El gran escritor Azorín murió hace medio siglo. En 1997, Julián Marías recordaba los treinta años de su muerte y deploraba que muchos profesores disuadiesen a los jóvenes de su lectura. Azorín, decía el filósofo, mostraba la circunstancia precisa de los autores y personajes a los que atendía, cada elemento alojado en su tiempo; lo contrario de ocultar la realidad de las personas, sean cuales sean. ¿Cuánta y cuál es la que poseemos? ¿Quién lleva dentro a Azorín? Sería revelador saberlo.
En algunas de sus páginas, Azorín llega a referirse a la identidad de su espíritu con la realidad oculta del mundo, y sostiene que para llegar “a ver y sentir todos los matices de las cosas, necesita sentirse dueño de sí mismo, no hacer nada, no prodigar su personalidad en andanzas, en movimientos vanos, en gestos exteriores, en el trato inútil y cansado de las gentes”. Azorín hablaba valenciano y escribió que “cada idioma tiene sus ternuras, sus dulzuras. No hay que temer las contaminaciones de los idiomas. Yo creo que un idioma se beneficia con el roce del otro idioma”. Palabras con muy sabrosa sustancia.
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