Portavoz de Ciudadanos en el Parlamento de Baleares y reconocido filólogo y escritor, el barcelonés Xavier Pericay (1956) ha diseccionado para nuestro diario las últimas vicisitudes del conflicto catalán. Para Pericay, soldar la fractura abierta en la sociedad catalana requerirá “plantar cara al nacionalismo, no ceder ni un ápice y mucha, mucha paciencia”.
Su autobiografía, Filología catalana, lleva por subtítulo Memorias de un disidente. A día de hoy, ¿sigue siendo una forma de disidencia oponerse al nacionalismo?
Más que nunca. Tenga en cuenta que mi libro se publicó en 2007. ¡La de barbaridades que ha cometido desde entonces el nacionalismo catalán! Como para no renovar a diario la disidencia. Hoy la disidencia en Cataluña no es una opción; es un mandato moral.
El filósofo Félix Ovejero ha lamentado que Ciudadanos haya terminado compitiendo en el “rincón de la derecha”. Siendo un partido que se define como “progresista”, ¿no debería luchar más para visibilizarse como tal?
Es un partido que se define como liberal y progresista, en efecto. Y también como constitucionalista. Y es precisamente este último adjetivo el que hay que defender en estos momentos por encima de todo. Quien nos ha llevado a este rincón del que habla Félix es un PSOE dispuesto a pactar con quienes no persiguen otro objetivo que el de cargarse nuestra Constitución y el Estado de derecho que de ella emana, es decir, lo que ha hecho a los españoles libres e iguales. Y con eso no se juega.
La ministra de Educación, Isabel Celaá, ha restado importancia a la sentencias del Tribunal Supremo que cuestionan la inmersión lingüística catalana recordando que este organismo “no sabe de pedagogía”. ¿Es un argumento válido?
Siento decirlo, pero la ministra Celaá, por lo que le he escuchado, no es capaz de construir no ya un argumento que se sostenga, sino una frase con pies y cabeza. En el caso que nos ocupa, debo reconocer que incluso ha superado sus registros anteriores.
Un grupo de intelectuales ha firmado un manifiesto en el que reclama neutralidad política en las escuelas catalanas. Sin embargo, el nacionalismo y parte de la izquierda niegan que exista adoctrinamiento alguno. ¿A quién debemos creer?
A quien aporta datos y testimonios. Y, que yo sepa, sólo los denunciantes los aportan.
¿Y cuál es la situación en las aulas de las Baleares?
Una situación que recuerda lastimosamente la de Cataluña. Llevamos un poco de retraso con respecto al germen totalitario de la escuela catalana, en parte porque aquí el modelo de inmersión lingüística se implantó más tarde —gracias a un decreto del Partido Popular, por cierto—, en parte porque la sociedad balear es más resistente al nacionalismo que la catalana. Pero está claro que, si no reaccionamos, vamos a encontrarnos, dentro de nada, igual que en Cataluña.
Recientemente, Quim Torra llamó a conjurarse contra el racismo y los discursos que atizan el odio. Pero, ¿no resulta contradictorio en alguien que tildó a los castellanoparlantes de “bestias taradas”?
Es un mecanismo típico de los nacionalistas: consiste en defenderse de quienes les critican atribuyéndoles las mismas taras que estos les afean. Sin ir más lejos, llamándoles a su vez nacionalistas.
Miquel Iceta ha asegurado que si el 65% de catalanes deseara la independencia, la democracia debería celebrar un referéndum de autodeterminación. ¿Es así?
Lo que deseen los catalanes —el 65, el 70 o incluso el 90 por ciento— debe canalizarse a través de las instancias de participación y representación de que dispone nuestro Estado de derecho. Sin olvidar en ningún momento en quien reside la soberanía nacional.
La Junta electoral ha prohibido a TV3 usar en sus informativos los términos “presos políticos” y “exiliados”. ¿Se ha extralimitado?
¿Por qué? ¿Por impedir a lo que no es sino un burdo y carísimo instrumento de propaganda al servicio del separatismo que se salga con la suya? Al contrario, hay que estar agradecidos a la Junta.
Según los últimos datos oficiales, los delitos de odio político se han disparado en Cataluña: un 124% más que el año anterior. Una realidad, sin embargo, que es ninguneada por el Gobierno catalán. ¿Por qué?
¿Parece evidente, no? Al inoculador del odio no le gusta que le reconozcan como tal.
¿Y qué puede hacerse para superar esa fractura?
Plantar cara al nacionalismo, poner todo el empeño en ello, no ceder ni un ápice y tener mucha, mucha, paciencia. Estoy convencido de que al final lograremos que la fractura se cierre —aunque algunos de nosotros no lleguemos a verlo—.
Por Óscar Benítez
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