Iñaki Arteta es uno de los cineastas más comprometidos de nuestro país. Ha realizado numerosos documentales en los que da voz a las víctimas del terrorismo, sobre todo en el País Vasco, donde nació y cuya realidad conoce de primera mano. Y hoy está con nosotros porque el sábado 22 de noviembre se proyectará su último documental, Esta es una historia real, basado en la vida y la trágica muerte de Gregorio Ordóñez. Será dentro del 24º Ciclo de Cine para la Tolerancia y contra el Terrorismo, organizado por la Asociación por la Tolerancia y la Fundación Víctimas del Terrorismo. Será en el Instituto Francés (Moià, 8, entre Aribau y Tuset, cerca de la Diagonal). La entrada es gratuita y podéis consultar el programa en la imagen que encabeza esta pieza.
P: Bueno, Iñaki, ¿malos tiempos para reivindicar la memoria de las víctimas, con Bildu gobernando prácticamente en la sombra?
R: Bueno, yo creo que son los mejores tiempos para hacerlo. Otra cosa es que haya problemas o que enfrente tengamos un relato blanqueador y minimizador de lo que ha pasado con el terrorismo. Pero siempre es buen momento para reivindicar la memoria del pasado, un pasado cercano y trágico como el que hemos tenido, y hay que seguir haciéndolo. Mira, La infiltrada se hizo y ha tenido éxito de público, lo cual es muy interesante; y los que hacemos cosas más pequeñas también tenemos que seguir. Al final, lo que no podemos dejar es espacios para que los ocupe la mentira, el olvido o la dejadez, a lo que supongo que aspiran los nacionalistas y ultranacionalistas.
P: Esta es una historia real, que es un relato desgarrador. Es un documental que realizas con la colaboración de la Fundación San Pablo CEU, ¿verdad?
R: Sí. Realmente es un encargo de la Fundación San Pablo CEU, que quería hacer algo sobre alguna víctima. Coincidió que este año se cumplía el 30º aniversario del asesinato de Gregorio, que además era una persona joven cuando lo mataron. Ellos buscan acercar a los jóvenes a la historia del terrorismo. Lo hacen llevando a víctimas a las aulas; me han llevado a mí y a otras personas que conocen bien el tema o que lo han estudiado. Tienen el interés claro de que los jóvenes que pasan por sus colegios o universidades conozcan la historia del terrorismo de buenas voces, digamos.
El encargo del CEU fue hacer un documental corto —un mediometraje de unos 40 minutos— que reflejara la vida ejemplar de Gregorio Ordóñez: una persona que se dedicó muy joven a la política, en el peor lugar posible para ejercerla y en los peores años posibles en el País Vasco. Su muerte, casi anunciada, es un ejemplo de entrega y compromiso con la política, con los ciudadanos, con una política sana como la que él practicaba. Su figura tiene muchos perfiles, todos positivos y ejemplares para los jóvenes.
P: De hecho, está muy bien que la Fundación San Pablo CEU haga esta labor, porque tú siempre has reivindicado que en nuestro país falta que los más jóvenes conozcan lo que pasó, especialmente ahora que hay un proceso de blanqueamiento para que la gente olvide lo que fue ETA y lo que es hoy Bildu. Así que que una fundación tan potente, tanto en enseñanza secundaria como universitaria, haga este esfuerzo… no está nada mal. Significa que aún quedan espacios de libertad para seguir luchando, ¿no?
R: Sí, sí, claro, naturalmente. Y que cunda. El CEU es un grupo universitario que tiene decenas de miles de estudiantes. Cada año van cambiando, y en todo momento se les hace prestar atención al drama del terrorismo.
P: Este documental es magnífico, básicamente porque revela algo que ahora parece increíble. Hoy vemos al País Vasco con Bildu pudiendo ganar, con el PNV dominando, con los socialistas en declive y el PP sin la fuerza de antaño. Pero a Gregorio Ordóñez lo mataron porque podía ganar las elecciones municipales en San Sebastián. Lo asesinaron precisamente porque era el candidato que había logrado levantar al PP en una ciudad que era un feudo de Herri Batasuna —ni siquiera del PNV—. Y Ordóñez, con su trabajo, su simpatía y su saber hacer, consiguió ponerse en posición de ser alcalde de su ciudad. Y antes de que eso ocurriera, ETA lo asesinó. ¿Qué significó para ti Gregorio Ordóñez?
R: Bueno, creo que se puede resumir en que era un hombre sencillo, pero con los valores de la política como servicio a la ciudadanía muy interiorizados. Y todo lo que eso implica: un compromiso personal y, además, la necesidad de dominar el miedo que existía en aquellos años. ETA ya había matado antes a políticos de UCD, pero después empezó a “socializar el sufrimiento”, como decían en aquella ponencia de Herri Batasuna: extender el miedo a personas o grupos sociales que quizá no lo tenían, para que supieran lo que podía pasar si eras de un partido de derechas o aspirabas a algo grande, como Gregorio en San Sebastián.
