulmanas por parte de las organizaciones islámicas y la transformación de algunas de éstas en interlocutores oficiosos y diferenciados con la Generalitat ha tenido por objeto deslegitimar la posición “españolista” de los castellanohablantes, que en los mismos en que conviven con la inmigración musulmana son mayoritariamente “xarnegos”, es decir, trabajadores procedentes de las anteriores migraciones interiores españolas, que rechazan la integración.

Durante años, y a esa misión se dedicó de lleno Àngel Colom, ex secretario general de ERC pasado al pujolismo, la Generalitat ha tratado de convertir los centros islámicos en interlocutores de la “construcción nacional” catalana, a través de las asociaciones establecidas entre los 250.000 musulmanes residentes en Cataluña. La entidad oficiosa principal era el Consell Islàmic i Cultural de Catalunya (CICC, constituido jurídicamente el año 2000), que es de momento el único interlocutor reconocido por la Generalitat. La cita es esclarecedora del objetivo de la Generalitat y del futuro sombrío que nos aguarda, si acaba triunfando el movimiento multiculturalista:

“Els objectius del CICC són variats: donar suport i ajuda a les mesquites i oratoris de Catalunya (per exemple per solucionar temes jurídics, laborals i econòmics); promoure i facilitar les relacions entre les administracions catalanes i la comunitat musulmana a Catalunya; promoure el diàleg i l’entesa per tal d’assolir el coneixement i el respecte mutu entre la societat catalana i la comunitat musulmana i afavorir així la convivència; promocionar l’ensenyament de l’educació islàmica i la lectura de l’Alcorà per tal de reforçar la identitat dels joves musulmans; contribuir a la unitat entre els diferents col·lectius culturals musulmans tot reforçant la presència i la figura de l’imam, i reforçar la participació de la comunitat musulmana en la vida social catalana.” (Wikipedia).

Pese a que se conocía el perfil fundamentalista religioso (teocrático) de las mezquitas que se iban construyendo en barrios de las ciudades catalanas, los nacionalistas concedieron preferencia a la inmigración islámica, dejando de lado todos los debates habidos, particularmente desde Norberto Bobbio, sobre la amenaza del fundamentalismo islámico para la democracia en Europa. Finalmente, sus políticas migratorias nos han dejado un “fet diferencial” que no teníamos: según la New America Foundation, Cataluña es un vivero de yijadistas para toda Europa.

De hecho, casi toda la política de inmigración nacionalista ha consistido en priorizar la inmigración (exterior) musulmana en Cataluña para diluir, marginar o excluir del foco mediático y del foro público la presencia de la inmigración española (interior) de los años 60 y 70 del siglo pasado.

Un ejemplo reciente, actual, de esta estrategia es la carta que envió Ismael Calvet Valentín, “becario” de la CUP, que detenta el cargo de ‘Assessor de Llengua, Interculturalitat i Cohesió Social del Departament d’Ensenyament de la Generalitat’ (el título no tiene desperdicio):

“Los gobiernos catalán y marroquí han firmado un convenio para llevar a cabo clases de lengua árabe y cultura marroquí en diferentes pueblos de Cataluña. (…) Las clases se harán en el Institut XXX el jueves y el viernes. Estas clases van dirigidas a alumnos escolarizados en centros educativos de Martorell que cursen educación primaria o secundaria obligatoria. El período de preinscripción es del día 20 de septiembre al 24 de septiembre”.

La carta está fechada el 14 de septiembre y está en catalán y en árabe. El español desaparece. La realidad nacional que se le ofrece al marroquí es la del “procés” nacionalista catalán, respecto al cual el Estado español, la lengua española (el castellano) y los castellanohablantes (españoles) aparecen como entes extraños y una amenaza externa introducida en el espacio interno de la catalanidad.

Esa situación la viví durante años en Vic, donde yo residía y también residía Najat El Hachmi, y en su comarca (Osona). A Najat El Hachmi, muy joven entonces, sus vivencias en un barrio de Vic, con numerosa población musulmana, le inspiraron las historias de sus primeras obras literarias. Mis experiencias y análisis se circunscribieron principalmente a la villa industrial de Manlleu, próxima a Vic, por el hecho de constituirse allí la Peña Flamenca de Manlleu, de la que fui cofundador, como entidad integrante de la sección cultural de la Asociación de Vecinos del Barrio de L´Erm.

Dar prioridad a la inmigración más reciente, particularmente a la musulmana -no se mostró el mismo interés por los subsaharianos y otros colectivos extranjeros-, provocó tensiones con los originarios de migraciones españolas anteriores, que fueron más allá de los conflictos de convivencia en un mismo barrio. Se generó entre muchos vecinos provenientes de las migraciones españolas una ola de sentimientos de agravio comparativo –reales o imaginarios- en cuanto a asistencia social, ayudas a comedores escolares, vales de comidas…, entre otros motivos, porque cuando llegaron los migrantes de otras regiones españolas no había ningún tipo de ayuda ni asistencia social ni organismos y oenegés de acogida, que paliaran las duras condiciones de vida iniciales.

El trasfondo de la tensión, que había y sigue habiendo, es que las pretensiones sociales del proyecto nacionalizador eran un espejismo. Una mayoría de las migraciones españolas, pertenecientes tanto a la primera como a la segunda generación, rechazaba el proyecto integrador en la catalanidad nacionalista o simplemente vivía al margen del mismo. Era un “conflicto” soterrado y silenciado.  El proyecto pujolista no consiguió la cohesión social como “pueblo” (un poble, una llengua, un pais), que pretendía, pero rechazaba frontalmente que se hablara de dos comunidades o de fractura social.

