Jordi Graupera, alcaldable secesionista para Barcelona en la lista Barcelona és capital, publicó en 2012 en La Vanguardia un artículo titulado «White trash», en el que hablaba de los ciudadanos catalanes castellanohablantes con menos recursos económicos y menos estudios.
Para evitar confusiones sobre si el artículo desprende cierto desprecio o no hacia estos ciudadanos lo reproducimos íntegramente para que cada lector pueda juzgar las intenciones del autor.
Es una pieza muy dura contra el PSC, partido al que acusa de aprovecharse políticamente de estos ciudadanos.
«White trash» es un término despectivo usado en Estados Unidos hacia los americanos blancos, sin estudios y con un bajo nivel económico. Significa, traducido al castellano, «Basura blanca».
‘White trash’
Se explica que cuando Harriet B. Stowe entró en el despacho de Lincoln, con la guerra civil ya empezada, el presidente le dijo: «¿Así que usted es la pequeña mujer que escribió el libro que ha iniciado esta gran guerra?». El libro era La cabaña del tío Tom, la novela de 1854 que abrió los ojos de los americanos a la esclavitud.
Lo he recordado a raíz del artículo Naciones de sacarina, en el que Antoni Puigverd decía una verdad como un templo: Catalunya no ha sabido construir un sueño nacional colectivo. Puigverd ponía de ejemplo el olvido que el independentismo muestra hacia los millares de parados sin estudios que la crisis del ladrillo deja a la intemperie porque «este sector social, mayoritariamente castellanohablante, es políticamente inocuo». Y citaba a un intelectual, según el cual, «no hay que preocuparse: son nuestro white trash, basura blanca que no va a ningún sitio».
La novela de Stowe es una de las primeras referencias literarias al término white trash. Explica que la esclavitud no sólo produce esclavos miserables, también blancos aún más pobres, porque deben competir, sin recursos, con los esclavos. Tanto los blancos como los negros desprecian a esta pobre basura blanca. Hoy, el término se aplica a los blancos que viven en roulottes, sin expectativas, que no participan políticamente. Su héroe es Eminem.
El término, asquerosamente despectivo, ilumina un tabú. Los inmigrantes de los sesenta fueron utilizados como carne de cañón por el régimen a fin de diluir la cultura catalana, y por la burguesía, como mano de obra barata. No salió del todo bien: muchos se integraron y prosperaron. A los que no, el PSC los tenía como reserva moral. Y a través de la intervención pública y la red clientelar, creó un cordón ideológico en sus barriadas, con la connivencia del Estado. Llevan treinta años haciendo de ellos una amenaza, voten o no: si tensamos la cuerda se alzarán. Pero la amenaza sólo era creíble si permanecían impermeables a la cultura local. Por eso se adulaba el folklore nostálgico del exiliado y se excitaba la retórica social como problema único.
Es así como los marginaron económicamente y condenaron a sus hijos al white trash: aislados, protegidos por el paternalismo, sin acceso a la cultura. Sacrificados en el altar de su ambición en España. Los que salieron adelante, sin embargo, ya no funcionan como argumento: muchos se han vuelto más catalanistas que el PSC, y los que no, ya no compran el discurso marginal. Por eso el PSC es hoy el asno de Buridan, no sabe a quién escoger y se muere de hambre.
El expolio económico, la crisis y la inmigración reciente los ha dejado como los white trash de Stowe: compiten, sin recursos, con los nuevos esclavos sin papeles. Y como nunca ha hecho falta que votaran para apropiárselos, hoy cuesta mucho hacerlos valer electoralmente, a no ser que apuesten por la vía Albiol o Anglada. Carne de cañón, de nuevo. En el contexto actual, su abandono es una tragedia dentro de un drama. La independencia es para todos.
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