Su vida es un ejemplo de que se pueden hacer cosas en los peores lugares y en los peores momentos, con todo en contra. Es alguien que tenía la certeza de que era posible cambiar las cosas. A veces animas a los jóvenes y te dicen “esto no va a cambiar nunca”. Pero siempre hay personas que piensan que, haciendo lo que está a su alcance, pueden influir para que las cosas vayan por otro camino. Esa era la mentalidad de Gregorio: todo en contra, pero con un plan para la sociedad, con una alternativa de centro-derecha frente al nacionalismo. Y podía haber sido posible. Pero claro, los enemigos de la pluralidad y de la democracia en el País Vasco lo vieron claro también; por eso lo eliminaron.
P: De hecho, tiene una frase brutal. Él decía algo así como: “Me metí en política porque quiero a mi tierra y no la quiero sometida: ni a la violencia de las pistolas de ETA ni al pistolero verbal que era Arzalluz”. Lo decía sabiendo que era objetivo de ETA, y aun así no se cortó un pelo. Y precisamente esa valentía fue parte de lo que lo mató, porque además lo asesinaron de una forma terrible: estaba en un restaurante, entró un asesino y le pegó un tiro en la cabeza mientras comía unos pinchos, en un bar al que iban siempre. Y estaba con María San Gil. Ese deseo de no rendirse ni dejar que los terroristas marcaran su vida también facilitó que lo tuvieran localizado. Su mujer se lamentaba de que no cambiaba ni sus rutinas, salía siempre a la misma hora… Era un objetivo fácil. Y, como se desprende del documental, era cuestión de tiempo: ETA había decidido que iban a acabar con él. Y en aquella época ETA no solo mandaba mucho; es que mataba con bastante impunidad.
R: Claro. Y además los escoltas llegaron después del asesinato de Gregorio Ordóñez, aunque él pidió protección y le dijeron que no pasaba nada…
P: Creo que lo contó Ana Iríbar: que se la denegó el consejero de Interior del Gobierno vasco porque decía que su nombre no salía en ningún papel. Le dijeron: “No pasa nada, tranquilo”.
R: Sí. Pero yo afronté este encargo con mucha ilusión, porque además había trabajado mucho con el archivo audiovisual de Gregorio. Su mujer me encargó ordenarlo para la fundación hace una docena de años o más. Conocía todo: lo que había declarado en prensa, todas sus intervenciones en programas, todas las entrevistas… Las he vuelto a revisar, claro. Pero aun así, no quería hacer algo estrictamente periodístico, narrando los hechos sin más. Me interesaba más la parte humana.
Por eso salen pocas personas, como has dicho: su hijo, su viuda, Aznar y María San Gil. Aznar estuvo con él cuatro días antes, y después del asesinato de Gregorio vino el atentado contra él. Y María San Gil estuvo allí mismo, en la mesa. Eso lo convierte en un testimonio único. Quería sacar poca gente porque me interesa cómo se vive cuando se afrontan compromisos tan complicados. Y eso la mujer lo describe muy bien: cómo el peso del compromiso de Gregorio recae sobre la familia. Tenían un hijo recién nacido. Cuando el hijo es mayor entiende mejor el compromiso de su padre y lo que todo aquello significó.
Y la esposa también carga con ese compromiso: sabe lo que él arriesga, sabe que puede pasarle algo, pero tampoco va a recordárselo cada día para no desanimarlo. Todas esas interferencias emocionales me interesan mucho. A veces pienso que, en realidad, lo que he hecho es una historia de amor: cómo se convive con el miedo cuando existe un proyecto común y un compromiso profundo. Él oculta su miedo, ella oculta el suyo, y ambos saben que el riesgo es real; ella sabía perfectamente que a su marido podían matarlo.
A eso se suma el contexto: cómo era San Sebastián en aquellos años, cómo crece la bola de nieve de ETA y la kale borroka, cómo eso va erosionando las relaciones personales y afectando sobre todo a los miembros de los partidos constitucionalistas. Cuando Gregorio Ordóñez se presenta, nadie quiere ser el número uno en San Sebastián. Y después de su asesinato, muchos de los que estaban con él se marchan de la ciudad.
Más allá de lo estrictamente político, me interesaba esa parte humana: cómo alguien que quiere hacer algo no se deja frenar por nada. El asesinato le corta la vida, pero hasta ese momento Gregorio hace todo lo posible por llevar adelante un proyecto sano, coherente y entregado a la ciudad que adoraba. Eso es muy difícil de explicar. Es como querer subir al Everest sabiendo que puedes quedarte sin dedos o incluso morir si cambia el tiempo. Hay un intangible, algo inexplicable en quienes asumen riesgos tan grandes por un propósito.
