Por lo visto, con esta gente no hay manera de recobrar el ánimo y volver a una senda de esperanza.
Cada día tenemos alguna sorpresa que nos hace maldecir el momento actual, sintiendo que la vergüenza se ha adueñado del subconsciente de los que mantenemos con orgullo el patriotismo español como seña de identidad.
Las circunstancias que han llevado a esa sensación de negatividad, cimentadas por lo que tenemos que soportar a nivel doméstico, se ven agudizadas cuando la diplomacia española, encabezada por nuestro gran presidente, entra en escena.
No es más que un suma y sigue que acumula situaciones sorprendentes. Por poner algún ejemplo, muchos sentimos perplejidad al plantear como solución a muchos males el incrementar a 17 las carteras ministeriales, viniendo de un gabinete formado por 13 ministerios, ¿ha servido para algo? Sin contar la cartera de apoyo moral y compañía viajera, ni los recambios que ha exigido el devenir de los acontecimientos.
También fue sorprendente ver como cundía el ejemplo ecológico, tras planificar la eutanasia de nuestros vehículos de combustión, mientras se sigue usando y disfrutando de la flotilla de aeronaves del Estado para ir de excursión a la vuelta de la esquina.
Se nos ha helado la sangre viendo los sentidos homenajes póstumos a dictadores, a la vez que nos tiene mareados con el cansino afán de remover restos que, con tantos años por medio, mejor hubiese sido olvidar y dejar de hacer noticia cotidiana.
Y, desde luego, seguimos sin olvidar el marcado ego y narcisismo que exige mantener la poltrona, aunque sea con el apoyo de impresentables.
Pero el colmo de los ridículos, la enésima puntilla, nos ha llegado de fuera, en plena negociación del Brexit. Un momento clave que, con una diplomacia de nivel, podría haber servido para lograr algo que llevamos siglos esperando y lo teníamos en bandeja, la cosoberanía de Gibraltar.
Disponiendo del apoyo garantizado de los socios europeos en favor de la nación que perduraba en el club, parece absurdo pensar que no hayamos sido capaces de sacar provecho de la situación, y encima tenemos que ver como se nos ríen en Londres.
Conscientes del fiasco de sus negociaciones, nuestros representantes sacan pecho vendiendo humo a la opinión pública, como siempre.
Salir por peteneras defendiendo y encumbrando logros inexistentes es indigno, pero es un modo de camuflar la ineptitud y mediocridad de quienes hoy van por las instituciones como Pedro por su casa, dejando el pabellón y los intereses nacionales a la altura del betún.
Siendo realistas: ¿alguien realmente confiaba en lograr algo histórico estando en sus manos?
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