Gabriel Pernau, hijo del conocido periodista Josep Pernau, publicó el año 1996 El somni català: 16 històries d’arrelament. Se trataba de contar 16 historias de “integración”, que el autor proponía como representativas del funcionamiento en Cataluña del “ascensor social” y del éxito del proyecto nacionalizador. Me invitaron en la TV de Osona a participar en una mesa con motivo de la presentación del libro, junto al presentador y moderador y el autor del libro.

Recuerdo que le comenté a Gabriel Pernau que, en mi opinión, su selección lo era de una minoría no representativa. Argumenté que la realidad se había modificado poco desde los estudios de sociólogos (Carlota Solé y Faustino Miguélez) y politólogos (Gabriel Colomé) a principios de los años 80, que concluían la existencia de una mayoría social de trabajadores (casi todos castellanohablantes) desenganchados del proyecto nacionalizador y del “ascensor social” (descolgados, pues, de lo que se denominaba el “somni català”) e infra representados, o sencillamente no presentes, en las élites políticas del Parlament y de las instituciones de la Generalitat, aun cuando constituían la base mayoritaria de los partidos de izquierdas, del sindicalismo obrero y del movimiento vecinal. La realidad, que mostraban en sus estudios, apuntaba más a la existencia de dos comunidades que a un proceso de creciente “cohesión social” como pueblo.

También recuerdo que le hablé de las consecuencias que tuvieron en ese desenganche de una mayoría social respecto al proyecto de “consenso social nacional” catalanista las secuelas de la aguda crisis económica de 1973, que se prolongaron hasta 1984. Ni había funcionado el “ascensor social” ni el catalán funcionó como instrumento de ascenso y movilidad social para esa mayoría. Un estudio de la Fundació Bofill sobre Manlleu reflejaba bien a las claras el espejismo del proyecto nacionalizador pujolista.

Más tarde, sendos estudios de doctorado de finales de los 90, de Jeffrey Miley y Eric Güterman, en cuanto a sistema educativo, instituciones representativas, usos lingüísticos, orientación del voto y asociacionismo, ratificaban la existencia de dos comunidades básicas en Cataluña. La dificultad principal para la integración pretendida no venía del rechazo al catalán ni a los símbolos e instituciones catalanas, sino a su sentido de pertenencia a otra realidad, que estaba inserta en la reciente historia de Cataluña, es decir, al protagonismo social, sindical y político de esa masa social, mayoritariamente castellanohablante, en el antifranquismo y la Transición vividos en Cataluña. José L. López Bulla, el que llegó a ser el líder histórico de CC.OO. y diputado en el Parlament, recordaba en Cuando hice las maletas (1997) que, mientras los obreros en huelga se la jugaban, el 11 de septiembre algunos catalanistas de Mataró, donde vivía, consideraban una heroicidad salir a la calle con un escudo de la Generalitat republicana en la solapa de la chaqueta, que giraban cada vez que se cruzaban con un policía.

Esa historia vivida formaba para ellos parte sin más de la historia de España. En unas entrevistas que tengo grabados de aquellos años (1988/1990), viejos comunistas residentes en Manlleu consideraban que su militancia en el PSUC significaba militar en el PCE. Votar al PSUC, para ellos, era votar al PCE. Lo mismo sucedía con los socialistas. Para ellos, estar afiliado al PSC o votar a esta formación política era lo mismo que votar al PSOE de Felipe González y Alfonso Guerra.

En ese contexto, para una mayoría social de las migraciones españolas de los años 50, 60 y 70 no tenía sentido su equiparación con las inmigraciones más recientes. Su entronque era con los tiempos de la posguerra, la dictadura franquista, el antifraquismo y la Transición. Es un asunto que Jacqueline Hall investigó, en su tesis doctoral, desde una perspectiva no usual y de gran interés (Papers. Departamento de sociología de la UAB). El plan de integración “nacional” en el proyecto pujolista no caló en la gran mayoría social castellanohablante, que, por el contrario, veía en el empeño asimilacionista una coacción inasumible como ciudadano español.

En suma, el multiculturalismo en el que se basaban los nacionalistas de los tiempos de Pujol comportaba una sacralización de los iconos y simbología del nacionalismo catalán, cierto blindaje de lo sagrado islámico y cierta predisposición para ridiculizar los iconos y símbolos de lo español. De entonces acá hemos seguido una deriva reaccionaria e involutiva (es decir, una progresión multiculturalista) respecto a la democracia y un proceso que ha derivado finalmente en una fractura social y política, cargada de conflictos potenciales. Nada permite sospechar que las cosas vayan a mejorar.

Rafael Núñez

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TV3, el tamborilero del Bruc del procés

Sergio Fidalgo relata en el libro 'TV3, el tamborilero del Bruc del procés' como a los sones del 'tambor' de la tele de la Generalitat muchos catalanes hacen piña alrededor de los líderes separatistas y compran todo su argumentario. Jordi Cañas, Regina Farré, Joan Ferran, Teresa Freixes, Joan López Alegre, Ferran Monegal, Julia Moreno, David Pérez, Xavier Rius y Daniel Sirera dan su visión sobre un medio que debería ser un servicio público, pero que se ha convertido en una herramienta de propaganda que ignora a más de la mitad de Cataluña. En este enlace de Amazon pueden comprar el libro.

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Etiquetas: CataluñaemigraciónJodi PujolMagrebseparatismo
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