Son las 14:01 del día 22 de abril. Escucho de fondo al presidente del gobierno responder a las intervenciones de los parlamentarios sobre la nueva solicitud de ampliación del Estado de Alarma. Se trata de un eco montañoso, hueco y convierte el confinamiento que él mismo nos “solicita” en una escucha eclesiológica, presentación responsorial.
Pero mientras responde a los líderes de los diferentes grupos políticos, siguiendo el orden establecido, en un momento dado, el presidente del gobierno afirma que España es un “Estado Compuesto”. ¡Oh, como la Monarquía de los Austrias! Es mi primera reacción, y de repente, Sánchez, vuelve a atraparme en su discurso. Recuerdo en ese momento que ya utilizó este mismo argumento en una de sus prédicas en días precedentes, – como son tantas- he olvidado en qué día ocurrió tal afirmación. Pero me ha conmovido y convocado para esta reflexión que comparto.
Sobre este concepto político de Monarquía Compuesta, que para los modernistas acuñó, entre otros, John Elliott y la renovación ideológica que representan el término “Estado Compuesto”en boca de Pedro, hay mucho que decir en este momento, sobre todo viendo la tipología de partidos regionalistas, separatistas y nacionalistas con representación en el actual Congreso de los Diputados.
Obvio parece que la idea de un recuerdo al pasado que sirva para todos, es útil. De la vieja república de ciudades pasamos a una Monarquía Parlamentaria dentro de un Estado Compuesto. ¿Quién puede ofenderse por esta alusión al pasado? ¿Conoce Sánchez el concepto de Elliott? Esto último es algo contingente. En la Monarquía de España de los siglos XVI-XVII encontramos algunos de los elementos básicos de las reclamaciones de algunos de los socios de gobierno del señor Pedro Sánchez. En primer lugar, la propia complejidad de los territorios que la conformaban dentro de las regiones europeas parece un factor sencillo para aquellos que defienden la idea de plurinacionalidad de la España actual.
En la Edad Moderna, esta heterogeneidad confería una asimetría normativa que, hoy en día, es demasiado apetitosa como para no usarla en la deriva discursiva que, tanto el gobierno como sus socios y colaboradores necesarios necesitan. Muchos reinos diferentes y un único rey, era la máxima, incluso en la Fe. Pareciera que este argumento, y remero del pasado, resulta altamente operativo en la actual coyuntura, pues confiere el tamiz de la legitimidad histórica a la idea de Estado Compuesto por contraposición con el centralismo borbónico que llegó con el ascenso de Felipe V al trono en 1700. Y este hecho es otro argumento, poco inocente, la superación del paradigma borbónico.
Deslegitimar a la dinastía reinante amparándose en un pasado tan remoto como el siglo XVII es, en nuestro vertiginoso presente, un recurso adecuado y sencillo para las dietas bajas en calorías culturales y críticas. Pero si los Habsburgo eran mas “demócratas” que los Borbones, incluido el Conde-Duque de Olivares; también eran claramente federalistas y asimétricos. Estamos a la espera que, desde algún partido separatista, se recuerde la práctica del Tribunal de los Tumultos en los Países Bajos españoles (1567) para la pertinente y acerada crítica a la portavoz del PP, por aquello del Álvarez de Toledo actual y el Álvarez de Toledo, el duque, entonces, de suerte, que este episodio de la Leyenda Negra, la puedan usar como la excepción que confirma la regla de la “adorada” asimetría habsbúrgica.
Pero, como dijo Mourinho, ¿por qué?, ¿cuáles son las motivaciones para hablar de Estado Compuesto? Lo asimétrico es, desde los viejos deseos federalista del PSOE y del PSC, un argumento recurrente en la lógica programática del grupo socialista. Sin tener muy claro cómo y en qué se sustancia tal estructura política, pero sirve y la gente lo repetirá. En este escenario se podría buscar el encaje del separatismo catalán sin tener que convertir España en un estado Federal, al denominarlo compuesto. Esto encajaría en la Constitución y hasta los “jacobinos” del Partido Popular, Vox o Ciudadanos, podrían aceptarlo, ¿o no? Esto es lo que convierte al término en un eufemismo más o menos bien conseguido. Desconocemos quiénes, en el gobierno, son apologetas de la obra de Elliott o de Gregorio López Madera, pero el éxito de este eufemismo nos permite usar un término nuevo.
