A día de hoy, nadie puede ocultar la inseguridad ciudadana en la ciudad de Barcelona. Ni los políticos ni sus cargos de confianza, ni sus asociaciones y entidades vinculadas y mucho menos, sus funcionarios adictos a las estadísticas.
La inseguridad ciudadana es una realidad existencial cotidiana para los ciudadanos de la Ciudad Condal. Otrora ciudad de referencia y modelo de ciudad abierta, segura e integradora, las veleidades de la alcaldesa y su equipo de trabajo, la han convertido en todo lo contrario.
No ha sido un trabajo reciente, la apuesta por un modelo de seguridad ineficaz y populista siempre fue su referencia. Formando parte de la nueva casta política que solo entiende la gestión de los servicios públicos según sus intereses ideológicos y de partido, ha creado una ciudad sucia, peligrosa e insegura.
Los índices estadísticos de sus fieles funcionarios lo intentan ocultar pero la realidad diaria y el trabajo periodístico los desacredita continuamente. Una alcaldesa que, desde sus inicios, apostó por un modelo policial maniatado, con disminución de efectivos policiales y proliferación de funciones de marketing más que de trabajo operativo.
Una burocracia asfixiante de normas y reglas para los agentes de la Guardia Urbana que disminuían su presencia en la vía pública y un hiper control de las actuaciones operativas: buscando el error para hacer propaganda ideológica. Gobernar en exclusiva para los que piensan ideológicamente como tú, o según los intereses partidistas o personales, aboca al desastre organizativo.
La seguridad ciudadana nunca fue ni será una prioridad para la alcaldesa de Barcelona. Hemos tenido años para valorarlo. Mientras la inseguridad ciudadana alcanza cotas máximas y el robo a turistas es diario: la alcaldesa se va de fiesta y se hace tiktoks bailando.
Lógicamente puede hacer lo que desee pero denota su voluntad personal y política de gobernar y pasárselo bien con sus afinidades ideológicas. Aparte de sus prioridades a la hora de invertir dinero público. Una alcaldesa que prefiere la fotografía, subvencionada, con el sindicato de manteros antes que con la Guardia Urbana.
Un dato que traslada una imagen alejada de la política criminal occidental. Si la Alcaldía de una ciudad como Barcelona legaliza a los manteros mientras machaca a impuestos al comercio local: no se gestiona bien.
Si los agentes de la Guardia Urbana deben extremar sus pautas de actuación ante actividades de manteros que son administrativamente sancionables y que realizan personas, muchas de ellas en situación irregular en España: no se gestiona bien y se lanza un mensaje social peligroso.
Si se subvencionan entidades afines cuya obsesión es controlar y criticar el trabajo policial, con el objetivo de recibir mas subvenciones, a costa de la seguridad ciudadana: no se gestiona bien.
Si olvidamos que la criminalidad es un proceso ascendente donde nadie pasa, directamente, a sicario de la mafia sin haber comenzado con hurtos y otros delitos menores para sus jefes: no se gestiona bien y no se tiene mínima idea de política criminal.
Porque maniatar a la policía, y potenciar unas políticas ideológicas de permisividad con las infracciones administrativas que le interesan al político de turno, genera un aumento de la delincuencia. Las infracciones administrativas de tráfico no se tocan porque generan beneficio económico con bajo coste político, pero los botellones, los manteros, los lateros, etcétera, son otra cosa para ciertos políticos.
Y de aquellos lodos estos barros.
Sumemos las fallidas políticas de integración para culturas de otros continentes que no tienen nada que ver con la cultura occidental, principalmente en los aspectos religiosos, culturales, de discriminación sexual y delincuenciales. Las cuáles potencian el efecto llamada y los fallos en la política criminal de una urbe como Barcelona.
No olvidemos los terribles atentados terroristas del 17 de agosto de 2017 que deberían haber supuesto una revisión del modelo de policía y la política criminal municipal para adaptarse a la nueva realidad, lo cuál, lejos de realizarse, mantiene un número insuficiente de efectivos policiales operativos, medios escasos, obsoletos o deficitarios y comisarias mal adaptadas.
Para finalizar, cuando unos gestores políticos y sus cómplices se esfuerzan en que la policía pierda el control de la calle, que los ciudadanos de otras culturas no tengan la necesidad de integrarse en la sociedad de acogida y abusan de los análisis estadísticos en detrimento del análisis prospectivo: generas el caos y la correspondiente inseguridad ciudadana.
David Hernández es presidente de Politeia
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