P: Es que tú lo has dicho: es una historia de amor. Ana Iríbar, la viuda, habla de forma descarnada. Recuerda cómo, cuando ya tenían a su hijo, le imploraba a Gregorio que cambiara de trabajo, que ya había hecho bastante. Ella se marcha del País Vasco poco después del asesinato porque no quiere vivir con odio ni criar a su hijo desde el rencor. No quería que creciera así.
No es un documental político al uso. Está el testimonio del hijo, que también reconoce ese descubrimiento tardío de quién era realmente su padre. Y está María San Gil, que aquí no habla como política, sino como la persona que fue su secretaria, que lo apreciaba profundamente, y cuyo camino posterior, supongo, quedó marcado por aquel asesinato. Ese PP vasco, heroico, que plantó cara y del que ella fue una de sus grandes figuras.
P: El asesinato de Gregorio, paradójicamente, produce dos efectos. Por un lado, mucha gente joven —entre ellos María San Gil, pero también otros aún más jóvenes— se mete en política como homenaje, para que no pareciera que lo que él hizo no había servido para nada. Pero también es verdad que el electorado se asusta y se desanima. Con el tiempo, el constitucionalismo se ha ido ablandando. No creo que haya desaparecido de Euskadi, pero sí ha sufrido una desmoralización grande durante todos estos años.
Y luego está el final de ETA. Un final que, con el tiempo, ha sido muy beneficioso para los terroristas y para su brazo político, Bildu. Eso ha provocado un cierto desistimiento en la parte no nacionalista del País Vasco. Y ahora lo vemos: una juventud que cree que Bildu es simplemente un partido progresista, sin pasado, y que lo vota. Probablemente incluso haya algún candidato que provenga de esa fuente de terror que fue ETA.
R: Claro. Ves a Mertxe Aizpurua siendo recibida en Moncloa, y ¿cómo se explica eso a las víctimas? ¿Cómo se explica que ahora Bildu parezca un partido verde, ecologista, amable; que Aizpurua dé lecciones de tolerancia y memoria histórica en la Cámara?
P: Es difícil explicárselo a los jóvenes. No leen mucha prensa ni información política, solo reciben algunos inputs sueltos. Ven que un grupo señalado por su cercanía al terrorismo está en el Congreso, que el presidente los recibe, que la prensa los trata con amabilidad. Y eso genera una distorsión: sin acercarse a la historia, creen que esa gente no ha podido hacer nada terrible; que lo que se dice de ellos quizá está exagerado. Los ven preocupados por la vivienda o señalando a “los fascistas” como si fueran el gran enemigo… y eso desdibuja todo. Para quienes vivimos los años del terrorismo, no nos van a engañar. Pero sí es deprimente ver esta especie de lavado de imagen. Y, aun así, hemos llegado hasta aquí.
P: Entonces, ¿cómo lo explicas para que entiendan que hubo un pasado que ahora parece borrado o tergiversado?
R: Habiendo pasado por experiencias duras en el pasado y, sobre todo, habiendo aprendido lo perniciosa que puede llegar a ser la ideología nacionalista, uno entiende bien adónde conduce el nacionalismo llevado al extremo. Basta mirar la lista de los casi 800 asesinados, de los exiliados y de todo el espectro de dolor que generó. Ese es el resultado de llevar ese proyecto político hasta sus últimas consecuencias. O, al menos, hasta el punto al que ellos quisieron llevarlo, porque al final han conseguido muchas cosas —no todas las que imaginaron, pero sí muchas.
Por eso creo que hay que seguir haciendo cosas, seguir manteniendo el pulso, el diálogo, levantar la voz aunque sea en círculos pequeños. No dejar pasar la oportunidad de recordar: “No, esta gente estuvo en eso. Lo que dicen ahora es pura hipocresía. El pasado fue así”. Y evitar cualquier condescendencia con el mundo de ETA y con el nacionalismo. Ese “bueno, dejemos ya de hablar de eso, porque todo ha cambiado y ahora son distintos” es una trampa. La tarea es de cada uno, en cada sitio, sobre todo en el País Vasco, donde esas referencias al pasado tenebroso de esta gente van desapareciendo de las conversaciones cotidianas, incluso cuando se habla de política.
No se trata de llorar porque “nos ganan” o porque están blanqueando su historia; se trata de reivindicar que tenemos voz. Igual que la tuviste tú, igual que la tuvieron tantas víctimas. Solo por respeto, por homenaje, por cercanía con quienes murieron defendiendo lo que parecía indefendible —la Constitución, la democracia, la vida en paz— ya merece la pena seguir haciendo cosas y seguir hablando.
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