Un estado compuesto acoge, en su propia definición, la reunión de conceptos preexistentes: tales como lo asimétrico de los territorios, la inserción de las comunidades autónomas y el respeto a sus “fueros”, como ya hicieron los Habsburgo, unido a la posibilidad, por ende, de reducir el poder central (algo ahora muy criticado por los separatistas por causa del mando único creado con el Estado de Alerta).
Lo fundamental de todo este concepto y su uso, que veremos repetir en las próximas fechas, radica en que permite no “tocar” la Constitución, ya que con una interpretación algo forzosa del título 8, y llegado el momento, con la aquiescencia del Tribunal Constitucional, permitiría alterar la realidad sin cambiar el marco normativo que ni PP ni el Ciudadanos actual admitirían.
Los riesgos de todo ello en el pasado fueron, recordemos: Conjura de Medina-Sidonia (1641), revueltas nobiliarias en Portugal en 1640 con sus 40 fidalgos, las revueltas napolitanas y sicilianas (1647-1648) o el permanente conflicto de las Provincias Unidas y claro, el secular 1640 catalán y su Corpus de Sangre. Ante la ausencia de un Olivares en todo este momento, quizá el descentralizado Estado “borbónico” que consagró la Monarquía Parlamentaria de 1978, no sea tan malo y quizá dejen las cosas como están y de paso, evitaremos desabastecer a la democracia de esa necesidad de ciudadanos libres e iguales. No olvidemos que, en esa Monarquía Compuesta, existían territorios con “privilegios” y eso, señores de Podemos, ERC, CUP, PNV, BNG, ¿verdad que no se puede admitir?
¿Hemos elegido nuestro marco normativo en función de la retórica de los asesores? ¿Rodrigo Calderón, Lerma, Franqueza, Leça, Moura, Idiáquez, Antonio Pérez? Siempre serán más cercanos que Kérenski, ¿no creen?
En un momento en el que los significantes, los conceptos y la realidad se construyen en las ruedas de prensa y en las sesiones-mítines de los diferentes parlamentos, que en la España actual son la presencia subalterna de categorías para describir el ordenamiento político que se pretende alcanzar y el orden consensual que se derivaría de ello, obliga a jugar con los imaginarios del desconocimiento.
La fortuna de esta estrategia estriba en la exaltación del pasado como un lugar de derechos y libertades para los pueblos de España; ese periodo en el que la burguesía catalana contenía ella sola las epidemias. La deducción de que pretende extraer con ello no es otra que cualquier tiempo pasado fue mejor o, por ser más preciso, cualquier evocación en la que el pasado parezca mejor es más útil a los intereses disolventes de separatistas, nacionalistas y social-leninistas que adaptan la verdad para obtener sus objetivos. Expresar este “deseo” de Estado Compuesto nos puede parecer ahora sólo una frivolidad, pero, realmente, encierra en su ser la anulación de un status quo vindicado tras 1978 y puesto en cuestión a golpe de tuit y declaración ampulosa de los representantes políticos del separatismo o del cripto-separatismo que contempla la frase como un pentagrama sobre el que escribir la sonata del adiós.
Se trata, sin ninguna deuda de un término poliédrico, discutido y discutible, como el de nación, que diría ZP, ¿será también disputable?
Heraldo Baldi
(NOTA: En estos momentos de crisis y de hundimiento de publicidad, elCatalán.es necesita ayuda para poder seguir con nuestra labor de apoyo al constitucionalismo y de denuncia de los abusos secesionistas. Si pueden, sea 2, 5, 10, 20 euros o lo que deseen hagan un donativo aquí).
necesita tu apoyo económico para defender la españolidad de Cataluña y la igualdad de todos los españoles ante la ley.














