
Este 18 de enero se cumple el 85º aniversario del asombroso y criminal fusilamiento — legalizado — de Manuel Barbal (San Jaime Hilario). Una historia increíble y verdadera. Y como tantas otras, olvidada y ocultada. Sobre él nadie hará una película o un documental porque no fue una víctima del franquismo; fue simplemente un mártir víctima del odio, la barbarie y la deshumanización que practicó el Front Popular contra los religiosos y contra todos aquellos que no compartían su ideario.
En ambos bandos hubo muertos y asesinatos, gente heroica y despiadada pero, desde hace décadas, casi nadie suele recordar que en la Cataluña presidida por Lluís Companys, entre 1936 y 1939, fueron asesinadas 8.352 personas. De estas, 2.437 eran religiosos (4 obispos). Sólo en la archidiócesis de Tarragona y en la de Tortosa fueron asesinados 457 clérigos.
Manuel Balbal Cosán nació el 2 de enero de 1889 en Enviny, pequeño pueblo del Pirineo, en el seno de una familia de payeses, profundamente cristiana. A los trece años ingresó en el Seminario de la Seu d’Urgell, pero no pudo concluir sus estudios al sufrir una grave infección auditiva. En 1917 (con 19 años) ingresó en el noviciado de los Hermanos de la Salle, donde concluyó sus estudios y tomó el hábito religioso en Irún, tomando el nombre de Jaime Hilario.
Se dedicó a partir de entonces a la enseñanza y la catequesis, en Mollerusa, Pibrac (Francia) y Calaf. Hasta que nuevos problemas auditivos derivaron en una sordera que le impidió continuar su labor educativa. A finales de 1934 fue trasladado a la casa convento de Sant Josep de La Salle en Cambrils, donde pasó a ocuparse, como hortelano, de las tareas del campo. Nada más estallar la Guerra Civil, cuando se dirigía a su pueblo natal, el 23 de julio, en una parada que hizo en Mollerussa, en plena persecución religiosa, fue detenido por una patrulla de milicianos que lo condujeron a la prisión de Lérida. En diciembre de 1936, al constar como residente en Cambrils, es trasladado a Tarragona, al barco prisión «Mahón».
Y el 15 de enero de 1937, recién cumplidos los 38 años, fue juzgado por el Tribunal Popular de Tarragona en el salón de actos del Seminario habilitado para celebrar los juicios de este organismo. El juicio se celebró con la sala abarrotada de público (había sido anunciado en la prensa local). Y según consta en las actas, finalizó de esta manera:
– Presidente del Tribunal (Andreu Massó): ¡Ya está! ¿Para qué necesitamos más explicaciones? ¿No habéis oído su declaración? ¡Estudió latín, y eso basta!
El Fiscal (Esteve Escudero), en la misma línea dirá: «Camaradas, a este hay que matarlo (…) se dedica a la formación de fascistas (…) y ya tiene más agravantes que el otro que hemos condenado a 30 años de cárcel; éste ha estudiado latín (…)».
El abogado defensor (F. Montañés) pide que conste en acta su protesta por estas desacertadas aseveraciones. Se producen entonces en la sala gritos de «¡Fuera, fuera!» para el abogado y de “¡Matadlo, matadlo!» para el religioso.

El Tribunal Popular (compuesto por un representante de cada una de las organizaciones del Front Popular: ERC, CNT, FAI, PSUC, UGT, POUM, ACR, UR) después de deliberar apenas un minuto, condenó a muerte al procesado y decretó la confiscación de todos sus bienes (tras practicar con posterioridad todas las actuaciones pertinentes en Registros y Bancos se constató que no tenía ni un solo bien material, era pobre de solemnidad). Y aunque, tal vez, podría haber escapado de esta condena, renegando de su condición de religioso, como le aconsejó su abogado, él no quiso nunca negar tal condición.
Después de ser juzgado, mientras esperaba en el banquillo ser trasladado nuevamente a prisión, Jaume Hilari, escribirá en un trozo de papel esta breve carta a su familia: «Querido padre y familia (su madre ya había fallecido): he sido juzgado y condenado a muerte. Acepto contento la sentencia. No me han hecho ningún cargo. Sólo porque soy religioso he sido condenado. No lloréis; no soy digno de lástima. Moriré por Dios y por mi patria. Adiós, os esperaré en el cielo. Manuel Barbal».
El día siguiente (16 de enero) su abogado viaja a Barcelona y presenta en la Consellería de Justicia de la Generalitat (siendo el conseller Rafael Vidiella del PSUC) un escrito solicitando la conmutación de la pena de muerte por 30 años de cárcel. Siendo esta petición desestimada.
El 18 de enero, poco antes de las tres de la tarde, es sacado de la prisión de Pilatos y conducido por dos vehículos (donde viajan el reo, dos guardias, el pelotón de fusilamiento y el jefe del mismo, un tal Rabàs) hasta las afueras del cementerio de Tarragona. Los vehículos se detienen en el camino que conduce a la Muntanyeta de l’Oliva, donde los esperaba el doctor Miquel Aleu Padreny (médico forense), quien había recibido un oficio de Ordre Públic de la Generalitat para que se personara a esa hora en dicho lugar.
La comitiva se dirige hasta un recodo del camino, donde los milicianos se preparan y sitúan al hermano Jaume Hilari a unos tres metros junto a la cuneta. Este permanece tranquilo, como en estado de oración, con las manos juntas sobre el pecho. Uno de los guardias le comunica al doctor que el reo está más sordo que una tapia. Cuando el pelotón de fusilamiento apunta, Jaume Hilari les dice: «Morir para Cristo es vivir, amigos». El jefe del pelotón da la orden de ¡fuego!, produciéndose una fuerte descarga, pero Jaume Hilari apenas se inmuta y permanece en pie mirando al cielo, como si continuara inmerso en su oración.
El jefe del piquete, visiblemente airado, ordena a un nervioso pelotón cargar otra vez los fusiles, dando nuevamente la orden de ¡fuego!, a la que sigue otra fuerte descarga. La víctima hace algún gesto de dolor pero continúa en pie, en la misma actitud. Algunos milicianos entonces tiran sus fusiles y huyen espantados entre los pinos. El jefe del piquete, encolerizado y maldiciendo, se acerca al reo y le suelta a bocajarro varios pistoletazos en la cabeza y la víctima cae entonces ensangrentada a sus pies. Y le pregunta desconcertado al doctor: «Escolta, per què no queia aquest podrit» [escucha, por qué no caía este podrido] y el doctor, muy impresionado y sin saber muy bien qué responder, le dice: «Com estava molt sord igual no ha escoltat els trets» [como estaba muy sordo igual no ha escuchado los tiros]. El médico Miquel Aleu fue un testigo de excepción de todo lo sucedido. En noviembre de 1999 Jaume Hilari fue canonizado por Juan Pablo II. Junto a los mártires de Turón fue uno de los primeros santos de la Guerra Civil.
Este y otros muchos relatos sobre la terrible represión producida en la retaguardia del Front Popular en la provincia de Tarragona, que no quieren que forme parte de la memoria pública, serán ampliamente tratados en mi libro “Tarragona 1936, terror en la retaguardia” que verá próximamente la luz.
Salvador Caamaño Morado
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