Nadie está a salvo de la intolerancia del independentismo radical: profesores universitarios, abogados, activistas, escritores, políticos dramaturgos, estudiantes, empresarios y personas de cualquier sector económico o social han sido, primero, ignorados; luego señalados y al final, masacrados y condenados al ostracismo por llevar la contraria al independentismo.
El secesionismo no permite la discrepancia, porque en su concepción tribal de la sociedad no caben los que piensan diferente. En el caso de Cataluña los que no son independentistas son acusados de “malos catalanes”, “fascistas” y “fachas”, entre otras lindezas. Y son premiados con señalamientos e, incluso, con la muerte civil y la discrepancia les resulta demasiado molesta.
Las ideologías totalitarias niegan su carácter antidemocrático y le cuelgan esta etiqueta justo a los que defienden la democracia. Por eso hay que denunciar los excesos del independentismo radical, aunque dominen la mayoría de palancas del poder en Cataluña. Los auténticos “fachas” son los que cercenan las libertades de los ciudadanos en Cataluña: los partidos independentistas.
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