Desde que Francesc Xavier Vila asumió la dirección del Departamento de Política Lingüística de la Generalitat de Cataluña, el discurso institucional en torno al catalán se ha radicalizado. Se ha optado por una visión monocultural que prioriza el catalán a toda costa, dejando de lado la diversidad lingüística que, irónicamente, enriquece la identidad catalana. En lugar de promover un bilingüismo armónico, se impone una uniformidad que genera rechazo en amplios sectores de la ciudadanía.
Resulta preocupante que se presente cualquier uso del castellano como una amenaza para el catalán. Esta narrativa, promovida desde instancias oficiales, convierte en enemigos a quienes simplemente reivindican su derecho a recibir una parte de su educación en su lengua materna. No se trata de atacar al catalán, sino de evitar que el idioma se convierta en un instrumento de exclusión.
Las políticas lingüísticas del Govern de Salvador Illa Illa también han generado tensiones innecesarias en la escuela. Profesores que optan por adaptarse al entorno lingüístico de su aula se ven señalados. Familias que piden una educación más equilibrada son tildadas de «anticatalanas». Esta polarización solo fractura una sociedad que históricamente ha sabido convivir con naturalidad en dos lenguas.
Cataluña no necesita menos castellano para tener más catalán. Necesita más diálogo, más pedagogía y más respeto a la realidad lingüística de su población. La convivencia lingüística no es una amenaza, es un patrimonio a proteger. Y cerrar el Departamento de Política Lingüística sería una buena noticia para la sociedad catalana.
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