El director de cine italiano Pier Paolo Paolini fue un comunista heterodoxo que rechazaba con energía el latiguillo de ‘fascista’ contra los adversarios, lo consideraba muletilla de un ‘viejo sentimiento populista’. Poco antes de morir asesinado, en 1975, escribió, en su línea de responsabilidad e independencia, que “el deber de los intelectuales habría de consistir en desnudar todas las mentiras que, a través de la prensa y sobre todo de la televisión”, nos inundan y ahogan.
En El olor de la India (Península) Pasolini volcó su experiencia de aquel subcontinente al que viajó cuando tenía 40 años. “De la India uno vuelve rebosante, empapado, sucio de compasión”. Un enorme subproletariado agrícola bloqueado y acostumbrado a la miseria, “están vacunados contra ella”, tras milenios de sufrirla. Le chocaba su tranquilidad, amabilidad e indiferencia. “Nunca están alegres: sonríen a menudo, es cierto, pero se trata de sonrisas de dulzura, no de alegría”.
Pasolini sostenía que la madre Teresa tenía grabada en su rostro la verdadera bondad, “sin aureolas sentimentales, sin esperanzas, tranquila y tranquilizadora, poderosamente práctica”.
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