Nunca llegué a comprender el porqué de aquella maldita obsesión de uniformarnos a todos. De niño odiaba ponerme la bata escolar. El mismo color, el mismo corte e incluso la indicación precisa de donde adquirir aquel pedazo de tela listado que nos preservaba de la tinta o del polvo que levantaba el borrador del encerado. Un servidor intentaba evitar también la fila india con la que el monitor de turno nos conducía al aula. Gustaba de subir las escaleras en grupo de a tres o cuatro departiendo animadamente con los compañeros entre risas y achuchones.
El uniformismo gratuito y las pautas excesivas siempre me han molestado. Fui a la mili tarde y por imperativo legal. Siempre he creído que la organización y la agregación de personas debe ser fruto de la afinidad entre ellas. No he asistido jamás a un desfile militar ni he perdido un solo minuto en temas bélicos. Eso sí, siempre me interese por cómo se organizaron las milicias del POUM o la CNT durante nuestra contienda civil. Confieso haberme sentido fascinado, en su momento, por algún que otro movimiento guerrillero antimperialista, por la figura del Che Guevara o de Camilo Cienfuegos. Por la guerra con elefantes del cartaginés Aníbal también. Creo firmemente en la paz como fruto de la libertad y el respeto mutuo…
Pues bien, con esta mini declaración de principios nada sospechosa de militarismo prusiano me creo con derecho a discrepar de aquellos que – legítimamente, eso sí- alientan un clima de rechazo a las paradas militares previstas en el calendario castrense, o a la participación de las Fuerzas Armadas en eventos culturales. Puro postureo y folklore pseudopacifista. La lucha por la paz y el anti belicismo no pasa por desenterrar viejos clichés respecto al ejército. Las fuerzas armadas españolas de hoy nada tienen que ver con las de la Guerra Civil o la dictadura franquista. En la actualidad, afortunadamente, están supeditadas a un ordenamiento jurídico institucional y a la autoridad civil elegida democráticamente. Sus acciones más recientes han estado caracterizadas por intervenciones en misiones de paz y, por cierto, con coste de vidas humanas. Incluso los que hemos abominado siempre del militarismo debemos reconocer que algo sustancial ha cambiado en el ejército: el de hoy nada tiene que ver con el de ayer.
Hace unos años el comandante Juli Busquets, uno de los fundadores de la Unión Militar Democrática (UMD), nos obsequio con su libro ‘Militares y Demócratas’. Esta obra, que complementa su ya clásico ‘El Militar de carrera en España’, considero que es de obligada lectura para aquellos que pretendan opinar o acercarse a un análisis riguroso del ejército español. Los datos y las cifras desmienten la tesis de los que creen que todo sigue igual que en los años setenta. Si esos críticos aceptan, por ejemplo, que no todos los nacionalismos son iguales podrían, al menos, considerar que no todos los ejércitos lo son. Ahora bien, si lo que se busca es tan solo practicar la táctica de pescar en rio revuelto o apuntarse a una movida estética –como hacen algunos políticos de tres al cuarto- allá cada cual con sus irresponsabilidades.
Recientemente quedé perplejo al ver como una detractora sistemática de la policía reclamaba mayores índices de seguridad, mayor eficacia y presencia policial. ¿Conversión exprés? No. Con posteridad lo entendí todo: supe que a nuestra maldiciente de ejércitos y policías le habían robado el bolso ante los escaparates de Loewe en pleno Paseo de Gracia barcelonés.
Esperemos, por el bien de todos, que nuestros conciudadanos no echen a faltar nunca las pertinentes políticas de defensa y seguridad democráticas.
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