El Congreso de los Diputados se ha convertido desde hace algunos días en un lamentable espectáculo en el cual se usan pinganillos para entenderse entre personas que tienen una lengua común como es el castellano. El capricho de los separatistas que pagan a escote el conjunto de los españoles, todo para lograr que Pedro Sánchez siga en la Moncloa.
Lo mejor de este asunto, como hemos podido ver en el debate de investidura de Alberto Núñez Feijóo, es que muchos diputados nacionalistas o secesionistas ya han anunciado que no los utilizarán, ya que en castellano se les entiende mucho mejor y más rápido. Tremendo. De este asunto ha escrito una excelente columna en ‘La Gaceta‘, Jaume Vives. Merece mucho la pena leerla con atención. La reproducimos de forma íntegra a continuación.
Hablo catalán con mis padres y también con tíos míos nacidos en Madrid y en Navarra. Sí, nacidos en Madrid y en Navarra, y lo hablan mejor que Rufián. Lo hablo con casi toda mi familia de Barcelona. Actualmente vivo en Madrid y a mi mujer y a mis hijos les hablo en catalán. Si cuando mis hijos crezcan sigo aquí, evidentemente estudiarán catalán. Rezo, hablo y canto en catalán.
Y para mí lo del Congreso es como cuando los soldados cobardes usan a los niños de escudos humanos. Aquí no son niños, gracias a Dios. Les importa más bien poco la lengua, algunos no saben ni hablarla, y buena prueba de ese desinterés y desconocimiento es que la usan como arma arrojadiza. Un gesto sin sentido, impropio de alguien educado y con verdadero amor a la lengua.
Si el mismísimo rey Salomón les propusiera destruirla junto al castellano, estarían encantados de hacerlo, lo suyo no es amor, es un arrebato que les viene muy bien de cara a la galería —para los más incautos, claro—. A muchos ya no les sirve ese juego de niños pequeños que se queda sólo en gestos absurdos.
Mi abuelo siempre me contaba que cuando iba a las Vascongadas, sus amigos hablaban vascuence hasta que se acordaban de que él, Francisco (Patxi para sus amigos) estaba allí. Entonces decidían cambiar de idioma para que los entendiera aunque él insistía en que siguieran hablando en su lengua porque le encantaba escucharla. Sus amigos lo hablaban de modo natural, no impostado; para entenderse, no para joderse. Lo de ahora es otra cosa.
Recuerdo una tertulia a la que me invitaron en cierta ocasión en Orense, donde uno de los tertulianos decidió hablarme todo el rato en gallego para reivindicar vete tú a saber qué. Yo primero le contesté en catalán para devolverle la vacilada —no pescó nada—, pero luego ya le hablé en castellano para que me entendiera. Pues bien, él siguió en gallego y después del acto nos fuimos a tomar unas copas. ¿Adivináis en qué idioma me habló entonces?
Los gestos que convierten el idioma en una barrera para la comunicación son propios de quienes, asegurando que lo defienden, no hacen sino arrojarlo y pisotearlo. Cegados por el odio es difícil que lleguen a amarlo.
Me parece estupenda la promoción y protección de la lengua catalana, es el idioma en el que he descubierto y conozco el mundo, pero la chorrada del Congreso, lejos de ser algo útil, es un gesto ridículo, feo y sobre todo inútil. Dentro incluso de la propia bancada del PNV y Bildu hay gente que va a necesitar el pinganillo porque en su vida han hablado el vascuence. Mucho pendiente y mucha cresta pero han crecido con el castellano de Isabel la Católica.
Si el motor fuera el amor a lo propio y no el odio a lo ajeno, España estaría llena de gente que gustosamente habría aprendido y usaría el catalán, como puedo atestiguar en mi familia y como pude descubrir también en la historia de Plácido Mª Gil Imirizaldu que, siendo de Lumbier (Navarra), aprendió en poco menos de un año y durante la Guerra Civil Española, la lengua de mis abuelos.
Pero el Congreso parece un teatro y nosotros los espectadores bobalicones y tontos que seguimos pagando entrada para ver la puesta en escena de un diálogo de besugos trufado de rencillas y traiciones.
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