Las conmemoraciones institucionales revisten un valor simbólico que va mucho más allá de los actos protocolarios: sirven para construir narrativas, legitimar instituciones y enmascarar vacíos o contradicciones. En ese sentido, el anuncio por parte de Parlament de Catalunya —y en particular de su presidente Josep Rull— de celebrar en 2027 el “milenario” de las Assemblees de Pau i Treva (primera en 1027 en Toluges, Rossellón) supone una operación de reinterpretación histórica que merece un análisis crítico.
Para entender por qué esta conmemoración plantea problemas de coherencia histórica, conviene aclarar qué eran realmente esas Assemblees de Pau i Treva. En su origen —documentado en 1027 en Toluges— eran reuniones impulsadas desde el estamento eclesiástico bajo la presidencia del abad Oliba, que pretendían proclamar la “pau de Déu” (protección eclesiástica para personas, bienes y espacio alrededor de iglesias) y la “treva del Senyor” (suspensión de hostilidades en días determinados) para limitar la violencia feudal. Es decir: eran mecanismos de pacificación, vinculados a la Iglesia y al señor feudal, no a un parlamentarismo deliberativo.
El problema central es que la narrativa que impulsa el Parlament de Catalunya, que preside el separatista Josep Rull, pretende presentar esas asambleas como “el embrión del parlamentarismo catalán”. Así lo señala su propia web: “La institución parlamentaria en Catalunya tiene sus fundamentos en la alta edad media. Fueron las Assemblees de Pau i Treva y la Cort comtal.” Ahora bien: reducir las Assemblees de Pau i Treva a una forma temprana de parlamento es, cuando menos, una simplificación excesiva que tiende a deformar la realidad medieval en clave contemporánea.
En primer lugar, porque no tenían ni la composición ni el carácter que se asocia hoy con un parlamento: no representaban ciudadanías, no surgían de elecciones ni de representaciones políticas modernas, sino que se componían mayoritariamente de clero, nobles y a veces magnates, y tenían como fin la pacificación feudomedieval, no la deliberación democrática. Además, la evolución institucional real hacia lo que se convertirá en parlamento ocurre mucho más adelante: por ejemplo, la incorporación de los representantes urbanos (“tercer brazo”) en las Cortes catalanas data ya del siglo XIII.
La celebración del milenario de 1027 por parte del Parlament introduce así un elemento de anacronismo ideológico: se toma un movimiento de pacificación feudal como origen directo de una institución moderna de representación política sin mediar los procesos históricos intermedios que lo explicarían. Además, hay una finalidad manifiesta de legitimación institucional: al enmarcarse dentro de una línea de “1.000 años de parlamentarismo catalán”, el Parlament busca reforzar su autoridad simbólica frente a discursos contrarios o simplemente para apuntalar la identidad institucional catalana.
Precisamente este salto simbólico —del “derecho de refugio” de la sagrera y la excomunión por violencia, a la deliberación democrática moderna— muestra que la conmemoración no solo busca recordar, sino reinterpretar. Se transfigura un mecanismo de pacificación feudal en un acto fundacional del parlamentarismo. Y ese gesto no es inocente: introduce una narrativa que puede servir para sostener reivindicaciones actuales de soberanía o identidad basada en una continuidad histórica casi milenaria, aun cuando la conexión real sea, cuando menos, debatible.
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